Lo mejor del caso Messi es que puedes opinar de él sin saber de fútbol. Porque no va de fútbol. No, va de comportamientos humanos, de luchas de poder y, sobre todo, de eso tan catalán como son los enfrentamientos de los unos contra los otros. Y de los otros contra los unos. Los Capuleti fuente los Montecchi, pero con una pelota de cuero en vez del balcón de Julieta y con el aliciente de que todo el mundo puede escoger a su propio Romeo. ¿Que romántico, verdad? Total, que pontificar sobre este caso es tan facil como hacerlo sobre informática o la pandemia, que todos nos vemos capacitados.

A falta de saber si la estrategia tan deficiente del equipo asesor de Messi es una aparente derrota a corto plazo para acabar ganando el partido a largo y forzar la situación, uno de los temas más apasionantes de la cosa es el famoso burofax. De la gloria a la miseria en un pim-pam. El planeta entero preguntándose que narices es un burofax, el burofax logra estar en boca de todo el mundo y la fama va y le dura una semana. Aquellos cinco minutos de gloria a los que tenemos derecho en nuestra vida cada vez son más cortos, también para el pobre burofax. Y si no que lo pregunten a Periscope, Second Life, Google Glass y Google Plus, Bing y los diversos consellers de Cultura (y varias conselleres) que pasan por el cargo a gran velocidad.

La gran noticia para el país es que Messi es muy como nosotros. Por eso ha resuelto su problema con el presidente del Barça con nuestro famoso método denominado "política catalana moderna". O sea, patada p'alante y ya nos lo encontraremos. Y cuando dentro de un tiempo nos volvemos a encontrar el problema, entonces ya veremos qué hacemos. Y si hace falta, nueva patada y si tenemos suerte pasarà alguna cosa que lo solucione o que provoque que la gente ya no se acuerde de nada.

Pero la gran cuestión es que todo esto está pasando sin que el "sossi" (aquel al cual no se le puede engañar), ni "el amigo peñista", ni el "patitsant" (al cual tampoco se le debería poder engañar) puedan ir al Coliseo y mostrar el pulgar hacia arriba o hacia abajo. ¿Se imagina qué sucedería en el Camp Nou con Bartomeu en el palco y Messi en el césped, después del 8-2, del burofax, del me-voy-pero-ahora-me-quedo-porque-ahora-mismo-no-tengo-donde-ir y sel si-Messi-dice-que-la-culpa-es-mia-yo-me-voy-pero-lo-ha-dicho-y-me-quedo-igualmente? Medio estadio silbando al presidente y la otra mitad al jugador. Qué panorama. En cambio ahora, gracias al COVID, ni pañoladas, ni gritos de "Bartu dimisión", ni de "Messi pesetero". Lo que le decía, una crisis resuelta a la catalana, que es la manera de no resolver nada y que en cien años, todos calvos.

La duda es saber si Messi decidirá rendir en el campo durante la que (de momento) es su última temporada como azulgrana, si los compañeros estarán por la labor, si el entrenador podrá crear un equipo y si los futuros candidatos a presidente se sentarán con el jugador para intentar negociar que se quede cuando, después de las elecciones, Bartomeu se vaya. Es decir, ahora mismo todo es una inmensa duda, una incertidumbre y una provisionalidad total. Y después todavía hay gente que pone en duda que el Barça es lo que más se parece a Catalunya. Y viceversa.