Subo la persiana. Seguimos en invierno. En condiciones normales el titular del día sería posiblemente: "Las últimas nevadas hacen aumentar las reservas de Semana Santa en las zonas de montaña. Se espera un pleno absoluto". En cambio, el titular que nos vamos repitiendo mentalmente hace días es: "A ver si este verano han levantado el confinamiento y conseguimos ir algún día a la playa a meter los pies en remojo".

Mientras miro por la ventana y observo que hace días me visita un pájaro que nunca había visto hasta ahora, le doy vueltas a las cifras. A las de afectados y a la de muertos por el virus. Por eso tenía mucho interés en oír este mediodía al alcalde de Igualada, Marc Castells. Hace días que la cifra de infectados es irreal porque no le hacen la prueba a todo el mundo sino a quien presenta síntomas o tiene un cierto riesgo de sufrir la enfermedad. Y no siempre. Pero es que la de muertos tampoco es cierta. Y eso no es ninguna acusación contra nadie de querer esconder nada, sino una simple constatación. Confirmada hoy por Castiells en su comparecencia con números en la mano. Él lo ha dicho muy claro, el objetivo es actuar como lo hacen en el norte de Italia, es decir, dando todas las cifras. Porque eso nos permite tener una radiografía exacta de la situación que sufrirá el resto del país en unos días

En la Conca d'Òdena, la zona con la tasa de mortalidad más alta de Europa, resulta que el mes de marzo del año pasado hubo 47 defunciones. Y la media de los últimos cinco años es de 46. Pues bien, a fecha de ayer, 30 de marzo, este año ha habido 140 muertes, de las cuales oficialmente 40 lo han sido por coronavirus. Si le sumamos las 46 que tocan por estadística, son 86. Por tanto, hasta los 140 hay 54, más del doble que la media, que por lógica no tendrían que haber muerto, pero lo han hecho y no sabemos por qué. Y me temo que nunca lo sabremos oficialmente, aunque no es muy difícil de suponer.

Insisto, no es ninguna acusación. Entiendo que es muy complicado, y quizás peligroso, y quizás poco útil analizar con detalle las causas del 100% de las muertes que hay estos días. Seguramente. Pero si no sabemos las cifras reales, es probable que las conclusiones no sean muy exactas.

Por la tarde he ido a can Melero (Tot es mou-TV3) donde, de entre otros, han entrevistado Oriol Mitjà, investigador de enfermedades infecciosas. Una de las cosas que él ha propuesto plantea, creo, uno de los grandes debates sociales que vendrán. Y va sobre el control de nuestros datos. Él dice que cuando acabe el confinamiento, toda la población nos tendríamos que hacer un test rápido para saber si sufrimos o hemos sufrido el coronavirus. Quien ya lo haya tenido ya no lo puede transmitir ni volver a sufrirlo, por lo tanto, vida normal. Quien dé positivo, continúa confinado. Y a quien dé negativo, habrá que hacerle un seguimiento porque todavía corre el riesgo de infectarse y, por lo tanto, de seguir transmitiendo el virus. Es lo que Mitjà denomina "DNI vírico". Tú vas con tu prueba a un lugar con gente y si estás limpio, pasas. Y eso garantiza espacios llibres de virus y evita contagios. Esta medida iría acompañada de un sistema de geolocalización a través del móvil que permitiría saber los movimientos que han hecho los infectados y con quienes han interactuado, cuando y donde. La cosa iría así: ¿El señor Z da positivo? Pues miramos donde ha estado las últimas dos semanas. Tal día estuvo en un súper cerca de la señora M que tenía el móvil 3456. Miramos qué dice el test de la señora M. ¿Ya pasó el virus? Descartada. No lo ha pasado? Confinamiento. Y así con todo el mundo.

Claro, esto choca con la protección de datos, uno de los derechos ganados últimamente en las democracias más avanzadas, pero también con la privacidad y las libertades individuales. ¿Por qué tienen que saber dónde he estado, cuando y con quien? ¿Quién me garantiza que estos datos no se usarán con otras finalidades? "No tengo nada que esconder", dirán algunos. "En un mundo donde regalamos nuestros datos sin descanso, ya no viene de aquí", dirán los otros. Pero la pregunta es: ¿Estamos dispuestos a perder libertades y a estar controlados permanentemente a cambio de poder movernos libremente y teniendo la garantía de que la persona de nuestro lado no nos contaminará? ¿Y si cedemos en eso, cuál será el siguiente paso, un DNI con nuestro ADN donde dirá a qué edad tendremos cierta enfermedad, cosa que hará que no nos contraten algunas empresas, no nos hagan un seguro de vida o nos nieguen una hipoteca o alquilar un piso?

Cuando se habla de los posibles cambios sociales de la era post-coronavirus, es probable que este sea uno de los grandes debates que vendrán y que, quizás, cambiarán definitivamente nuestras relaciones personales y nuestra manera de vivir. Mientras pienso en ello, bajo la persiana. Falta un día menos para que eso de ahora acabe y, definitivamente, empiece un mundo que no tenemos ni idea de cómo será, pero que tiene cara de que será muy diferente.