Existe una cosa que servidor de usted denomina "El síndrome de las cuatro gotas". Consiste en que todo funciona más o menos razonablemente bien, hasta que sucede alguna cosa no prevista -como por ejemplo que caigan cuatro gotas, como el nombre del propio síndrome indica- y todo se va al carajo. Ojo, pero en cinco minutos. Llueve un poquito y se estropean todos los semáforos, fallan un par de catenarias de RENFE, se va la luz en tres o cuatro ciudades importantes, ya la tenemos organizada y queda demostrado que todo pende de un hilo.

Fíjese en esto del portacontenedores que desde el martes está atascado en el canal de Suez. No hemos parado de ver mapas con el embotellamiento provocado y titulares como: "Un barco bloquea el comercio mundial" o "El barco atascado en Suez hace subir un 6% el precio del petróleo". Y comprobamos como, a pesar de ser la ruta que hacen cada día centenares de barcos que van de Oriente a Europa (y viceversa), se ve que nadie había previsto que podría pasar esto que ahora ha pasado. Por lo tanto, los remolcadores que hay en la zona no sirven para solucionar el problema. Y así ha sido como aparte de los mapas del tráfico parado también hemos visto fotos de una excavadora, que era como un mosquito intentando picar a una ballena, sacando tres montoncitos de tierra para intentar mover un monstruo de no-sé-cuántos millones de toneladas. ¡Memorable!

Y enseguida piensas en cómo un soplo te puede desmontar la realidad. Sucede en un barco que se queda encallado donde nadie ha previsto que se quede atascado y nos ha sucedido con la COVID o como un virus que aparece de repente, no se sabe como afecta a toda la humanidad de la manera en que lo ha hecho, cambiándonos totalmente la vida durante un año y medio. De momento. Y yendo bien. Que sucedan cosas así le llaman fragilidad.

Pero resulta que en Can Clapés (RAC1) el otro día entrevistaron al señor Xavier Matheu, que hace 25 años es experto en transporte marítimo. ¿Resumen de lo que dijo sobre lo del barco atravesado? No hay para tanto. ¿Por qué? Las tasas para cruzar el canal de Suez son muy caras y para llegar hasta allí tienes que pasar por el llamado "cuerno de África", una zona de piratería que obliga a los barcos a contratar seguridad privada. Si das la vuelta por Sudáfrica te ahorras todos estos gastos, que son muchos miles de dólares, y a cambio los barcos que hacen la principal ruta Shanghái-Róterdam sólo tienen que añadir seis días más de viaje a los 19-20 que tardan yendo por Suez. Por lo tanto, mientras los ignorantes repetimos el "esto será un desastre que nos arruinará todavía más", que es lo que oímos y leemos por todas partes, quien sabe del tema nos avisa de que no será así. O, en todo caso, que no tendría que ser así. Otra cosa es que algunos usen nuestra ignorancia para colárnosla.

¿Conclusión? Un día cualquiera nos cae a encima tanta información, acompañada de tanta polución y manipulación interesada, que no tenemos tiempo para confirmar si aquello que nos dicen se ajusta a la realidad. En un mundo donde cada vez tenemos la posibilidad de acceder de una manera más directa a las fuentes, resulta que cada vez más repetimos sin cesar lo que oímos sin preguntarnos si es del todo cierto y sin saber si su origen es interesado y qué esconde detrás.

¿Y qué tiene que ver eso con la COVID? ¿Hace falta que le recuerde la cantidad de imbecilidades que todo juntos (y todas juntas) hemos dicho sobre el tema, todavía ahora decimos y, me temo, seguiremos diciendo? ¿Y los efectos negativos que eso ha tenido en el combate del virus? Sólo sobre la distribución de las vacunas ya podríamos escribir una enciclopedia. O dos.

O sea, todo funciona bien hasta que cuatro gotas lo estropean, queda demostrado que funcionamos gracias a una provisionalidad que pone los pelos de punta (o aquello del "no suceden más desgracias porque Diosnuestroseñor no quiere") y nuestra reacción es equivocarnos en la causa por la que todo deja de funcionar y en los efectos. Porque no tenemos ni idea de nada. Y encima hoy dormimos una hora menos.