Para tomar una decisión, a veces hay que ir descartando una a una las opciones menos buenas hasta quedarte con la menos mala de todas las menos buenas.

Ahora mismo tenemos tres frentes: 1/ los presos y los exiliados, 2/ la gestión del cabreo de una parte importante de los catalanes y la situación en la calle y 3/ la estrategia política que nos hace escoger entre o gobierno o elecciones.

El primer punto ya no va ni de independencia, ni de procés, ni de soberanismo. Va de estado de derecho. Va de calidad democrática. Va de un Estado que usa la justicia para solucionar cuestiones políticas y fuerza la ley hasta llegar a la ficción jurídica más descarada. Ante eso sólo hay dos bandos: el del "a por ellos" que son partidarios de lo que haga falta para destruir a quien consideran enemigo y no rival y el bando que recibe los porrazos, pero donde también están los defensores del respeto a los derechos básicos, a la solución política de los problemas políticos y a la división de poderes. Y en este segundo grupo hay indepes varios, comunes, "progres" poco oficiales y grupos sociales y económicos de diverso signo que, juntos, forman una importante mayoría.

El segundo punto es cómo canalizar el enfado, la rabia y el desconcierto de mucha gente derivados del punto anterior. Quien opte por manifestarse, mientras eso todavía sea legal y posible, no sólo tiene que rechazar cualquier tipo de violencia sino que a la que aparezca el primer encapuchado, todo el mundo a fuera. Ya no se trata "de aislarlos" sino de dejarlos solos.

El tercer punto va de cómo gestionar el momento político. "Construyamos la república", dicen algunos. "La república que proclamamos", añaden. Mire, yo aquel día estaba allí. Y allí no se proclamó ninguna república. Guste o no guste. Es así. Aquello fue un gesto político, simbólico y liberador de una tensión de meses que había que hacer estallar en busca de una respuesta que, por cierto, nunca llegó. Y le llamaron República, pero aquello no era ninguna república. Ahora bien, si queremos seguir auto engañándonos, oiga, ningún problema. Volvemos a cuando teníamos unas sólidas estructuras de estado y el juez Vidal iba por los sitios explicando un futuro de ensueño. Pero la nostalgia de lo que querríamos y ni fue ni es no sirve de mucho. Ahora bien, ¿tenemos que renegar de aquello? No. Aquello fue una estrategia destinada a forzar una negociación. Y no salió bien. Y perdimos la vajilla. Claro, porque sólo rompe platos quien los lava. Aquello, pero, nos tiene que servir para topar con la realidad. Y para saber, entre otras cosas, quién tenemos delante, qué está dispuesto a hacer y qué apoyos tenemos. Y a partir de ahí, elaborar una nueva estrategia que incluya a la mitad de catalanes que España ha expulsado y que nunca más se sentirán españoles y a unos cientos de miles más. 

¿Recordamos cómo llegamos hasta allí? La idea no era proclamar nada de manera efectiva sino proclamar, suspender y congelar. Por eso estuvimos toda aquella semana con Puigdemont y Rajoy enviándose y contestándose cartas. Aquí buscando un movimiento de allí y allí sin mover un músculo, como siempre. Aquí la idea, hasta el último momento, era convocar elecciones. Pero cuando llegó el momento definitivo, internamente pasó lo que pasó y no hay que removerlo más. Y allí no garantizaron la no aplicación del 155 y amenazaron con violencia contra una población civil a la que se atemorizó. La prueba fue el 1-O.

Algunos ahora dicen que volver a la autonomía sería retroceder. ¿Retroceder de dónde? En todo caso sería, en primera instancia, recuperar la autonomía. Con permiso del señor FLA. Esta es la triste realidad. Pero va, vayamos a la República, que es "lo que quiere el pueblo", dicen. Primera pregunta: ¿qué pueblo? ¿Hay bastante pueblo para hacer la república? ¿Sí? ¿Seguro? ¿Y, por dónde empezamos? ¿Proclamando Puigdemont president? Perfecto. ¿Y después? Como ahora mismo no podrá serlo de manera efectiva (a la espera de lo que diga la justicia alemana), ¿qué hacemos? ¿Dejamos pasar el tiempo y vamos a elecciones? Muy bien. Teniendo en cuenta que tienen que ser convocadas dos meses después de la primera votación de investidura fallida, y eso fue el jueves pasado, entre una cosa y otra nos vamos a mediados de julio. Los plazos consecuentes de constitución del Parlament, elección de president y formación de Govern, nos llevan a finales de septiembre. ¿Esta es la mejor opción? Quiero decir pensando con la cabeza y no con el corazón. Pensando en global y no con partidismos, estrategias particulares, a corto plazo o minoritarias. Pues, qué quiere que le diga... No lo veo.

Porque una cosa es lo que nos gustaría y la otra es la realidad. Yo querría ser George Clooney y republicano, pero me temo que de momento seguiré siendo yo y en una autonomía. Lo más razonable a día de hoy (mañana ya lo veremos), es buscar un candidato de consenso, que podría ser un alcalde acostumbrado a gestionar, y formar un gobierno lo más abierto posible. Si quiere le llamaremos gobierno de salvación nacional o de concentración, tanto da. Y a partir de aquí empezar la reconstrucción. Y como somos capaces de andar y masticar chicle a la vez, esto podemos combinarlo con la reivindicación de la figura de Carles Puigdemont y la de Jordi Sánchez. Y si hay que crear un organismo político-simbólico en Bélgica, se crea. Y, sobre todo, sin olvidar el primer punto.

Ahora bien, igual que hoy le digo eso, mañana cambia la realidad y defiendo un escenario diferente. Pero es que otra de las cosas que tenemos que aprender de todo lo que ha sucedido es que tenemos que ser capaces de adaptarnos a lo que sea lo más adecuado a cada momento. Nos guste más o menos.