A falta de bares y restaurantes, las noches de este fin de semana, servidor de usted se ha dedicado a recorrer diversas ciudades del área de BCN a ver qué. Y este "qué" es muy sencillo de explicar: Ni Dios. Ni gente por la calle, salvo alguna familia y algún grupo de jóvenes, ni tráfico. Por cierto, inciso. No sé si tienen que ser los padres, los institutos y las universidades, una campaña de la Generalitat o llevándolos a urgencias y que vean la realidad de la vida, pero alguien tendría que explicar a los chiquillos que la nariz va por dentro de la mascarilla y no poor fuera. "LA NARIZ DENTRO DE LA MASCARILLA, HOSTIA!. Total, que el panorama parecía un 1 de enero lluvioso a las nueve de la mañana. Lógico, sin lugares donde ir, ¿donde vas que ir, verdad?

Y si los fines de semana el panorama era este, es fácil imaginar que entre semana el aspecto de las calles todavía se parecerá más a lo que había durante el confinamiento. O sea, sólo circularán bolas de polvo rodando, como en las películas del oeste. De hecho entiendo que uno de los objetivos del cierre de bares y restaurantes era este, reducir al máximo los contactos y el movimiento.

Pero a falta de bares y restaurantes abiertos, las mañanas de este fin de semana servidor de usted se ha dedicado a recorrer aquello que le llamamos "el bosque" de varias ciudades del área de BCN. Y por la tarde he recorrido varios centros comerciales, que son los bosques del consumo. Y aquello estaba a reventar. ¿Sabe como cuando el confinamiento, que teníamos unas horas para salir a hacer deporte y se apuntó gente que su última relación con el ejercicio fue ver las pruebas de tiro con arco de los JJOO de Barcelona? Pues estaríamos en eso mismo. Ah, y en las zonas de vermut (o aperitivo) cerca del mar, la gente lo hacía igualmente pero sentados en cualquier sitio.

Por lo tanto, hemos cambiado las terrazas de los bares con familiares y amigos todos bien juntitos (y juntitas) comiendo, bebiendo y hablando a tocar, sin mascarilla y durante bastante rato por grupos de gente al aire libre con mascarilla, cosa que implica poco riesgo de transmisión, y en tiendas de espacios cerrados pero llevando mascarilla y con estancias relativamente breves, cosa que también reduce el peligro de contagio. Y esta imagen me ha provocado un "y si...". Un "y si..." muy equidistante y de tercera vía.

Yo no soy epidemiólogo pero quiero poner sobre la mesa una reflexión que ha venido para quedarse rompiendo una lanza a favor. Cuando un grupo familiar de convivencia estable o burbuja va a un bar o en un restaurante, ¿el riesgo de contagio entre ellos es cero, no? Bien, o al menos es el mismo que si estuvieran en su casa. Entiendo que la cosa se complica cuando el grupo de convivencia habitual se encuentra con la yaya o la tía de Tiana y que este riesgo existe en el restaurante o en el bar pero también en casa comiendo el domingo canelones y bonito a la plancha. Y no por el lugar donde están sino porque no conviven habitualmente pero están muy cerca y comiendo desprotegidos. Por eso nos dicen que evitamos reuniones familiares de más de seis personas. ¿Sería esto, no?

Por lo tanto, el problema en los bares y restaurantes no se soluciona separando más las mesas, porque quien se contagia entre sí son los que se sientan en la misma mesa y pertenecen a grupos de convivencia diferentes. La solución, quizás y dicho desde la ignorancia más absoluta, es separar los grupos no habituales de convivencia que están en la misma mesa. ¿Cómo? Con mamparas, como cuando vas a correos, al banco o al CAP y te atiende una persona al otro lado del mostrador.

¿Es muy bestia comer o hacer el vermú con alguien de quien te separa una mampara? Quizás sí, pero de esta manera bares y restaurantes pueden estar abiertos, por ejemplo, hasta las 11 de la noche (por decir una hora). Y de esta manera salvamos miles de puestos de trabajo directos y los indirectos de los proveedores.

Hey, no sé. Como todo el mundo dice la suya, he pensado: "Calla, aprovecha tú también...".