Vivo con miedo. Con mucho miedo. Transito por mi humilde domicilio atemorizado Voy por el pasillo más cagado que si acabara de oír 10 anuncios alarmistas de Securitas Direct seguidos, que es una de las cosas que provocan más terror y más pánico del mundo.

Mis mañanas ya no son de gozo y jolgorio como lo eran antes, cuando acabado de levantar corría alegre y despreocupado hacia la ducha pensando que empezaba una bonita jornada en la que todo sería maravilloso. Aquel gozoso "tralará, tralará" que cantaba graciosamente se ha convertido en un "ay, ay, ay" de temor. Imagine dónde ha llegado la cosa, que me he puesto un candado en la cortina de la ducha. Con doble llave. Y cada día me las trago. Las llaves. Las dos. Por si acaso. El médico me dice que ahora voy muy bien de hierro, pero que coma mucha fibra porque tengo tanta acumulación que ya parezco una ferretería.

Y lo peor de todo es que este no es el momento más dificultoso del día, no. Sólo es el primero de muchos otros momentos que no paran de venir. Sin piedad. Ni compasión humana. Cuando menos me lo espero, allí aparecen. Y sin avisar. Por sorpresa total. El uno o cualquiera de los otros dos. Y alguna vez, los tres a la vez. ¡¡¡Patapam!!! Aparece el primero y, sin posibilidades de rehacerte, llega el segundo. Y cuando crees que empiezas a sacar la cabeza, ¡uhhhhhhh!, te acaba de rematar el que faltaba. Actuando sin compasión ni respeto. Aunque fuera por mi edad.

Efectivamente, lo ha adivinado, estoy hablando del jalogüing de la política. Del susto-pasmo-espanto-horror-muchosmieditos permanentes provocados por tres señores que, a falta de tener alguna ocupación que los entretenga el día, se dedican a ocupar su tiempo hablando sin cesar.

Y hablan y hablan y hablan. Porque se ve que tienen una opinión sobre todo lo que pasa. Y sobre lo que no pasa, también. Tienen más cosas que decir que minutos para poder decirlas y que segundos tiene el día. Y si el día tuviera 9.751 horas, ellos las llenarían. Porque parlotean sobre cualquier cosa.

Ah, e importante, generalmente hablan mal. Porque no les gusta nada. De nada. Nunca. Y se pasan el día recordándonos sin descanso que tienen mucho interés en decírnoslo. Su filosofía ejecutiva es: ¿sabe que hace una micromilésima de segundo le he dicho una cosa? ¿Sí? Pues en la siguiente micromilésima le diré otra. Y así hasta el infinito de las micromilésimas.

Pablo Casado, Josep Borrell y Albert Rivera no callan ni debajo del agua. Son la noria que nunca para de girar. Y siempre están enfadados. Y cuando digo siempre, quiero decir siempre de siempre. Si ahora usted me pregunta: ¿Oiga, despotricaron de alguien o de alguna cosa el 13 de julio a las 21.40? ¡Sí! ¿Y el 3 de agosto en las 00.01? ¡También! ¿Y el 30 de febrero? ¡Sí! ¿Y el 30 de mayo de 1856? ¡Y TAAANTO! No habían nacido, pero el ADN correspondiente a sí mismos, y que ya habitaba en sus antepasados, estaba cabreado como unos alicates.

Y le diré más, el próximo domingo a las 22.52 también hablaran mal de un animal, vegetal, mineral o cosa. Sin descanso. Es imposible que callen. ¡Nunca! En ningún instante. El silencio es una posibilidad de llenar el tiempo impensable en los tres.

Charlan y charlan y vuelven a charlar, Casado, Borrell y Rivera, para ver nuestro cerebro estallar.

Si callaran, en el planeta habría más espacio. Estaríamos mucho más anchos y seguramente se acabarían los atascos, la mayoría provocados por gente a quien estos tres han agotado de tal manera que no tiene ni ánimo de moverse de sitio. Porque están derrotados. Humanamente. Y mentalmente. Y físicamente.

¡CALLEN, por favor! ¡CALLEN! Sólo un momento. Ya no digo que estén calladitos una hora, no. Sólo un momentito. De vez en cuando. Nada, unos instantes. Para que podamos respirar. Y después, ustedes ya continúan hasta el infinito, pero al menos tengan una cierta piedad de nosotros.