Minuto 12 del Barça-Madrid del domingo. Luis Suárez hace una jugada cerca del área pequeña rival. Keylor Navas, portero blanco, sale a cubrir portería y hace caer al delantero blaugrana. En la imagen televisiva parece que le agarra el pie. Si fuera así sería penal. ¿Nos miramos la repetición a ver si salimos de dudas? Pues no, no podremos hacerlo. ¿Por qué? Porque no hay repetición. De hecho, no hay ni jugada.

En el momento de la retransmisión en directo, esta jugada no se repitió, a pesar de ser la caída de un jugador en el área. Y el momento en cuestión tampoco aparece en los resúmenes servidos por la Liga de Fútbol Profesional, único proveedor de contenidos relacionados con los partidos de  División. Por lo tanto, si ellos no la distribuyen dentro del resumen que elaboran para ser consumidos por todos nosotros, la imagen no existe. Y sin imagen para mostrar, no hay jugada. Y sin jugada no hay polémica sobre ningún posible penalti y, por lo tanto, cambia totalmente la discusión post-partido.

Pero más allá de si fue penal o no, lo que plantea este caso es la censura que puede ejercer quien tiene el monopolio de la información. Sea de un partido de fútbol, sea de un mitin, sea de cualquier hecho o situación.

Quien tiene unas imágenes en exclusiva decide qué enseña y qué no. Y, sobre todo, decide cómo lo enseña. De manera tal que crea el relato oficial e indiscutible sobre aquellos hechos. ¿Por qué? Porque no hay ningunas otras imágenes que puedan contradecirlo.

Pongamos un ejemplo. No es lo mismo mostrar un acto del político A y, entre la elección de sus frases más brillantes, insertar imágenes de gente joven y de apariencia agradable que sigue la intervención con mucha atención y con una actitud enfervorizada, que hacer una pieza del político A con los momentos donde se ha equivocado, ha tropezado leyendo o ha hecho un gallo e insertar imágenes de los más feos de la sala y, si puede ser, hurgándose la nariz, bostezando o mirando el móvil.

En este caso, todas las imágenes que veremos serán reales y nadie podrá decir que son mentira, pero sí que son una manipulación consciente de la realidad. Y el problema es que será una manipulación indemostrable por la inexistencia de material para ofrecer un relato alternativo que desmienta al oficial. Y es que, de hecho, siempre que explicas una cosa, estás dando tu versión. Conscientemente o inconscientemente. Sea un periodista en una pieza donde explica una situación, sea el mismo periodista explicando cómo le ha ido el día mientras cena en casa con la familia. La gran diferencia es la trascendencia pública de una y otra situación.

Ahora bien, el mejor ejemplo son estas fotos. Un mismo momento del príncipe Guillermo visto desde dos ángulos y con dos significados absolutamente opuestos:

La imagen es del momento en que Guillermo sale de visitar a su mujer Kate Middelton, que acaba de parir el tercer hijo de la pareja. Si usted sólo ve la foto de la izquierda es evidente e indiscutible que está haciendo un gesto obsceno. Si los derechos de imagen de los duques de Cambridge los hubiera tenido en exclusiva Reuters, que es quien distribuyó la foto, habría quedado para la posteridad que el día en que el príncipe Guillermo es padre por tercera vez se dedicó a hacer una peineta a la prensa y a los curiosos situados en la puerta del hospital. Pero como en el lugar había otros fotógrafos situados en otros puntos, tenemos la foto de la derecha, de Cordon, y resulta que la imagen real y verdadera es la que muestra tantos dedos como hijos tiene.

Pues pasa igual con la jugada que nos ocupa, o con imágenes que suceden en las gradas de los campos de fútbol y que están relacionadas con el color amarillo, o con ciertos gritos que se expresan en los minutos 17.14 de los partidos.