¿Se ha fijado? Ellos también lo llevan, sí claro, pero sobre todo son ellas. Lazos amarillos. De muchos tamaños, variedades, diseños y materiales. Son mujeres mayores. Algunas lo son bastante. Las ves andando con dificultad con su bastón. Algunas muy encogidas. Muchas dando pasos vacilantes. Aparentemente parecen tan frágiles que dirías que en cualquier momento un soplo de aire se las llevará por delante. Pero ellas están allí, firmes. Luciendo los lazos.

La mayoría van solas. Y eso le da más valor a la protesta. Porque es querer mostrarle al mundo que ellas también tienen fuerza para empujar. Que también tienen un grano de arena para añadir a la playa. Tienen más pasado que futuro, pero han optado por mojarse y sumar. Y cuando veo aquellos seres tan aparentemente débiles con aquella determinación y aquella dignidad, no puedo evitar pensar en su decisión.

Por edad, son mujeres que vivieron la guerra, la posguerra y todo el franquismo. Aquella represión general y la particular y añadida por ser mujeres. Aquel machismo superlativo. Aquella imposición del silencio y la sumisión. Aquel obedecer y callar. Aquel estar siempre un peldaño por debajo, primero del padre y después del marido. Aquel no poder ni abrir una cuenta en una caja de ahorros sin la autorización de un hombre. Aquel no poder ser ellas sino lo que el régimen las obligaba a ser. Aquel pecado permanente donde el placer estaba prohibido. Aquel "los hijos que Dios nos dé". Aquel tener que soportar por narices situaciones insoportables. Aquel "usted en casa a coser, que la universidad no es para las mujeres". Aquel tener que levantar a una familia con la triste semanada que les llegaba de un hombre que se pasaba horas y horas fuera de casa en busca de unos ingresos mínimamente dignos. Aquel milagro de llenar los platos que ponían en la mesa con alguna cosa que alimentara. Aquella máquina de coser iluminada con una bombilla de 30 de donde salía magia. Ahora un vestido para la niña, ahora unos pantalones para el niño y, al final de todo, cuando todo el mundo ya tenía de todo, una falda para ella. Hecha con un trozo de tela que había sobrado de vaya a saber usted donde. Y aquellos trabajos en negro hechos en casa por la noche, hasta muy tarde, para poder ganar unas pesetas que nunca eran para ella.

Aquellas mujeres que pasaron por todo aquello y que sólo ellas saben todo lo qué sufrieron, ahora tienen 84, 87 o 92 años y van por la calle luciendo su lazo amarillo con una dignidad que llena 4 manzanas de casas. Cuando las vea venir, apártese, porque detrás de aquella pretendida fragilidad viene la fuerza imparable de quien ha tenido que estar toda la vida callada y que ha decidido que ya no callará más. Mujeres que, viendo lo qué está pasando, se ha situado ante el espejo que tienen encima de la cómoda de la bisabuela y, mirándose las arrugas de los recuerdos de todo lo que han pasado a la vida, han dicho: "¡basta!". Y han decidido ponerse el lazo. Y a partir de aquel momento, ahora cada día antes de salir de casa, su ropa sencilla pero siempre impolutamente elegante y digna luce un lazo amarillo. De tela, de ganchillo, de silicona, de plástico, de ropa... Corto o más largo, más redondo o con forma de ocho... Más delgado o más grueso... Cogido con un alfiler o con un imperdible... En la solapa o en el bolso... Pero allí está el lazo. Siempre.

Y es por este motivo que las abuelas serán siempre nuestros.