Donald Trump es presidente de EE.UU. porque obtuvo más votos que su rival. Por lo tanto, es un presidente democrático. Pero su forma de entender la política, el modo de llevarla a cabo y, sobre todo, lo que dice y cómo lo dice, le han generado críticas desde el primer día. Sobre todo por parte de los medios de comunicación, que lo acusan de mentiroso, de creador y propagador de fake news y de no estar capacitado para ocupar el cargo que ocupa.

Mientras, sus electores están encantados con la forma trumpista de hacer las cosas. Normal, lo votaron para que hiciera exactamente eso y eso es lo que esperan de él. I Trump reacciona a las críticas de la prensa criticando él a la prensa y diciendo que son ellos los que mienten, que son ellos quienes manipulan y que son ellos quienes crean fake news para intentar silenciarlo. ¿Le suena?

Pero lleva tiempo circulando el rumor según el cual gente de su entorno próximo lo mantiene apartado de ciertos temas y de ciertas decisiones para que no pase como en el chiste aquel del "¿Pa qué? ¿Pa cagal·la?". Vaya, que para evitar que meta la pata en alguna cuestión y se cree un problema de difícil solución, hay cosas que van en dirección a su mesa y que los miembros de la administración las paran antes de llegar. Por si las moscas las firmara y se provocara una crisis mundial.

Y ahora resulta que el rumor se ha hecho realidad gracias a un artículo anónimo titulado "Yo soy parte de la resistencia interna de la administración Trump", que se publicó el miércoles en uno de los diarios que le provoca más urticaria al señor POTUS, el New York Times.

Así como para resumir, el texto explica que son varios los miembros de la administración que, para evitar los famosos "impulsos" de Trump, tienen una especie "de Estado paralelo" que se dedica a "boicotear partes de su agenda", porque el presidente "actúa de una manera nociva para la salud de la República".

El autor añade que la raíz del problema es "la amoralidad del presidente" y un forma de hacer las cosas "superficial, inefectiva, conflictiva e impulsiva", que genera una situación complicada, ya que Trump "no está anclado a ningún principio discernible que guíe su toma de decisiones", que a veces son tan temerarias "que después es necesario rectificar o enmendar".

Pero el anónimo tranquiliza a la opinión pública: "Los americanos tienen que saber que hay adultos en la habitación".

Y desde el miércoles que le doy vueltas a la cosa y me hago muchas preguntas. Y algunas de estas preguntas no me las sé contestar.

Personalmente considero a Trump un ser despreciable y repugnante. Sobre todo como individuo. Lo siento, pero es así. Son las formas, la imagen, la actitud, la manera de hablar, la manera de moverse, la manera de tratar a su mujer... Sin embargo, como decía al principio, una mayoría de votantes de EE.UU. lo consideran una persona tan encantadora y brillante que han confiado en él para convertirlo en presidente. Y no se arrepienten, al contrario, están orgullosos. O sea que, seguramente, el equivocado soy yo. Seguramente, también, porque yo no vivo allí y no veo el mundo cómo quizás lo vería si viviera allí. Quizás.

El caso es que un ignorante ególatra que actúa por impulsos irracionales dirige el país más poderoso del planeta porque la mayoría lo ha decidido, pero hay colaboradores suyos que, para evitar la catástrofe y para proteger el país, toman decisiones en su nombre. Muy bien, ¿y dónde está la línea?

Es decir, ¿dónde acaba la capacidad de tomar decisiones de quien ha sido elegido para tomarlas y dónde empieza el espacio en que el Estado decide que quien ha sido escogido por el pueblo está incapacitado para tomar esas decisiones? ¿Dónde está la línea en que el Estado (o sea, todos) tiene que poder protegerse de quien ha sido votado por la mayoría? ¿Quién decide que una decisión tomada por quien ha sido elegido por la mayoría es buena o mala? ¿Quién decide cuáles son los intereses del Estado?

Y no solo en EE.UU.