Subo la persiana. ¡Feliz domingo de Ramos sin ramos! Hoy otro sector, en este caso el de las palmas, también se ha ido a tomar viento. El siguiente será el de las monas. De momento. Este, pues, es un domingo donde la gente tendría que batir palmas y busca mascarillas. Sin éxito. Porque ahora resulta que nos tenemos que poner mascarillas. Primero nos dijeron que no hacía falta, después de que sí pero no todo el mundo, ahora que sí y todos... Y resulta que nos tenemos que poner una cosa de la cual no hay. ¿Oigan, si saben que no hay mascarillas, por qué nos dicen que nos pongamos mascarillas? Son aquellas cosas que no se entienden. Como según qué administraciones de medicamentos. Sobre todo los que dan a las personas mayores.

Ayer, cuando ya era hoy, salió en el FAQS de TV3 el señor Joan Ramon Laporte, catedrático de farmacología y, de momento, en la lista de bibliotecas que aparecen detrás de gente que sale por la TV desde su casa, récord mundial. En cantidad y, sobre todo, orden. Pues bien, el señor Laporte alertó de una cuestión que los que tenemos padres con una espléndida mala salud de hierro observamos a menudo con estupor. Él lo centró en medicamentos de estos que se recetan a las personas mayores "de oficio", porque "toca" y porque en general "van bien". ¿Usted tiene más de 80 años? Pues tiene que tomar esto. Son medicamentos que mejoran la salud y la calidad de vida, pero que, también, perjudican la respiración y en caso de sufrir la COVID19 agravan la inflamación pulmonar. O sea, el señor Laporte estaba defendiendo que habría que valorar la administración de según qué medicamentos en general y, sobre todo, ahora.

Servidor de usted puede explicar, porque lo ha visto con sus propios ojitos, como un par de médicos un buen día decidieron mirarse toooda la medicación administrada a mis señores padres. Analizaron por qué tomaban cada cosa, quién se lo había recetado, cuando y por qué. Reordenaron y racionalizaron el conjunto, eliminaron la mitad de pastillas y consiguieron un efecto doble: mis padres mejoraron la salud de una manera evidente porque hasta aquel momento iban sobremedicados y ahorraron dinero a la sanidad pública. De esto ahora le llaman un win-win. Cuando pasó, ya hace un tiempo, nosotros le llamamos seny. Es que en casa somos antiguos.

Pero volvamos a hoy. Como era festivo, hemos hecho una comida-skype. Consiste en hacer una comida de hermandad, pero virtual. Y la analista social presente nos ha sacado el tema llamado "está muriendo tanta gente que no lo podemos asumir". Le resumo la reflexión. Mañana ella entierra a una persona muy querida y sólo podrá ir al cementerio para hacer un trocito de ritual de despedida. Cuando la actual situación acabe, volverá a la residencia para recoger las cuatro cositas que la persona difunta tenía. Tanto da cual ha sido la causa de la muerte, el hecho es que ya no está. Pero no es sólo esta persona quien falta. Otra gente está muriendo. Algunas han pasado días en las UCIs, otras no superan ni tres días de fiebre. Nuestras sociedades entraron en choque con el confinamiento. Ahora seguirán en choque porque la pandemia ya tiene nombre, cara y recuerdos vividos en primera persona. Y lo que nos queda aún por delante... Ella ahora tiene la misma sensación que cuando los atentados de La Rambla y Cambrils. Todo es tan bestia que parece como si nos escondiéramos dentro de una cúpula de vidrio para protegernos de una barbaridad tan desproporcionada que se nos escapa al raciocinio. No, no es huir de la realidad sino que es como si quisiéramos no molestar. Como si la pena propia no fuera lo bastante relevante, vistas las circunstancias.

Pero antes de todo esto de la comida-skype reflexionando sobre como la sociedad afronta sus miles de muertos, los domingos también eran fútbol. ¿Qué paradoja, verdad? ¿Se acuerda del fútbol? Ahora que empiezan a plantearnos qué pasará "después de" y como volveremos a la normalidad, recuperamos palabras prácticamente olvidadas como "liga" y "champions". Los que saben de virus dicen, con más o menos matices, que las grandes aglomeraciones de personas, será lo último que retornará. Como el fútbol son entre 50 mil y 100 mil personas en un espacio reducido, es evidente que ni en junio ni en julio veremos partidos. Al menos con público. Pero hay a quien plantea jugar a puerta cerrada. ¿Por qué? Porque hay centenares de millones de euros en derechos televisivos esperando ser cobrados y que sin espectáculo no se ingresan. Demasiado goloso.

Sólo plantear la posibilidad de jugar partidos a puerta cerrada nos dice lo qué significan los espectadores para alguna gente del fútbol: un puro decorado. Son muñecos que sirven para darle una pretendida pasión al invento. Y nada más. Y, encima, pagan. Entrada o abono. Y no baratos. O sea, el público del fútbol paga para hacer de decorado. Y si no llena el campo, en las zonas vacías de la gradería ponen lonas con gente pintada. Pues mire, quizás la solución es jugar a puerta cerrada con lonas y poner efectos de sonido de ambiente. ¡Y a cobrar los derechos!.

Total... que este fin de semana tampoco habrá fútbol. Ni el próximo. Ni el otro. Y que el fútbol, como nuestra vida, algún día volverá a la "normalidad" sin tener todavía muy claro si "la normalidad" será seguir haciendo de muñeco y pagando. Y no sólo en los partidos de fútbol. Y se trata también de saber si, entre todos, haremos alguna cosa para dejar de ser los muñecos de un gran negocio donde la pasta se la llevan los otros.