Pues ahora ya lo sabemos. El reconfinamiento pero no mucho de BCN y su área y Lleida y su propia área de sí misma es culpa mía. Y suya de usted. También. No hemos hecho las cosas bien y mire como estamos. Usted y yo ya por Sant Joan celebramos una verbena descontrolada con una cena donde había cuatro personas y brindamos con tanta fuerza que el impacto del vidrio de las copas provocó una especie de chispa vírica que empezó a esparcir la Covid como si aquello fuera una reproducción por esporas.

Sí, y usted y yo fuimos quien decidió aquel paso de fase 2 a fase 3 y de la tres a la fase fuera de carta a una velocidad que Marc Márquez, el Correcaminos, Usain Bolt, Speedy Gonsales, Valtteri Bottas y la velocidad de la luz, todos ellos, quedaron completamente desbordados por la realidad. Había que retornar a la nueva normalidad con tanta prisa que nos pasamos de largo. Y ahora mismo todavía no sabemos exactamente dónde estamos. Pero lejos, seguro.

También fuimos quien en pleno confinamiento observamos cómo llegaban a la zona de Lleida decenas de autocares llenos de gente. Autocares y personas que aparecían de la nada y que venían directamente desde Schrödinger, aquel lugar en el cual las cosas existen pero a la vez no existen. O sea, iban viniendo pero como si no. Y como decidimos que era que no, no hicimos nada. Si hubiera sido que sí, deberíamos haber hecho alguna cosa, pero fuimos usted y yo quien decidimos ignorar una cosa que estábamos viendo como si no estuviera sucediendo.

Y hemos sido quien estos días nos hemos reunido en plazas diversas haciendo botellón sin mascarilla y hasta las tantas de la madrugada y quien en los bares sólo nos ha faltado hacer un "nou de nou amb folre" para poder estar más gente todavía más junta. Porque anteriormente ya fuimos quien esparció el virus por culpa de no usar guantes en las fruterías. Lo recuerda, ¿verdad? Aquellos guantes que primero usted y yo dijimos que eran imprescindibles y después dijimos que eran un foco de contagio y que fuera, pasando por la fase intermedia en que la falta de guantes hizo que nos obligaran a ponernos bolsas de plástico en las manos. Y como ni usted ni yo las podíamos abrir, y cuando las teníamos abiertas se nos caían porque no había posibilidad humana de sujeción, contaminamos una nectarina y una zanahoria. O no, porque al final tampoco ha quedado claro.

Usted y yo, que somos quien hace días envía a la opinión pública mensajes confusos, a veces incomprensibles, a menudo contradictorios y alguna vez hacemos recomendaciones que parecen prohibiciones pero que al final resultan ser consejos que una jueza de guardia, que también somos usted y yo, tumba de madrugada porque a veces la Fiscafina, o sea nuevamente usted y yo, y según cómo, actuamos con una celeridad que emociona tanto que a la sociedad le brotan lágrimas como gambas de Palamós. Con mascarilla, por supuesto. Las gambas. Y las lágrimas.

Somos los mismos que durante semanas no hemos hecho caso de los que avisaban de que, si nos distraíamos, ahora estaríamos justo donde estamos y también somos los que decíamos que el virus se había marchado y que hasta octubre/noviembre, tranquilos (y tranquilas). Y somos los que dependiendo del viento político que sopla una semana decimos A y la siguiente decimos Z. Y los que ahora exigimos que se formen y se contraten miles de rastreadores, cuando no hace muchos días nos pensábamos que los rastreadores eran los perros que servían para ir a cazar.

En definitiva, usted y yo somos los que vamos improvisando siempre un paso por detrás de los hechos, los que nos hemos olvidado de los muertos y hacemos como si no hubieran existido. Porque la culpa de todo es mía. Y de usted.