Es un fenómeno que crece en Europa, en los EE.UU. y en Sudamérica. Podemos llamarle fascismo, ultraderecha, indentitarismo, populismo o trumpisme. Y la gran paradoja es que sus practicantes dicen que los fascistas, ultras, indentitarios, populistas o trumpistas son los otros.

En España este fenómeno también ha aparecido, como no podía ser de otra manera, pero se ha transmutado en un postfranquismo descarado y desacomplejado. Es el neofranquismo que nunca había desaparecido, pero que no brotaba del todo porque estaba mal visto, apestaba a rancio y era cosa de 4 nostálgicos.

Ahora, las nuevas generaciones de españoles que no tienen ni idea del qué era el franquismo (porque entre otras cuestiones, ni se estudia en las escuelas) abrazan aquel concepto porque creen que es la garantía ideológica para salvar la unidad de España. En el mundo occidental se aprovecha el miedo al diferente, al recién llegado, y se convierte en odio. En España se estimula el miedo y el odio al catalán indepe. La campaña de las elecciones andaluzas son un ejemplo.

Vivimos una revolución tecnológica que está cambiando radicalmente el mundo a una velocidad que no todo el mundo puede seguir. Tenemos una crisis económica permanente que ha precarizado el empleo hasta límites nunca vistos. Las máquinas hacen mejor, más rápido, con menos coste y sin errores el trabajo de la mano de obra industrial no cualificada. Con este escenario, necesitamos a un culpable a quien acusar de nuestra desdicha y el extranjero que viene a "robarnos lo que es nuestro" es perfecto para ejercer esta función.

La incertidumbre que tienen las llamadas "clases populares" por su (no) futuro es un terreno abonado por el neofascismo populista que les dice que ellos sí que les explican la verdad y que echando a los "malditos extranjeros" todo se les solucionará. Por eso la ultraderecha triunfa en las ciudades y barrios a los cuales la revolución 4.0 los ha dejado sin ninguna expectativa. Que son las ciudades y barrios que antes votaban izquierdas y donde la izquierda se ha quedado sin discurso.

Y en España, la manera de canalizar todo eso son los catalanes. Estos catalanes que se creen superiores, que son unos supremacistas, que odian España, que son los favorecidos que viven bien a costa de la pobre gente, que son violentos, que apalean a quien no piensa como ellos, que se pasan el día amenazando a los disidentes, que son nazis, que nos lo quieren robar todo incluso la patria, que quieren imponer a los pobres españoles que tienen allí secuestrados terribles ideas como querer votar, que obligan a los pobres niños a hablar su extraña lengua y que si no lo hacen los marginan... etc, etc, etc. Los catalanes son lo peor. Los catalanes como catalizador del discurso del miedo.

Alguien dijo que el Procés había despertado en España la bestia del fascismo. Sí, sí, lo ha despertado en España, en Europa y en medio mundo, sí. Y en Francia, Alemania, Holanda o Italia (por poner algunos ejemplos), la ultraderecha entra en los parlamentos por culpa del Procés, sí. ¡Y tanto! ¡O más!

Este mismo que dijo eso, estaría bien que ahora nos explicara por qué el neofascismo en España toma la bandera del franquismo y no ninguna otra. ¿Quizás porque el franquismo seguía ocupando los sitios claves del poder y ahora que ve peligrar su status, reacciona y estaba tan presente que a través suyo es la mejor manera de canalizar el populismo identitario?

Vaya, que no es que el franquismo estuviera dormido sino que estaba de parranda bien despierto, pero tan calentito y bien alimentado que no le era necesario abiir la boca. ¿Quizás era eso?