Subo la persiana. Nublado. En el cielo y en el cerebro de algunos. Y de algunas. En dos días hemos sabido que en Calafell ha aumentado el consumo de agua porque han aparecido turistas, que el 20% de los usuarios del hospital de la Cerdanya son no residentes y que el 90% de las visitas al CAP de Camprodon son de gente de fuera. ¡Felicidades a los premiados! Pero, vamos a ver una cosa... ¿qué es el que no han entendido todavía de la situación que vivimos todos estos ciudadanos (y ciudadanas)?

Imaginemos que el virus es un gran incendio forestal. De aquellos con una magnitud tan bestia que es imposible apagarlo. ¿Cuál es la estrategia? Primero establecer un perímetro para que el fuego no pase de un cierto punto y evitar que queme el resto de bosque y las casas. En el virus eso sería el confinamiento. Después el incendio se intenta estabilizar, cosa que en el virus le llaman la curva. Y después entran los aviones a tirar agua, que serían los tests. Pero como el incendio es muy y muy potente, que en el caso del virus es la falta de una vacuna, de lo que se trata es de ir ahogándolo y de ir salvando el máximo de árboles de dentro del perímetro. Y los árboles que parecen sanos, hay que mirar si en su interior no hay fuego mortecino, que en el virus serían los asintomáticos. Y habrá momentos que parecerá que el incendio está apagado, pero hasta que no haya una vacuna, irá reavivando.

Pues bien, los listillos (y listillas) que se van a la torrecita o al apartamentito a pasar la Semana Santa y que, además, aprovechan para ir al médico, les tenemos que explicar que 1/ Son una llama que salta el perímetro y que puede encender el resto del bosque y las casas, o sea, pueden infectar a otras personas, 2/ El resto de bosque donde hacen llegar su pequeña llama tiene una población envejecida que es más susceptible de sufrir la enfermedad, 3/ Este resto de bosque tiene una planificación sanitaria para su población habitual, no para la población habitual más estos turistas espabilados que, además, se van al médico sin ninguna manía y dando sus datos y 4/ No quiero dar ideas, pero si sabemos el nombre y el apellido de las llamas que se han saltado el perímetro... Bien, es muy sencillo saber de donde vienen y donde van, ¿no?

Al mediodía hemos sabido las cifras de muertos en las residencias, Sencillamente demoledoras. Por cierto, que en las ruedas de prensa a los muertos no les llaman muertos sino "traspasados". ¡Qué manía en no llamar a las cosas por su nombre! A ver una cosa, nuestros familiares, amigos, vecinos, conocidos y saludados no son una compresa. No traspasan. No, no, se mueren. ¿Por qué no llamarle muerte a la muerte?

Ahora, una vez hemos descubierto que en las residencias caen como los soldados de las primeras lanchas del desembarco de Normandía, ya hay permiso para que las familias se lleven a las personas mayores a casa. Pero sin saber si tienen la enfermedad, porque los tests todavía están viniendo. No entiendo nada. El caso es que ayer, de 70 mil personas que están en residencias sólo habían habido 270 solicitudes. Eso es 0,25%. Mi amigo biólogo afirma que es la confirmación de que vivimos en una sociedad egoísta. En cambio Anna, una amiga que se dedica al mundo de la cosmética, me explica lo siguiente vía telegram: "Yo tengo la yaya de 92 años en la residencia. La llevamos cuando mi madre, viuda, sufrió el 2.º cáncer y por los tratamientos oncológicos no podía tener cuidado de ella ya que la yaya presentaba el inicio de la demencia. Tampoco la podíamos dejar sola ya que se podía hacer daño o se escapaba. Avanzada la demencia senil ya no nos reconoce. Movilidad poca y comer triturado. Se le tiene que alimentar. Tiene glaucoma y ve poco. Pero no ha perdido la sonrisa. Es un drama porque ni las hijas ni los nietos podemos visitarla desde el día 13 ya que cerraron puertas a las visitas por el riesgo de contagio. Creo que eso de llevarlos a casa depende mucho del estado de la persona y los medios de cada uno. Pero ciertamente la realidad es muy triste y vivimos en una sociedad donde las personas mayores acaban siendo una molestia porque requieren unos tratamientos y una atención que no pueden recibir en casa".

Mi amiga analista de comportamientos sociales, que justamente venía de enterrar a una persona mayor muy próxima a ella y que vivía en una residencia, me comparte esta reflexión: "Como la mortalidad de las personas mayores es tan alta, el sistema de pensiones se destensionará. También lo hará el sector de los cuidados y de la dependencias. Las listas de espera de las residencias desaparecerán (o casi). Nadie osa decirlo, pero sólo viendo lo que está pasando... De todos modos, el 'marco mental' que dice que tener gente vieja y dependiente es un problema, es eso, un marco mental. También era (o es) un problema que las mujeres quieran ser tratadas igual que los hombres. O que los países en desarrollo quieran vivir igual que los países occidentales ricos, con el mismo nivel de gasto. Nuestras sociedades apartan a las personas mayores. A la vez, pero, hacen todos los posibles para alargar la esperanza de vida. Es una puñetera contradicción: no queremos viejos pero queremos viejos".

Y así acaba un día más de confinamiento. El día en que estoy decidiendo dónde iré a pasar la Semana Santa. Me estoy mirando varias ofertas y todavía no lo tengo claro. Dicen que hará buen tiempo, o sea que me planteo seriamente estarme estos días en el comedor e ir haciendo excursiones a la habitación, a la cocina y al lavabo.