De esta nueva década vamos sacando en claro que no hay nada sólido, ni victoria imposible. Los escenarios europeos están peligrosamente abiertos en los tres frentes sobre los que se levantan sus instituciones: la economía, la seguridad y la democracia. Una triple entente que contiene el aire en numerosas ocasiones. El impacto del resultado italiano encierra una pregunta inquietante más allá de cómo repercute en el corto plazo. ¿Está la Eurocámara dando un giro a la ultraderecha? ¿Es posible que estén ganando terreno y colonizando el seno de las instituciones que pretenden combatirla? Hay herramientas, como señala la presidenta Ursula von der Leyen, frente a Hungría y Polonia. ¿Las hay para Italia y Suecia? ¿Qué haremos con quienes consideramos ‘democracias de las nuestras’, miembros fundacionales incluidos?

Ya no hay dique que se libre de un vuelco sociológico, se acabó cualquier Toscana “roja”. El diario La Repubblica destacaba el ejemplo del viraje absoluto. “Hoy el primer partido en la Toscana ya no es el Partido Demócrata, como lo fue durante 20 años, sino sorprendentemente el de Giorgia Meloni, Hermanos de Italia. Forza Italia se sitúa en un 5%; La Liga, con el 6%, casi no existe y las glorias del salvinismo son un recuerdo lejano”, apunta. Donde arrasaba el Partido Comunista italiano lo hace ahora el neofascismo de Meloni. Algo así como cuando en el extrarradio más pobre de Madrid gana el PP de Isabel Díaz Ayuso o llenan mítines los de VOX con Rocío Monasterio.

Hay lecturas evidentes. El triunfo de la ultraderecha en Italia aleja a un país clave del sur de Europa de los desafíos fundamentales. Cuando más falta hace la unión, se abre una espita en una democracia liberal que desprecia el control humano de las fronteras, la lucha contra el cambio climático, la redistribución fiscal de la riqueza o el avance de los derechos civiles. El 44% de los votos de derechas abre varios hitos históricos. Una mayoría absoluta en Congreso y Senado, inédita en los últimos 75 años; con una abstención del 36% que en la práctica se ha traducido en una cesión a todo lo contrario.

La victoria de la ultraderecha no se entiende sin la altísima abstención.  Aun así – y esto sirve para todos-, el cordón sanitario es inútil si no va acompañado de programas políticos que aborden la discusión sobre qué tipo de sociedad queremos. Y de una buena estrategia de campaña. Con una ley electoral que premia las coaliciones, Enrico Letta dimite por un error garrafal de no ir con los de Renzi y el Movimiento 5 Stelle. Al ir en solitario, renunciaron a decenas de escaños que han acabado en los tres partidos de ultraderecha y derecha que presentaban candidato único negociado. Un fallo de visión de la izquierda y de incapacidad para llegar a acuerdos.

El cordón sanitario es inútil si no va acompañado de programas políticos que aborden la discusión sobre qué tipo de sociedad queremos. Y de una buena estrategia de campaña.

Meloni manda también una alerta a la derecha convencional. Cuando los liberales no articulan programas que arreglen y solucionen la vida de la gente, se abre una grieta por donde se cuela la ultraderecha mientras ellos se hunden. Al margen del rodillo de la ley electoral, la futura primera ministra de un partido con raíces neofascistas se ha impuesto donde antes estaba Forza Italia y Salvini.

Sobre cómo hemos llegado hasta aquí, los expertos apuntan a muchos factores: el caldo de cultivo de Salvini, el revulsivo antipolítico del movimiento 5 stelle, la desafección traducida en 9 puntos menos de participación. El precedente de Austria, Estados Unidos, Reino Unido, Suecia. Cada país tiene su seña de identidad de malestar donde en demasiadas ocasiones la ultraderecha xenófoba y de pulsión nacional antieuropeísta está ganando a las formaciones conservadoras tradicionales. 

Cada acontecimiento de esta década es un paso más en la erosión del nada es inamovible. Los veintiún años de fascismo llevaron a Italia a reforzar el tejido institucional de la presidencia, el Constitucional, las dos cámaras legislativas, y una red de instituciones que articulan los distintos poderes del Estado. Pero si el orden global resultante de la Segunda Guerra Mundial se tambalea, por qué no van a hacerlo las instituciones resultantes de la lucha contra nazismo, el fascismo y las dictaduras. Por más que Salvini y Berlusconi hayan pasado por el gobierno, el tempo geopolítico de hoy es otro y las instituciones aguantan hasta un límite.

Insatisfacción, inestabilidad, frustración y descomposición. Cualquiera de estos términos define la Italia y parte de la Europa de hoy. Lo que se puede esperar de cómo va a gobernar Meloni es una incógnita. Pero revela un estado de ánimo colectivo, un cúmulo de ansiedades líquidas y materiales de las que tomar nota.

Italia no será la de Viktor Orban. El futuro ministro de economía puede encajar con el Banco Central, mientras, el programa cultural e identitario de Meloni apuntará a los derechos de las mujeres, entre ellos el aborto, y a los colectivos que no formen parte de la Italian white class. Y mientras tratamos de desenredar el resultado italiano desde todos los frentes, 24 horas después, Alberto Núñez Feijóo no ha pronunciado una sola palabra, ni un solo comentario del resultado de Georgia Meloni. Ni del hundimiento hasta el 8% de su partido homólogo liderado por Berlusconi. Otro ejemplo del desnorte conservador.