Pues ya tenemos nuevo Parlament. A los amantes de las profecías de Nostradamus y del origen extraterrestre de las pirámides de Egipto les recuerdo que es la decimotercera legislatura. ¡Uh! Y el gafe ya se ha notado teniendo que hacer la sesión constitutiva fuera del habitual hemiciclo. Concretamente en el auditorio, inaugurado en el 2003, y que hoy estaba distribuido de tal manera que los 133 diputados presentes (faltaban Pau Juvillà -CUP- por haber sido contacto con una positiva por COVID y Lluís Puig -Junts- porque continúa en el exilio) parecían los asistentes a un examen de oposiciones a la administración pública.

Y, claro, aquella frialdad blanca de la sala ha deslucido el acto. Y sobre todo ha demostrado que las cosas con ceremonial, púrpura, mármol, terciopelo y mucha madera color marrón oscuro son más creíbles y transmiten solidez. En eso los catalanes somos expertos porque el pujolismo nos hizo creer durante 23 años que la Generalitat era un poder. Cuando cayó la cortina nos dimos cuenta de que realmente era una gestoría de pueblo y lo que nos pensábamos que era un Cirque du Soleil era José Luís Moreno con Macario mirándose "La isla de las tentaciones" en un bar de carretera donde sirven croquetas de la semana pasada recalentadas en el microondas.

Pero no nos equivoquemos, hoy estábamos donde siempre. Y la prueba ha sido que, sin que el presidente de la Mesa de edad -Ernest Maragall-, hubiera tenido prácticamente tiempo ni de decir buenos días, ya hemos oído el mítico "Señor Carrizosa, ¿por qué me pide la palabra?". En total la ha pedido dos veces. Para decir aquello de siempre. Después, cuando la nueva Presidenta de la Cámara -Laura Borràs- ha pronunciado su discurso, su grupo ha abandonado las sillas de escuela que ocupaban.

¿Problema? Cuando en la anterior legislatura Ciutadans abandonaba la sesión, pasaba una corriente de aire huracanada correspondiente al movimiento de treinta y siete diputados. Hoy, cuando se han marchado los seis que les quedan, por mucho que han intentado hacer una coreografía estilo coro, ballet y orquesta del ejército ruso, allí no se ha notado ni una brisa. Pero tenían que hacerlo. Los inventores de los happenings parlamentarios tenían que marcar territorio. Y VOX, quien será su heredero en el noble arte del filibusterismo constitucional, ha decidido permitirles este despido. A un partido que en cuatro días ha pasado de ser el más votado en Catalunya a estar en li-qui-da-sí-o, como diría Soraya Sainz de Santamaría. Y en toda España, empezando por Murcia, donde se ha cocido la jugada política más fail de la historia reciente de la humanidad. Dios les guarde de los asesores amantes de jugar a la ruleta rusa con balas en todo el cargador.

Pero la imagen que es la gran metáfora de lo que algunos todavía no quieren entender, allí y aquí y unos y otros, ha sido el abrazo entre Carme Forcadell y Meritxell Serret. El reencuentro entre la expresidenta del Parlament juzgada y encarcelada por un estado que se inventó la ley y una exconsellera que se ha pasado tres años en el exilio. Tardaremos más o menos, las personas que lo están sufriendo en primera persona tendrán momentos en que pensarán en enviar definitivamente a los suyosa can Felip, nos seguiremos peleando hasta límites de vergüenza, haremos las cosas de una manera que peor imposible, pero algún día nos abrazaremos con todos los presos y las presas y con todos y todas los exiliados. Y ellos y ellas también se abrazarán.

Y lo harán mientras observaran como Ciutadans, un decorado de espagueti western construido con cartón y chapa, no ha aguantado un par de lluvias y se ha deshecho como un helado en el desierto. Igual que antes le sucedió a UPyD. Y verán como los que siempre pierden pero resulta que siempre gobiernan, los de las tres estrategias irreconciliables, los de la mala salud de hierro, los de la unidad más desunida, los que fueron a la guerra nuclear con 100 gramos de piulas, estos, hoy tienen mayoría parlamentaria y en la Mesa del Parlament han pasado de 4-3 a 5-2.

- ¿Por qué me pide la palabra?

- No, porque antes de desintegrarme querría ir despidiéndome de los que, a pesar de que es imposible hacerlo peor, siempre se quedan.