Hay debates y argumentos que dan tanta pereza, pero tanta. Son de un patetismo constitucional tan inmenso que llamas al infinito para pedir a ver si les queda sitio y esta es la conversación:

- ¡Hola! ¿Es el infinito sin límite total?

- Para servirlo.

- Oigan, ¿les queda espacio para guardar la cantidad de patetismo que a algunos les excreta por la neurona cuando hablan de las inscripciones a la manifestación de la Diada?

- Huy no, aquí somos infinitos, pero tanto espacio no tenemos...

Cuando creías que tratabas con políticos y periodistas que habían superado la etapa del "caca, culo, pis", pues va y resulta que no. Total, que no sólo tenemos que soportar la mediocridad habitual sino que ahora nos bombardean con el "meñeñe, meñeñe, meñeñe" de la cifra de inscritos de la mani del Once de Septiembre". ¿Por favor, la salida de emergencia, donde está?

O sea, la cosa va de que los catalanes somos una gente tan extrañamente ordenada y tan enfermizamente organizada que cuando vamos a la mani del 11-S nos apuntamos en una lista y los señores (y señoras) que la gestionan nos asignan un punto concreto. Y vamos exactamente allí y no a ningún otro lugar. Y antes de la hora que nos dicen ya estamos en el lugar (por si acaso). Y allí hacemos todo lo que nos dicen, aunque todavía hoy no hayamos entendido aquello de enseñar el huevo frito a Ganímides o aquello del año pasado de no-se-qué de una onda sonora.

Y resulta que porque este año, de momento, se ha inscrito menos gente que el año pasado, a toda prisa salen los listillos a decir: "eso será un fracaso", "ahora sí que se ha acabado el procés", "mejor que se rindan y abracen la verdad verdadera" y que si pim y que si pam.

Me recuerda tanto al momento Ana Rosa cuando, en una situación de estropicio comparable a la de ahora (y a unas cuantas más que ha habido o que vendrán), sacó en su programa unos mensajes de móvil que se habían enviado Carles Puigdemont y Toni Comín y dijo "¡El procés ha muerto"!.

Y de aquello ya hace un año y medio. Y de aquellos mensajes no se acuerda ni Ana Rosa. "Meñeñe, meñeñe, meñeñe".

Me recuerda tanto a cuando para descalificar la Vía Catalana, una cadena humana de 400 kilómetros (sí, sí, CUATROCIENTOS), dijeron que para hacer bulto se habían puesto gigantes. Y entonces ponían la imagen de dos gigantes que un grupo de geganters habían llevado a un punto concreto del recorrido. Como los niños pequeños que se tapan las orejas y gritan su particular "meñeñe, meñeñe, meñeñe"  de octava regional infantil para no oír la realidad.

Y cada vez que aquellos optan por el "meñeñe, meñeñe, meñeñe", estos de aquí se rebotan y exclaman: "dije que no iría más, pero esta gente me obliga a ir. Antoniu (o Paquita) coge las camisetas, los bocadillos y... ¡adelante!". Y sí, quizás sí que esta vez a la mani irá menos gente que otros años. Por muchos motivos. Y la gestión que hacen los partidos de la desunión es uno de los más destacados, pero tanto los otros como Antoniu y Paquita saben que sí, que habrá momentos de todo, pero que eso ni se ha acabado ni se acabará.

Por lo tanto el "meñeñe, meñeñe, meñeñe" de octava regional infantil sólo tiene una explicación: provocar que Paquita y Antoniu no se queden en casa. Y esta insistencia sólo se entiende por el interés del unionismo radical de que la Diada vuelva a ser un éxito. Porque es la manera gracias a la que tendrán una excusa para seguir existiendo. Porque el unionismo radical sin un independentismo movilizado, no tiene sentido.

Y oiga, que la nómina es sagrada. Que ponerse a trabajar a según qué edades, bufff...