Ir borracho no mola, ni en los Gaudí ni en ningún sitio, tengas 16 o 96 años. Estar ebrio es poco inteligente si tienes que conducir, hablar en público, contestar mensajes a los ex, grabar audios para tranquilizar a tus padres, escribir cosas con sentido, hacer negocios o dormir plácidamente toda una noche. Porque a partir de una cierta edad, cuando te pasas de frenazo etílico, ya no pegas ojo. Por una razón: tardas unas tres horas en digerir el alcohol, momento en el que empieza a actuar como un excitante que hace que no duermas bien. La vida es así de injusta. Lo digo con segundas. Porque lo que te ayudaba a relajarte y a ir a la cama (y no solo para soñar) te acaba haciendo roncar y puede ser una verdadera pesadilla para ti, para tus apneas y para tus relaciones sentimentales.

Gracias a los escritores románticos y a los pintores modernistas, hemos pensado que el alcohol inspiraba, sin recordar que Van Gogh se cortó la oreja por culpa de la absenta. Y el mismo se puede decir del seductor Giacomo Casanova, que hizo un maridaje erótico en Histoire de ma vie de sus conquistas. Para rematar a la criadita, el bueno de Casanova necesitó un pedro ximenez. Y con las aristócratas, prefirió el champán. Es lo que tienen de glamurosas las burbujas, un largo peregrinaje de seducción en el cual poco a poco se van introduciendo compañeros de viaje, como las famosas fresas que Richard Gere ofrece a Julia Roberts en Pretty woman, "porque agudizan el gusto". Recuerdo la frase, porque soy de las que se sabe esta peli de memoria, junto con Grease y Dirty dancing. Este artículo no va, sin embargo, de prostitución edulcorada o de mi peli preferida, El maestro que prometió el mar, sino de qué se bebió y no se vio en los Gaudí. Va de cómo ha costado que la DO Catalunya ponga el vino en el centro de la mesa de los premios y como un discurso taja puede ensombrecer la cantidad de trabajo del INCAVI para hacer cultura del vino.

Este artículo no va del vino, va de las consecuencias visibles del alcohol y del machismo que no se ve

Del deseo y de la culpabilidad habló la directora de Creatura, Elena Martín. Todavía hay 200 millones de mujeres a las que les han mutilado los genitales cuando eran niñas, leo en el diario. Mientras tanto, en el móvil, no paran de salir los cinco modelitos de la ex Disney Miley Cyrus (¡olé tú!) en estos Grammys tan controladamente femeninos. No, señoros, no. Para vuestra información, se puede ser guapa y talentosa a la vez, una cosa no quita la otra, por mucho que nos quieran minimizar. Y Cyrus y Swift son un buen ejemplo de ello. Pongo la tele, discuten si el hecho de que Alves estuviera bebido o no atenuaría la condena por violación. Este artículo no va del vino, va de las consecuencias visibles del alcohol y del machismo que no se ve.

"Si lo has dicho piripi, es que lo has pensado sobria", dice la Vecina Rubia. Una opinión supongo que compartida por el galardonado Vilallonga. Soy la primera que a veces no he podido controlar la ingesta de alcohol. Cuando tienes el cuerpo revuelto porque estás menstruando o, simplemente, cansada, el alcohol te sienta peor. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Y es que hay menos vírgenes en el mundo que gente que haya perdido la virginidad haciendo el ridículo después de beber sin control. No es lo mismo el efecto de una borrachera a los 20 años serratianos, que con 40 o 60. No se trata de responsabilidad. Se trata del paso de un tiempo que, en el caso del alcohol, no respeta los privilegios de la edad. Cuanto más mayor, más animal, dice el refrán. Cuanto más mayor, peor es la resaca.

Me habría encantado que Vilallonga hubiera dicho que el vino es el único arte que puedes beber. Algún boomer se rio con sus declaraciones al recoger el premio y su ademán de enfant terrible diciendo que se lo dedicaba a sus hijos, que estarían fumándose un porro. ¿Apología del descontrol? Mi yaya Rosita me hacía pan con vino y azúcar cuando era pequeña, pero eran otros tiempos y en aquellas meriendas no había escondida ninguna apología al alcoholismo infantil. La leche materna es dulce, razón por la cual, dejada la teta, los chiquillos se enganchan a los zumos de fruta y a los refrescos llenos de azúcar. Y de los refrescos, pasamos a una Fanta limón con vodka con dos únicas condiciones: un buen hígado y el DNI. No es tan fácil organolépticamente pasar del sabor más goloso al amargo de un priorat. Para combatir el botellón y la alta graduación, solo nos queda la educación sensorial. Con David Seijas (sumiller de El Bulli) hemos pensado de hacer una cruzada por las escuelas con el objetivo de explicar el daño que puede hacer en sus cerebros en formación la ingesta de alcohol. La mejor manera de echar a andar es haciendo camino con o sin la ayuda institucional.

Sé que se ha dicho que el público de los Gaudí fuimos unos maleducados, con razón, pero no fue a causa de la bebida. Una hora antes de los premios nos sacaron el vino y el agua de la mesa, y para apaciguar la sed se tenía que ir al lavabo a beber del grifo. ¡Puro glamur! Que todos queríamos una gala corta, divertida, diferente, es cierto, pero la realidad es que solo fue diferente por la sequía de H2O. Yo no querría, ni que me pagaran una cantidad indecente, ser organizadora de los Premios Gaudí. Pero fue una lástima que, con la multitud de obras de arte cinematográficas que concursaban, los espectadores presentes en la gala y los teleespectadores solo guardaran en la memoria el discurso de Vilallonga, tan espontáneo, como, a la vez, poco educativo.