El esperpento de prohibir el color amarillo en la final de Copa del sábado puede afrontarse de dos maneras: o te enfadas mucho u optas por el sarcasmo.

Lo comido por lo servido, pues mire, mejor derivar el cabreo hacia la segunda opción, sobre todo porque según a qué edades es necesario empezar a cuidarse la salud. Y un cabreo nunca es bueno. Aparte de inútil.

Pero, claro, te pones (con eso del sarcasmo) y enseguida te das cuenta que es imposible superar el esperpento del propio hecho. O sea, a partir del momento que alguien decide requisar una bufanda (o sea quedársela, o sea hurtarla) porque es de un determinado color, el nivel de despropósito intelectual es absolutamente inmejorable. Y tú ya no tienes nada que hacer. Y te tienes que rendir ante la evidencia que es imposible hacer sarcasmo de una situación prodigiosamente sarcástica en origen.

Ante un hecho tan grotesco como el del sábado, es humanamente imposible añadir más ridiculez, más extravagancia. Fue como un actor interpretando una escena de extremo dramatismo y consiguiendo que la gente se revolque por el suelo de risa. Aquello tenía que ser la autoridad haciendo cumplir la ley y ni los mejores guionistas de humor de la historia, reunidos durante meses en una tormenta de ideas sin traba, serían capaces de superar la estulticia generada. De la tumba de Groucho Marx nos llega su voz suplicando que sean borradas de la historia del cine las escenas de la parte contratante y la de la cabina del barco porque aquello del sábado es IN-SU-PE-RA-BLE.

Oiga, es que requisaron objetos porque eran... ¡DE COLOR AMARILLO! Es decir, el espabilao de turno dijo: "ojo, con el amarillo que es peligroso" y sus subordinados se pusieron a impedir que ese color entrara en el campo. Es que a partir de ahora los diccionarios tendrán que cambiar la definición de absurdo. Absurdo: "Decisión por la cual alguien prohíbe la exhibición de un color. En el caso que nos ocupa el amarillo".

Y ahora vienen las dudas. ¿Qué será lo siguiente que prohibirán? ¿Hasta dónde están dispuestos a hacer el ridículo y a quedar en evidencia? ¿La burla a la inteligencia tiene límites? ¿Llega un momento que el disparate y la insensatez colapsan como si fuera un agujero negro y quedan absorbidos por su propia locura?

Al principio de entrar en vigor la normativa que prohibía entrar líquidos en los aviones, en el aeropuerto de Palma requisaban las ensaimadas rellenas. El argumento era que el cabello de ángel o la crema podían ser usados en la fabricación de explosivos. Yo creía que eso era imposible de superar, pero me equivoqué.

Gracias señor Zoido por estimular nuestra infinita capacidad de sorpresa.