En la mesa del lado del restaurante donde un servidor cenaba el sábado había una pareja relativamente joven, sobre todo ella, comentando las listas electorales. Sí, sí, como lo lee. Cada uno las tenía en su móvil y las iban repasando nombre por nombre:

- Verdad que este es aquel que...

- Sí, sí, seguro.

- A esta no la conozco.

- Si, hombre, es la que...

- ¡Ah, sí!

- Este apellido me suena...

- Espera, que busco a ver si es quién creo... Pues lo es...

- ¿Y qué hace aquí?

- No lo sé, pero este individuo es un cretino y un farsante. No pienso votar esta lista. Me sabe mal, pero no.

- ¿Cómo los debe haber engañado?

- Pues cómo ha engañado a todo el mundo desde hace años...

Esta escena, aparte de confirmar que aquello de que la política no interesa a nadie es un tópico del cuñadismo que ya ha pasado a la historia, demuestra que la independencia es el tema del momento no solo en Catalunya y España sino como valor del sistema político.

Los partidos políticos son conocedores de la mala imagen que tienen como institución, justamente en un momento en el que nos pasamos el día enganchados al móvil, a la radio y a la TV siguiendo el minuto a minuto de la actualidad política. Y para suavizar y disimular la ingesta de su propia existencia optan por incluir independientes en sus listas. Personas con una cierta relevancia socio-mediática ajena a la política y que suman, enriquecen y aportan. O eso se supone. Y aunque en su vida no hayan gestionado nada, contribuyen a mejorar la imagen de un mundo donde de lo que se trata es, básicamente, de gestionar. ¿Curioso, verdad?

El gran valor de los independientes es que proyectan la imagen de que pueden hacer lo mismo que los políticos profesionales, pero sin sus vicios. Los independientes no viven de la política; por lo tanto, todo lo que hacen no está enfocado a seguir viviendo de ella. No, se presupone que aplicarán el sentido común de quien está en eso de paso porque tiene una vida fuera y que no se moverá por intereses particulares o de gremio sino por el bien común.

Pero ahora viene la gran pregunta: ¿un independiente que aterriza en la selva de la política y que viene de la literatura, el deporte o la medicina, puede sobrevivir a las puñaladas que se producen allí dentro cada día? ¿Puñaladas aun más profundas de quien es del partido y lucha por conservar un espacio que tanto le ha costado conseguir y que ahora le peligra por culpa de un pardillo que viene de fuera?

¿Alguien que llega vestido de blanco a la fiesta del barro, puede salir de allí sin ninguna salpicadura? ¿Alguien que llega con el lirio en la mano a un mundo desconocido y lleno de tiburones, puede evitar ser mordido? ¿Eso de los independientes es una moda? ¿Es la excusa puntual de algunos para hacer la limpieza interna que otros dijeron que estaban haciendo y que no hicieron? ¿Servirá para hacer las cosas de otra manera?

De momento, y dependiendo de los resultados del 21-D, me temo que el Parlament será un lugar mucho más distraído. Y que sea distraído no es necesariamente positivo. Ni tampoco negativo. Sencillamente, es.