Ya está. El verano se ha acabado. En català decimos: Per la mare de Déu d'agost a les 7 ja és fosc, sí, y la semana siguiente sensación de derrota total en el ambiente (fíjese que bien rimado "siguiente" con "ambiente").

Hay que empezar preparar el retorno de los chiquillos a la escuela (sobre todo la cartera. La de la pasta y la de los libros), recuperamos los atacos de tráfico, llegan los fascículos para coleccionar cosas que hacen gracia cuando ves el anuncio y que una vez en casa acaban en la habitación de los trastos y sin montar, empieza a desaparecer la fruta alegre, te mientes prometiendo sacarte los 4 kilos que te has metido en la panza y en el culo bebiendo cerveza, tienes que afrontar que las previsiones sobre un verano histórico en tu vida eran demasiado atrevidamente optimistas, volverás a cruzarte cada día por la calle con las mismas caras a la misma hora... Vaya, el fin del mundo. Y además, todavía hace calor. Y en los escaparates de las tiendas ya hay ropa gruesa. Y sólo de pasar por delante ya tienes sensación de ahogo. Y todo te pica.

Y enseguida, adiós al debate sobre la seguridad en BCN, nos atropella la Diada y las discusiones sobre cuántos éramos o no éramos, tendremos la sentencia del juicio y la discusión sobre cómo afrontarla, posibles elecciones allí y quizás aquí, unas cuantos jornadas de caos en Rodalies por problemas en una señalización, tres lesiones de Démbélé, un par de tormentas fuertes con ramblas llevándose coches y algunas inundaciones, dos lesiones más de Démbélé, el fin de las huelgas de las diversas empresas de transportes ya hasta Semana Santa, la primera nevada y los cálculos sobre cuando podrán abrir las estaciones de esquí, la cifra de panellets que nos comeremos los catalanes por Todos los Santos, los comentarios del estilo "la castañera va con manga corta, no como antes que sí que hacía frío de verdad", las discusiones sobre dónde ir por el puente del 6 y el 8 de diciembre, la discusión sobre si tendría que dejar de ser fiesta o el 6 o el 8 diciembre porque no puede ser tanta fiesta seguida y... ¡PAM! ¡NAVIDAD!

Es que ya estamos. Es que dentro de cuatro días estaremos valorando si este año ponemos árbol o no. Es que falta un momentit para estar discutiendo si Navidad en casa de los suegros y Sant Esteve en la de tus padres o viceversa. Para discutir sobre donde compramos este año los canelones porque en Can Demores hacen mejor la bechamel pero en Can Tamañanas el relleno es más suave. Y discutiendo si es normal que Démbélé se vuelva a lesionar y si vale la pena aprovechar el mercado de invierno para fichar Neymar y permitir que el sector del ocio nocturno catalán pueda hacer una buena temporada.

Sí, en cuatro días Navidad, pero es que una vez en Navidad, en cuatro días más se nos echará encima otra vez el verano. Y entonces, que si donde iremos de vacaciones, que si el mosquito tigre, que si vendemos o no vendemos Démbélé a un centro de investigación especializado en lesiones, que si tenemos los pantanos sólo al 49,54%, que si los incendios se apagan en invierno, que si huelga de trenes y de aviones y de todo lo que se mueva con gente dentro pero sólo en Catalunya, que si los manteros, que si la inseguridad...

¿Y lo peor de todo, sabe que es? Efectivamente, que cuatro días después de Navidad llegará el próximo verano, pero cuatro días después del verano del 2020 faltarán cuatro días por la Navidad y la entrada del 2021, con los valses y los saltos de esquí.

Absolutamente agotador.