Hay un sector grande de población en el Estado, pero sobre todo en Catalunya, que todavía vivimos pendientes de qué pasa en Italia. Sus derivas ideológicas y políticas han afectado a nuestra manera de pensar y vivir, desde Dante a Maquiavelo, desde Gramsci a Berlinguer, y desde Antonioni y de Sica a Fellini y Passolini.

También vivimos muy de cerca su carrusel de gobiernos, y, con más amargura, el progresivo alejamiento de italianas e italianos por la política. Una demostración más: según datos de participación en las elecciones de las 7.00 h de la tarde no se llega al 52%, unos 8 puntos menos que en las anteriores. Desde los media más importantes, también los italianos, se defiende la fiabilidad de los resultados que las encuestas anticipan: con este alto nivel de abstención, dan por seguro el triunfo de Giorgia Meloni de Fratelli d'Italia y, por lo tanto, determinante en la coalición de derechas-ultraderechas con Salvini, de Lega Nord y Berlusconi, de Forza Itàlia. Aun así, es probable que entre la dirigente del partido heredero directo de Benito Mussolini y Enrico Letta, del Partito Democratico y que tendría que liderar una coalición de centro-izquierda, no haya demasiados votos de diferencia. La clave: el nuevo sistema electoral que favorece las coaliciones. Y la de Meloni, Salvini y Berlusconi, por más imposible que parezca para el egocentrismo de sus líderes, sale premiada.

Si se cumple la predicción estadística más elaborada, no será la primera vez que el voto de la gente pone el fascismo, en versión original o mucho más actualizada, en el lugar más alto del podio. También para ganar adeptos y engañar mejor al conjunto de electores, los líderes se modernizan, y con ellos, sus lemas

Mientras se esperan resultados definitivos, recuerdo otras elecciones italianas, las de 1976, en las que aunque había una gran expectativa de sorpasso, la Democracia Cristiana siguió siendo el partido más votado, consiguiendo casi un 38% de los votos, mientras el Partito Comunista de Enrico Berlinguer creció en tres millones y medio más de electores que en las anteriores elecciones. La edad de voto había bajado por el Congreso, y los jóvenes votaban izquierda. La participación superó el 93%, y aun así, no hubo ningún sorpasso. Las voces más malévolas decían que había sido por culpa del miedo. Explicaban que gobernar Italia en momentos tan difíciles había inducido a cambiar masivamente el sentido del voto, y los electores de la DC habían votado PC, mientras que los comunistas, habían cambiado su voto y pasado la responsabilidad de gobierno a la DC. O quizás seguían, sin recordarlo, las advertencias de la iglesia italiana que, mucho más antes todavía, en 1948, y gracias a los comités cívicos de acción católica, habían empapelado toda Italia con un pasquín donde se leía: "En el secreto de las urnas, Dios te ve; Stalin no". La propaganda fue abrumadora, e incluso el inefable Don Camillo, de Giovannino Guareschi, se sumó, desde su aparente bondad, a difundir el consejo. Pero hoy, de la DC como tal, y todavía mucho más del Partido Comunista Italiano, ya no se canta ni gallo ni gallina. ​

Volvemos a las elecciones en Italia de este domingo y desdichadamente, si se cumple la predicción estadística más elaborada, no será la primera vez que el voto de la gente pone el fascismo, en versión original o mucho más actualizada, en el lugar más alto del podio. También para ganar adeptos y engañar mejor al conjunto de electores, los líderes se modernizan, y con ellos, sus lemas. En los mítines donde Meloni hablaba en las anteriores elecciones de los canónicos del fascio "Dios, Patria y Familia," tira ahora sus dardos contra la "ideología de género", la inmigración y los derechos defendidos por movimientos como el LGTBI. Y, de paso, contra la renta mínima. Y utiliza como cebo que puede ser la primera mujer primera ministra en Italia, cuando sus propuestas no quedan nada atrás en misoginia de las de sus compañeros de coalición y machos alfa por definición, Salvini y Berlusconi.

No hay que repetir que se está reviviendo la historia, primero como tragedia y después como farsa. Pero el desastre que se está viviendo en Italia y en buena parte de Europa, tendría que hacernos pensar que las farsas también pueden esconder grandes tragedias a segunda. Y lo que se extiende desde Hungría, las políticas migratorias de la UE, se parece demasiado.