Comparar cualquier Barça con el que lideró Guardiola es hacer un poquito de trampa. Aquella excelencia es difícil de repetir y aunque lo hagan sus sucesores (jugadores y entrenador) y por buen juego que haga el equipo actual, será casi irrepetible aquella alineación planetaria de circunstancias y personas. Eso, sin embargo, no quiere decir que esta temporada sea mala, ni que no ganar seis títulos en un año —de seis posibles— sea un fracaso. Quiere decir, simplemente, que aquello era extraordinario y que eso de ahora puede ser fantástico, que no es poco, a pesar de parecerlo a ratos.

Al movimiento independentista le puede estar pasando un poco lo mismo. Llenar las calles con centenares de miles de personas está al alcance de muy pocos países y entidades, pero si lo comparamos con los anteriores 11 de septiembre, siempre saldrá perdiendo. No sólo por la asistencia —siempre masiva, hay que decir— sino sobre todo por la energía. Aquella comunión entre pueblo y representantes políticos y aquel espíritu de victoria se han esfumado y a la hora de buscar culpables habría que mirar más hacia arriba que hacia abajo. Partidismos miserables, reparto de migajas autonómicas, batallitas por la hegemonía del peix al cove. 

Aquel once titular que tantos éxitos cultivó fue decapitado —Soraya dixit— por el Gobierno de España y su dudosa justicia y ahora rehacer la plantilla costa. El mercado de fichajes no es muy alentador, faltan liderazgos, humildad y asunción de responsabilidades; sobran mentiras, condescendencias y mala baba y además las arcas del club no están para muchas inversiones, ni en el mercado de verano ni en el de invierno. La afición, a pesar de todo, sigue sintiendo los colores y apuesta por el proyecto, pero si los que mueven los hilos se dedican a discutir o desmovilizar, la cuesta arriba se vuelve más empinada.

La rendición no es una opción cuando la lucha continúa y cuando el contrincante aplasta sin piedad cualquier intento de disidencia y libertad

Y a pesar de tanta mediocridad, quien quiera creer que las aspiraciones de independencia de millones de catalanes se han evaporado es que se tiene que graduar las gafas o ponerse si no llevaba. Aquel procés catalán (que todavía querríamos poder conjugar en presente continuo) pasa por momentos bajos y el futuro es incierto pero mis abuelos campesinos plantaban árboles sabiendo que ellos no disfrutarían de su sombra. Y ahora cuidado con las cepas de algarrobo que tenemos en el huerto. Ojalá, claro está, las ramas del procés cobijen a muchas generaciones más —las actuales incluidas— pero sea como sea, la rendición no es una opción cuando la lucha continúa y cuando el contrincante aplasta sin piedad cualquier intento de disidencia y libertad.

La cantidad de manifestantes es relevante. Mucho. Sin embargo, la constancia es un valor igualmente clave y de eso el independentismo puede presumir. Seguir llenando las calles masivamente año tras año no se tendría que menospreciar, al contrario, sobre todo sabiendo que toda esta revolución democrática que hace tiempo que dura fue empujada desde la base. Cantidad y calidad. Juntas.

Ahora que con la muerte de Gorbachov e Isabel II ya se podría dar por acabado el siglo XX, cuesta encontrar referentes de peso para el siglo XXI que, a pesar de luces y sombras, puedan ofrecer un resquicio de esperanza que permitiera creer que otra forma de hacer política es posible. La talla humana y profesional de mandatarios históricos pretéritos choca con una actual mediocridad generalizada que, demasiado a menudo, hace que la gente se desvincule del día a día, dando por imposible la batalla con aquellos que nos tienen que administrar.

El desánimo no tendría que ser una opción, sin embargo. Quedan árboles por plantar, sombras que ofrecer, dignidad a defender. La mejor forma de volver a ganar —si puede ser, jugando bien— es que la afición pueda apretar a los jugadores, que la plantilla sienta el aliento de la gente en la nuca y que cuando fuéramos a votar recordáramos quién es quién y quién ha hecho o ha dejado de hacer. Aquel Barça de Guardiola nos parece único y extraordinario, pero no diremos que es irrepetible, porque queriendo sublimar el pasado estaríamos asumiendo que no podrá repetirse y eso sería cerrar la puerta antes de volver a abrirla. Que pase la corriente de aire y a seguir construyendo y resistiendo. Nada es del todo irrepetible.