Usted me ve en el palco del campo del Barça en uno de aquellos días, unos cuantos por cierto, en que tengo que ir para entregar alguna copa. Y la magia del fútbol hace que, sin que mi nombre ni siquiera suene por megafonía, yo aparezca al césped, dé la copa que toca y desaparezca de escena con tanta rapidez como habilidad. Sin que los espectadores se hayan dado cuenta de nada. Quizás usted se pregunta la causa de este fenómeno. Si es así, usted tiene que saber que a eso le llaman minimización de riesgos.

Cuando se quiere evitar que los espectadores de un campo de fútbol reaccionen en contra de alguien, pero este alguien tiene que tener unos segundos de protagonismo protocolario, la solución es sencilla: hacer que este alguien haga lo que tiene que hacer pero sin que se note. La mano es más rápida que la vista. Villar es más rápido que el socio del Barça. Da la copa que toca y, fiiiiiuuu, desaparece.

Todo al contrario de lo que pasa en la Federación Española de Fútbol. Allí si que no hago ni fiiiiiuuu ni fooooouuuuu. Y le diré más, pronto hará 30 años que soy el presidente ya que me estrené en 1988. Como ve, soy amante de los mandatos cortos. Nada, para tener tiempo de hacerme un poquito con el cargo. La suerte es que, aunque me dedico con una fuerza y con un interés digno de ser destacado, tengo tiempo suficiente para ser vicepresidente de la FIFA desde el 2000 y presidente en funciones de la UEFA (a la espera de la resolución del caso Platini), donde también soy el vicepresidente primero, el presidente de los comités de árbitros y legal, el vicepresidente del Comité del Estatuto del Jugador, Traspasos y Agentes y del de Agentes de Partidos y representante en el Consejo de Estrategia del Fútbol Profesional. Ah, y mi hijo Gorka es director general de la Confederación Sudamericana de Fútbol. Tanta actividad y con nombres tan complicados, hace que, a veces, el estrés me pase factura...

 

 

Y sospecho que eso se contagia. Sería la explicación a aquella escena que triunfó en las redes y que sirvió para presentar en sociedad a quien es mi esposa desde el año 1974 (como ve, en eso del matrimonio también soy partidario del mandato largo). ¿Sabe la famosa señora de rosa que se pasó durmiendo media final de la Copa del Rey? Pues es Ana. Como nunca aparecemos juntos, durante unas cuantas horas todo el mundo hizo cachondeo con sus cabezazos, sin saber quién era.

 

 

Eso sí, una vez identificada, se supo todo. Que vivimos juntos en Madrid en una casa de 700 mil euros comprada en 1994 y que ya está totalmente pagada. Que la comunidad de vecinos de los cuatro grandes bloques tiene zonas comunes que ella "frecuenta a menudo". Que tiene una cuenta de Facebook que no usa desde hace años. Que, según "un comerciante del barrio", pasea en chándal. Que es tímida, no va a fiestas y es muy de quedarse en casa. Que no trabaja. Que ahora está muchos días cuidando a nuestro nieto. Que administra otros 10 inmuebles que tenemos, entre los que destacan: otro piso en Madrid, dos en la Granvía de Bilbao valorados en 1.600.000€, una casa en Altea, un adosado en Estepona y un ático dúplex en Marbella. Y que... ¿vaya, que ve qué lo que pasa cuando no eres discreto?

Lo que le decía al inicio: minimización de riesgos. Si no la hubieran pillado durmiendo, todo eso no habría salido. De la mismo manera que si yo paso de puntillas por el Camp Nou cada vez que me toca entregar una copa, me ahorro silbidos y problemas. Cosas del perfil bajo, que te permite ir haciendo sin hacer ruido.