Subo la persiana. Hoy también está nublado. Pero de hecho da igual. Esto de estar en casa nos permite a los catalanes, este pueblo donde todos llevamos de serie genes de meteorólogo, dedicar el tiempo hasta ahora destinado a mirar la previsión a consumir noticias sobre el coronavirus. Porque, como dijo el filósofo: "¿Mirar qué tiempo hará mañana? ¿Pa qué?

Y empieza la rueda de mensajes matinales con el resto de la humanidad confinada. "¿Cómo estás?". "¿Cómo lo llevas?". ¿Qué tal? Qué haces". "¿Cómo están tus padres". "¿Aguantas tú a tus hijos o ellos a ti?". "¿Te estás engordando? Pues espérate que eso sólo es el inicio". "¿Se te han acabado ya las propuestas de menú?". "¿Has empezado ya a ordenar los armarios de la cocina?". "¿Cuánto pagarías para salir a tomar un gin-tonic"... Vaya, las preguntas típicas de la confinamenta esta.

De la recopilación de frases recibidas hoy destaco, la de la colega letrada: "Tenemos que pensar que TODOS tenemos coronavirus, pero que hay gente más frágil que acaban muertos". Una inyección de optimismo para empezar el día de la monarquía, un tema del cual hablaré unas líneas más abajo. Antes, para compensar, otro mensaje. Más optimista. Hasta cierto punto. El de la profesora de universidad: "Pronto, cuando acabe esta situación, todo será fantástico y apreciaremos mucho más aquello que le llamamos 'las pequeñas cosas'. Hasta que lo volveremos a estropear. Pero mientras dure...".

A las 12 en punto en mi barrio empieza una cacerolada. Y a la vez suenan las campanas de la iglesia. ¿Por qué? ¿Qué pasa? ¿Es a favor personal sanitario? ¿Contra el Rey? Pues mire, lo pregunto y resulta ser un variadito. La cacerolada es para que el Rey dé a la sanidad pública los 100 millones de dólares cobrados en comisiones. Las campanas son a favor del afectados por| el coronavirus y repicarán cada día.

A aquella hora, la heroína del día se llama Valentina Cepeda. Es la señora que desinfecta el atril del Congreso de los Diputados cada vez que una de sus señorías acaba de intervenir. Ella es el ejemplo de los millares de personas que cada día, en silencio -sobre todo desde el punto de vista del importe de la nómina y de la estabilidad laboral-, hacen que la rueda funcione.

Mientras, mi amigo Xavier, historiador y payés convencido, reflexiona ya sobre el día siguiente: Esperamos que todo el mundo pueda volver a sus actividades, que ya lo veremos. Tengo curiosidad por ver qué afectaciones/cambios se producirán en la sociedad. Como mínimo los discursos ultra liberales del PP madrileño irán, espero, a la papelera de la historia (Una frase que nunca se ha dicho)". Y servidor le responde: "La gente está haciendo muchos sacrificios y no sé si cuando acabe todo eso estará dispuesta a comulgar con según qué ruedas de molino". Veremos. Pero vamos ya el tema Rey.

Mientras espero la comparecencia de las 9 de la noche pienso en el mecanismo mental de alguien como el señor emérito. El mecanismo de alguien que tiene la vida solucionada desde que mamó por primera vez, que no ha tenido que preocuparse en su vida de mirar la cuenta del banco a ver si podía ir al supermercado, que no ha tenido que estarse nunca de poner la calefacción porque no la podía pagar o que no ha salido a cenar fuera desde hace meses porque no tiene dinero. Cuando no te tienes que preocupar por si se te estropea la nevera y no podrás comprar una nueva, ¿por qué quieres muchos más millones de los que ya tienes? A partir del momento en que no tienes que sufrir por tu futuro, ¿por qué quieres comisiones de 100 millones de dólares? ¿Tener tantos millones que no te los gastarás ni en cuatro vidas, es una enfermedad?

Pero lo mejor es la respuesta del emérito a la crisis total de la monarquía española: "No me arrepiento. Eran prácticas habituales". ¿Qué no ha entendido todavía este hombre del momento en que, si el Estado no espabila (y muuucho), puede ser el fin de su dinastía? ¿Cuál es su realidad?

Total, que me paso la tarde esperando que sean las 21 horas para oír una cosa parecida a: "Hola, mi padre es un corrupto, yo lo sabía y fui cómplice. Y, además, hemos aprovechado la crisis sanitaria global más importante de la historia de la humanidad para intentar colocaros el tema bajo mano. Por lo tanto, a partir de ahora mismo toda la fortuna de la familia pasa a manos del Estado para que revierta en los ciudadanos y los 200 mil euros de sueldo que le he retirado a mi padre, van inmediatamente para afrontar la actual situación. Con respecto a mí, sólo me queda una salida digna, irme. Hoy mismo convoco un referéndum para saber si España quiere seguir teniendo o no una monarquía corrupta y manchada ya para siempre.

Ah, y pido perdón a Valtònyc, exijo a la justicia que lo deje volver y lo indemnizaremos de nuestro bolsillo. Buenas noches".

Y mientras espero eso, porque son un ingenuo, aprovecharé para explicarle algunas cosas sucedidas la semana del 6 de junio del 2014, momento en que Juan Carlos I abdica -muy a pesar suyo- para salvar la institución. La revista El Jueves prepara un número especial con esta portada:

PORTADA 1

Esta portada existió. Los ejemplares ya se habían impreso y estaban a punto de distribuirse. Pero alguien decidió que la portada no se publicara. Y RBA, empresa editora de la revista, aceptó. ¿Por qué? Algún día sus propietarios quizás lo explicaran. El problema es que la portada ya se había distribuido por la red y todo el mundo lo había visto. Por lo tanto, todo el mundo vio la maniobra del Estado. Pero tampoco pasó mucho. Es decir, de manifestaciones en la calle, ni una. Sesenta mil ejemplares fueron destruidos todavía no se sabe donde y sin dar ninguna explicación a los trabajadores, colaboradores y lectores de El Jueves. Finalmente, la portada que salió publicada fue esta:

PORTADA 2

En aquel momento no lo sabíamos, pero el Estado había empezado la operación "Salvemos los muebles", que derivaría, de entre otras, en la Operación Catalunya. En aquel momento se intentó negociar una solución, pero fue imposible. La postura de la propiedad fue inflexible. Destrucción, o sea censura, y punto. Dieciocho colaboradores de la revista decidieron marcharse. Dos de los más importantes, por el peso que tenían en los contenidos y en la línea editorial, pero sobre todo por su talento, eran Manel Fontdevila y Albert Monteys. Así lo explicaron:

Manel

Monteys​​Bueno, pues ya son las nueve. Me pego al televisor. Tengo muchas dificultades para oír qué dice su majestad porque mis vecinos tienen muchas cacerolas. Y mucha energía. El Rey aparece de pie. Detrás suyo hay una puerta abierta que da a otra sala donde hay un jarrón vacío y una planta. La estética es de notaría los años 60. Antes de Cristo. No soy muy de distinguir y afinar la descripción de los colores pero diría que la corbata es lilosa. Pregunto de urgencia a Patricia Centeno, experta en estas cosas y me comunica que es el color de su estandarte. Del de Felipe VI.

Sorpresivamente, vaya por donde, el Rey sólo habla del coronavirus y no de su tema. O tal vez hablando del coronavirus, aprovecha para hablar de "lo suyo". Quizás sí, sobre todo extrayendo estas frases: "Hay momentos en que la realidad nos pone a prueba". Si chico. A ver si pasas la prueba. "Hay que resistir y aguantar". Ya lo vemos, ya. "Es una crisis temporal. Un paréntesis en nuestras vidas ". Eso ya lo veremos. "Este virus no nos vencerá". Otra gente también lo dijo en su momento y acabó fatal.

En total siete minutos y buenas noches. Un éxito. Absoluto. Menos mal que mañana será otro día y tendremos tiempo de analizarlo con calma ...