Pronto hará un año que hubo un insistente run-run pidiéndole a Jordi Pujol que "estirara de la manta". La gente presuponía que el expresident sabía muchas cosas del rey emérito y creía que era momento de explicarlas para poner en compromiso el Estado.

Preguntado sobre este tema, Jordi Pujol, que dice que está totalmente retirado pero que sabe perfectamente qué pasa en el país y ―por lo tanto― ya le había llegado el rumor, afirmó que él no tenía ninguna manta por estirar. Sencillamente, porque no tenía información comprometida sobre Juan Carlos. Lo podemos creer o no, pero este ya sería otro tema. El caso es que a continuación hizo un comentario sobre la vida personal-privada-sentimental del monarca que no puedo reproducir públicamente, pero tiene que ver con las amistades femeninas que le están apareciendo estos días al señor emérito como aparecen setas en los pinares durante los otoños lluviosos.

Durante muchos años el rey Juan Carlos no tuvo ningún problema en aparecer en público, en ambientes reducidos pero en público, con varias señoras que no eran la reina Sofía. De la misma manera que cuando aparecía con ella tampoco tenía ningún problema al manifestar la máxima indiferencia y menosprecio. Y resulta que todo el mundo lo sabía, como aquello de Pujol y los negocios de su hijo. Pero nadie decía nada.

Curiosamente, el destino ha vuelto a cruzar en Suiza las trayectorias de los que, junto con Felipe González, protagonizaron la política española durante los años 80 y 90 del siglo pasado. El rey que tuvo que abdicar para intentar salvar el sistema y sus cuentas en el país helvético y sus comisiones allí donde estuviera y el president que tuvo que abdicar socialmente por culpa de la herencia del "avi Florenci" que había dejado de explicarnos. Ahora unidos por la última línea de la biografía, aquello que siempre había inquietado tanto a Jordi Pujol.

El uno cruzó la línea de lo que era admisible y puso en riesgo demasiadas cosas. El otro se hizo indepe. Y los dos salieron por la puerta de atrás del sitio que tenían reservado en el altar de la historia. Con una diferencia. Usted transite por lo que sería la media española, sociológicamente hablando, y pregunte "por los Pujol" (sí, porque no es Pujol en singular sino en plural). Y después pregunte "por Borbón" (este sí, en singular). No hay color. Por la intensidad de los improperios, digo. A favor "de los Pujol". La intensidad, digo. Al menos los decibelios.

¿Estoy afirmando que "los Pujol" no se merezcan la censura? Nooor, estoy diciendo que, una vez más, comportamientos parecidos reciben reacciones diferentes. Y actitudes. No ya de los medios de comunicación, cosa que entra en el sueldo y por contrato, sino de la sociedad. La herencia olvidada y lo que vino después permitió relacionar corrupción y Catalunya como pueblo. También aquí. Era la Catalunya corrupta que había creado una cosa denominada el independentismo para tener una tabla de salvación donde agarrarse. Se tapaban con la bandera para robarnos.

En cambio, el Rey emérito transita tan tranquilo. A nadie se le ha ocurrido pedir que renuncie a ninguna prerrogativa como sí pasó con Pujol. Nadie dice que para tapar la corrupción y las comisiones Juan Carlos se tapara con ninguna bandera. El PP y el Estado se han escondido en el españolismo, en el anticatalanismo y en la unidad de la patria para tapar la corrupción que rezuma cloaca abajo. Pero ante esta realidad, la derecha y hasta hace no mucho también la izquierda han silbado los grandes éxitos de Ray Conniff.

Y a un servidor, qué quiere que le diga, le molesta mucho que le birlen la cartera y que le tomen el pelo. Su autor se llame Jordi o Juan Carlos.