Pondré como ejemplo a Fernando Simón, aquel señor que pronto hará un año sale a explicar la cosa del virus. Y lo utilizo a él porque justamente hoy está circulando un vídeo que han emitido este fin de semana en los informativos de Antena 3 con manifestaciones suyas donde no acierta ni una.

Si hago caso de lo que veo, el señor Fernando Simón es un impresentable que no tiene ni idea de nada y tendría que haber dimitido hace meses. Ahora bien, estoy convencido de que con las horas y horas que esta persona humana ha estado hablando durante todo este tiempo, se podría hacer otro totalmente contrario. Es decir, uno donde lo acertara todo. Y ahora usted me dirá: ¿eso es posible? Bien, entiendo que este señor ha ido explicando las cosas en función de la información de la que disponía en cada momento. Y no necesariamente la información que tenía él ha sido siempre la correcta. O sea que, imagine la que teníamos los otros.

De hecho, lo que vamos sabiendo ahora mismo sobre la famosa cepa inglesa, una información que recibimos cuando todos (y todas) ya tenemos conocimientos como para aprobar segundo de epidemiología, tercero de vacunas y un máster sobre análisis de datos, va cambiando día a día. Hemos pasado del "no hay casos" al "que no nos pase nada" y del "infecta más pero es más suave" al "puede ser que pronto los hospitales estén peor que en marzo del año pasado". Por lo tanto, como el criterio de un servidor de usted sobre pandemias y virus es comparable al de un ficus, si ahora me pregunta: "Oiga, señor juntaletras, ¿el señor Simón es un genio o un impresentable", mi respuesta es: "no tengo ni idea". Y si me pregunta qué creo que sucederá le diré que, como afirmaba Carles Flavià, "y yo qué sé". Y estas respuestas cada vez me vienen en la cabeza más a menudo.

Podría afirmar y afirmo que, en general, cada vez estoy más instalado en este "y yo qué sé". Porque leo una cosa, me la miro bien, intento entenderla, quedo absolutamente convencido de que aquello es de aquella manera y... al cabo de cinco minutos leo una cosa que dice justamente todo el contrario. Ojo, y las dos cien por cien argumentadas. Entonces, ¿cuál me creo? Y no hablo sólo de la pandemia, que también. La cuestión es que como soy ignorante en un montón de cosas, cada vez más estoy en manos de gente que en todo lo que dice esconden unos intereses que la mayoría de veces desconozco y que me hacen ir más perdido que un humano partidario de la fidelidad en "La isla de las tentaciones".

He puesto el ejemplo de Simón porque unos y otros lo atacan y lo defienden dependiendo de la camiseta política que llevan y no porque unas veces tenga razón y en las otras no. Permanentemente, dos realidades opuestas que, quizás, las dos tienen siempre una parte de verdad y una de mentira y, en consecuencia, de manipulación. ¿Ahora bien, cuál de las dos es la verdadera? Y yo qué sé. ¿Y le diré más, qué narices es la verdad?

Imaginemos que la ciencia nos permitiera llegar a la verdad más pura posible. Una verdad de laboratorio sin ninguna contaminación externa. 100% aséptica. Muy bien, y una vez la sé, ¿me gustará conocerla? Si resulta que me lo desmonta todo, ¿querré creérmela o preferiré pensar que la pureza más pura no existe y buscaré una excusa para ponerla en cuestión? Quizás diciendo que aquel laboratorio ha creado una cierta pureza para llegar a una cierta verdad. La suya.

Como ve, acabo de largarle un rollo bastante importante sólo para intentar explicarle mis inmensas dificultades para saber si lo que tengo delante de mis narices está sucediendo o alguien me está construyendo un espejismo. Que sí, que ya lo sé que esto siempre había sido así, pero es que ahora ya no les importa que les veamos la trampa. Porque saben que no pasa nada ni nada cambiará. ¿Por qué? ¡Y yo qué sé!