Era una de las frases que llenaba pistas los años 80 y 90: "En ausencia de violencia se puede hablar de todo". Aquello que entonces le llamaban el establishment, y que después le llamaron la casta, la repetía sin cesar. La traducción del concepto sería una cosa parecida a: "Nunca aceptaremos los postulados que defiende ETA ni negociaremos nada sobre esta cuestión porque los defiende usando la violencia, pero si algún día dejan las armas, entonces no hay inconveniente para sentarnos a hablar de lo que sea, sólo faltaría. Y por cierto a a esta gente no la perseguimos por sus ideas sino por su violencia".

Y ETA se acabó. Por suerte. Y felizmente. Por lo tanto, sin violencia, ya se podía hablar de todo, ¿no? Bueno, a ver una cosita... no exactamente. Porque entonces llegó el concepto "los herederos de ETA", imprescindible para seguir poniendo una línea entre "ellos" y "nosotros" y entre "las cosas sobre las cuales se puede hablar y las "cosas sobre las cuales ni ahora ni nunca tampoco se puede hablar".

Ya no había violencia, pero había que seguir satanizando ciertas ideas. Y entonces, para que siguiera existiendo ETA sin que ETA existiera, crearon el concepto Otegi. Porque, para existir, la bicha necesita un nombre y un cuerpo y Otegi era perfecto para hacer esta función. Sí, sí, ETA ya no mataba pero la idea "ETA" se había reencarnado en "Otegi". Y "Otegi" pasaba a ser la bicha que impedía hablar de todo.

Y mientras, en Catalunya aumentaba la cifra de las personas que querían que se hablara de todo. Claro, como no había violencia ni existía ningún "Otegi", ¿adelante, no? Pues no. Porque entonces aparecieron "los amigos de Otegi". Con sus variantes "el chófer de Otegi", dedicada a la CUP y "es que ustedes se hacen fotos con Otegi", dirigida a los indepes en general. El concepto Otegi ya había llegado a Catalunya.

Pero eso no era suficiente. Y así fue necesaria la existencia de un independentismo violento. Estos indepes son buenos chicos, sí, pero ¿cómo quiere que hablemos con ellos si sus líderes se alzaron violenta y públicamente para, entre otros objetivos, declarar la independencia de una parte del territorio nacional (delito de rebelión). ¿Y no pretenderá que nos sentemos a hablar de nada con quien se alzó pública y tumultuariamente para impedir, por la fuerza o fuera de las vías legales, la aplicación de las leyes (delito de sedición)?

Pero, a pesar del montaje del juicio con unas pruebas que son como Wally y todavía las estamos buscando, eso tampoco era suficiente. Hacía falta mucho más. Hacía falta la receta clásica, con aquel terrorismo de toda la vida hecho con la tradicional goma 2. Y hacía falta un grupo terrorista, con nombre y todo, que preparara atentados con objetivos ya marcados en planos. ¡Y como hacía falta, ya lo tenemos aquí! Y eso ya ha quedado instalado en la España del trigo como un mueble a medida.

Y para rematarlo, tenemos el "oh, es que los indepes no condenan los terrorismo de este grupo y hablan de montaje policial". Vaya, la manera de decir que no son ETA pero son Otegi. Y una manera muy hábil de eludir el debate titulado "¿por qué cada vez más catalanes, sean indepes, unionistas, equidistantes, federalistas o semipensionistas dudan de los operativos judicio-policiales?

Sí, para una sociedad democrática es un problema (y grave) que cuatro locos quieran poner bombas, si es que realmente querían ponerlas. Pero también lo es que una gran mayoría de la sociedad democrática desconfíe de su justicia y de su policía y no se atreva a poner la mano en el fuego por algunas de sus actuaciones. Y es un problema que esto suceda porque la sociedad democrática está escarmentada por los casos Tamara y Adrià, Dixan, Sandro Rosell, Juicio en el Supremo o Ahmed Tommouhi.

Sí, sí, quizás el paraestado salvará la unidad de su España, pero dejará una sociedad democrática donde la gente no se creerá nunca más ni la justicia ni la policía. Y no sé yo si a eso se le podrá llamar sociedad democrática.