Este año en el cual ya no podía suceder mucho más, comparado con el pasado, empezó con una rave descontrolada. Y desde entonces no hemos parado de superarnos. Sin freno. En sólo 19 días hemos destrozado la mítica frase del no menos mítico director de cine Cecil B. DeMille que decía: "Las películas tienen que empezar con un terremoto e ir creciendo en acción".

El problema es que damos tantas sacudidas que parece que al mando de lo que sucede en la nave Catalunya esten los asistentes a aquella rave. Concretamente los que se quedaron hasta el final. Suerte que cada noche dejamos el sorpresómetro a cargar y cuando por la mañana nos levantamos tenemos bastante batería como para asumirlo todo sin mover una pestaña. Fíjese en que nos están pasando cosas que nunca en la vida habían sucedido. Y van cayendo delante de nuestras narices una tras otra. Y cada día son más extrañas. En política, justicia, deporte, y ahora en las elecciones. Y por no hablar de eso de Lidl i Thermomix, que es el tema que de verdad interesa a la gente.

Nuestra vida está monopolizada por los epidemiólogos y los juristas, con intervenciones puntuales de los meteos. Pero, sobre todo, por los jueces. Creo que ganaríamos tiempo (y dinero) suspendiendo definitivamente las elecciones y nombrando a un juez (o una jueza) President de la Generalitat. O a los dos. Total, ya no viene de aquí. Sí, porque en este país al final todo acaba pasando por un tribunal. TODO. Por cierto, unos tribunales que aplican unas leyes que no han previsto nada de lo que está sucediendo porque resulta que la mayoría de las cosas son inéditas. Y ya se sabe que las leyes son como el culo de las personas, que siempre van por detrás. De hecho una ley es aquello que intenta poner orden en una cosa que ya ha pasado antes. Y no es el caso.

Total, que Josep Asensio, un señor que era mosso, que todavía no sabemos exactamente por qué dejó de serlo, que se puso a estudiar derecho porque dice que los abogados eran caros y él tenía muchas ganas de visitar mucho la justicia, y que también tiene la carrera de Filología Hispánica y que ahora está estudiando telecomunicaciones, un señor hasta ahora era totalmente anónimo, ha tumbado —de momento— las elecciones. Y ha generado un problema que ya veremos como acaba.

Total, que hoy añadimos a la lista de momentos que nunca habíamos visto en toda nuestra puta vida unas bonitas elecciones aplazadas que después se han desaplazado cautelarísimamente por la acción de un particular y que quizás pasado mañana se vuelven a convocar para dentro de tres semanas, o que quizás se pasan a marzo, o que quizás se acaban celebrando en mayo. O yo que sé. La pandemia nos ha enseñado a improvisar, que es una cosa que en principio está muy bien, pero quizás no era necesario tanto. Contención, por favor.

Sí, hemos quedado que las cosas que empiezan haciéndose mal, acostumbran a acabar mal. La cuestión es que hemos llegado a un punto de lucha en el fango que ya no tiene marcha atrás. Ahora, pase lo que pase, las elecciones, sean cuando sean, ya no serán "normales". Todos los partidos culparán de sus resultados a esta anormalidad permanente y seguiremos hablando de cómo era la cáscara de la avellana, obviando que por dentro estaba rancia. Por no hablar de la cantidad de posibilidades que ahora se abren. ¿Y si finalmente las elecciones son el día 14 y me toca ir a una mesa electoral, soy un grupo de riesgo, tengo miedo de contagiarme, o considero que las garantías sanitarias del centro de votación no están suficientemente adecuadas, qué? ¿Me obligarán por la fuerza a ir? ¿Oiga, y mi salud? Por Navidad me zampé el cocido por Zoom, ¿y ahora me obligarán a ir a una mesa? ¿Y si todo el mundo presenta recursos para no ir? ¿Y si me contagio? ¿Y si después yo contagio a otras personas? ¿Y si alguien de estos contagiados acaba muriendo? ¿Cuántas demandas se pueden llegar a presentar? Contra el TSJC, contra el señor Asensio, contra el Gobierno, o contra vaya usted a saber quien.

La rave permanente ha venido para quedarse. Y esta frase también.