Waterloo es una ciudad belga de 30 mil habitantes situada a unos 18 kilómetros al sur de Bruselas. El centro es una calle que la cruza y allí se concentran los restaurantes y las tiendas. El resto es una gran zona residencial. Muy residencial y muy grande. Y en una de estas zonas, cerca de la estación de tren, está la que se conoce como la Casa de la República.

Y, ¿cómo es la casa?, se pregunta quizás ahora usted. Bien, pues entre un montón de casas de esas que cuando las ves piensas: "Aquí no me importaría nada vivir", la "nuestra" es austera. Cuadradamente austera. Que es una manera de decir que no es la más agradecida del barrio. Ni mucho menos. Eso sí, delante tiene una gran explanada de césped. Que es de propiedad municipal. Y el Ayuntamiento la cuida mucho. Pero solo hay césped y, como la única papelera que hay en la zona es para dejar restos de excreciones caninas, entiendo que es una explanada para el disfrute de los perros (y las perras) de los vecinos (y las vecinas).

Cerca de "nuestra" casa está la casa de una persona de origen español que ha decidido compartir con todo el barrio esta circunstancia colgando una bandera española en la ventana. Como diciendo, ¿verdad?

Y hablando de vecinos, al principio no les hacía mucha gracia que la relajada tranquilidad de la zona se viera perturbada por el movimiento de una casa donde pasan cosas permanentemente y que a menudo la visitan unos cuantos mediterráneos ruidosos. Sin embargo, gracias a la mano izquierda del entorno más próximo al president Puigdemont, la cosa se ha ido suavizando.

La Casa de la República tiene timbre. Justo en la entrada del pequeño muro de piedra que la rodea. Pero nadie llama. Los que vienen hasta aquí ven la casa, ven la placa de "Casa de la República" al lado de la puerta y van a ella directamente. Por este motivo ha habido que instalar una especie de cadena de plástico al lado del timbre exterior. Ahora ya solo falta un gran cartel donde esté escrito "TIMBRE". Y a ver si alguien lo utiliza.

La planta baja tiene tres habitaciones. La pequeña está habilitada como sala de espera y de reuniones. La grande tiene forma de L e incluye dos mesas grandes y dos sofás. Ah, y una urna del el 1-O y varios regalos en forma de cuadros y objetos de decoración.

Y ahora, si le parece, nos detenemos en uno de los cuadros que presiden esta sala y aprovechamos para saber más cosas del 1 de Octubre, cuando el president Puigdemont hizo el famoso cambio de coche dentro de un túnel.

Del resto de la casa, disculpe que no le explique mucho más, pero ya sabe lo de los catalanes y la discreción, ¿verdad?

Y él, ¿cómo está?

Cuando la gente sabe que has ido a ver al president a Waterloo, la primera pregunta que siempre te hacen es: "Qué, ¿cómo lo has visto"?. Bien, en dos horas de conversación grabada (y por lo tanto "oficial" y no off the record) es difícil saber cómo está realmente una persona. Pero es cierto que este Puigdemont, a pesar de las circunstancias, no tiene nada que ver con el Puigdemont con quien pude hablar ahora hace justamente 11 meses en un hotel de Bruselas.

Hace un año las comunicaciones para poder concretar la cita se hacían con teléfono fijo, por si acaso los móviles tenían orejas. La hora del encuentro era secreta, el lugar era muy discreto y todo tenía apariencia de una cierta clandestinidad, incluida la seguridad que lo protegía. Y el momento del encuentro fue muy emotivo.

Ahora, el president puede moverse libremente y con total seguridad por Bélgica, Alemania, Países Bajos, Reino Unido y Suiza, donde justamente se trasladaba al día siguiente de la entrevista para dar varias charlas y hacer lo que llaman "contactos internacionales".

Puigdemont siempre ha sido una persona contenida. En una conversación distendida, cuando le dices alguno te mira fíjamente como pensando qué has dicho y qué responderá él. Entonces levanta un poquito la cabeza y, como consecuencia de eso, baja la mirada sin perderte de vista, junta las manos y empieza la frase de respuesta en un tono suave y pausado, masticando mucho las sílabas.

En cambio, a la hora de las entrevistas ahora lo noto todavía más prudente que antes. Más a la defensiva. Con más piel de paquidermo. Y se percibe que los temas de política partidista del día a día le dan pereza. Mucha. Y se detecta fácilmente que hay un tema que lo remueve particularmente: el de las mentiras y manipulaciones que se vierten cada día sobre él y sobre el procés en general.

Aquí es cuando el president pasa a ser aquel periodista que se creyó su profesión:

Del resto de la visita, dos curiosidades. La primera, la presencia del abogado Gonzalo Boye en la Casa. Se fué al aeropuerto un par de horas después de llegar nosotros y pudimos hablar con él un rato de la estructura jurídica que construyó para poder llegar donde se ha llegado. Y en un momento dado le pudimos hacer la superoriginal broma del "y ahí lo dejo", que seguro nunca le ha hecho nadie.

La segunda tiene que ver con una de las tres excursiones que hicimos desde la Casa hasta el centro de la ciudad. Es un cuarto de hora caminando y no precisamente por calles transitadas. Pues bien, una de las veces a nuestro alrededor íbamos viendo a un tipo con un casquete de lana de color lila. En la cabeza, naturalmente. Yo iba hablando por teléfono y cambié de acera para que me tocara el sol ya que en la sombra hacía fresquito, y él cruzó al cabo de un rato. Si caminábamos más rápido, él estaba allí. Si íbamos más lentos, él también estaba allí. Hasta que al final no pude evitar decir en voz alta a mis compañeros: "¿Este tío nos está siguiendo o qué"?. Y, fiiiiiiiiiiu, desapareció a la velocidad de la luz.

Seguramente son imaginaciones mías, he visto demasiadas películas y aquel individuo era un simpático ciudadano waterlootiano que paseaba alegremente, pero, cuando después lo comentamos en la Casa, nos dijeron que a ellos también les pasan cosas parecidas. Y saludan con un "¡Hooooooooombre, Martínez, otra vez por aquí!".

Cosas de Waterloo...