Esta mañana, repasando la actualidad del día, he visto a un titular que me ha sorprendido mucho. Este. Y no he podido evitar recordar un caso, y hablo de memoria porque no he conseguido encontrar nada sobre él, que en su momento me sorprendió tanto que hice un reportaje. Sería a finales de los años ochenta o principios de los noventa.

En aquella época olímpica, los conciertos programados en BCN los hacían en el Sot del Migdia, en Montjuïc. Después de uno de estos conciertos, el servicio de limpieza que barrieron el recinto encontraron un dedo. De la mano. Sí, sí, un dedo. Alguien había perdido un dedo durante el concierto y a ningún cuerpo de seguridad ni médico les constaba haber atendido a nadie relacionado con esta circunstancia. Y en días posteriores nadie reclamó el dedo ni se supo nada del propietario. O propietaria.

¿Cómo se puede perder un dedo y volver hacia casa tan tranquilo? O tranquila. Y, de hecho, la terrible duda: ¿qué puede pasar durante un concierto para acabar perdiendo un dedo?

Pues bien, hoy, entre las decenas de titulares que iba consumiendo, me ha aparecido este y he pensado lo mismo que ahora hace 30 años: ¿cómo se puede perder una mano y no reclamarla?

Hasta que un usuario de Twitter me ha abierto los ojos a la triste realidad:

Tuit

Lo ve como a veces no se nos puede hacer mucho caso a los que nos dedicamos a explicar cosas. Y lo ve como hace falta que la gente que no está contaminada de vez en cuando nos abra los ojos ante cosas que tenemos delante de las narices y no somos capaces de ver.

En medio de la locura diaria de consumir noticias como si fueran palomitas me ha aparecido una que en aquel momento he tomado como frívola y no he sido capaz de identificarla como lo que era realmente, una noticia terrible. Me ha pasado por delante y he errado totalmente el reconocimiento de su código. Y la manera en que está redactado el titular no es excusa. Tendría que haberlo detectado. Y la prisa y el mirarse miles de titulares y noticias durante 364 días el año (por Navidad hago fiesta) y de no-sé-cuántos medios tampoco es excusa.

Y, ¿sabe que me ha venido a la cabeza cuando he leído la reflexión que me hacía Albert Homs? Una cosa que me pasó hace unos cuantos años, cuando en la línea de Renfe que pasa por Badalona todavía había pasos a nivel. Paseando un domingo por la Rambla que va paralela al tren, vimos como una señora de unos 75 años se acercaba al guarda-barreras, que estaba bajando la valla manualmente, y le decía: "Puede aguantarme las gafas, es que voy a tirarme al tren". 

El señor Renfe le dijo, como muy rápido y como muy poco sorprendido, que no lo hiciera, que no valía la pena. Ella desistió y nosotros dos fuimos hacia ella y nos quedamos una hora hablando con ella para calmarla y, sobre todo, para tener la seguridad de que volvería a casa y que la idea del tren se le iría definitivamente de la cabeza.

Ahora tampoco hay que entrar en detalles de lo que la señora nos explicó, pero cuando se fue nuestra conciencia quedó muy tranquila pensando que habíamos conseguido convencerla de no tener nunca más la tentación en cometer una barbaridad. Fue entonces cuando el de la barrera vino hacia nosotros y nos explicó que la señora hacía aquello habitualmente y que tanto él como el otro compañero con quien compartían turno los domingos ya la conocían.

Y hoy he pensado en aquella historia por las similitudes, pero sobre todo porque espero que al señor de la barrera no le sucediera nunca como a mí con el titular y equivocara el código. Y que uno de los días no viera la noticia real que se escondía detrás de lo de siempre... y que precisamente aquel día la señora cumpliera la amenaza... Y que quizás días después alguien encontrara una mano en alguna estación y que un periodista leyera la noticia sin darse cuenta de la terrible realidad.