Cada vez que se aprovechan de la idea de independencia para disfrazar el autonomismo clásico, la ensucian y la malhieren. Poniendo las palabras al lado de los hechos, ser independentista tal como lo son Junts y ERC es sinónimo de conseguir una ley española "para la normalización de la situación política en Catalunya" y el traspaso de Rodalies. Esperan que, poco a poco, nuestras expectativas se amolden a sus concesiones para que no volvamos a pedir nada que no puedan conseguir. Que no quieran arriesgarse a conseguir. Si ser independentista es eso, la independencia vuelve a ser un ideal metafísico que nadie se atreve a acariciar porque, en el fondo de su corazón, cree que es imposible. En Catalunya todo el mundo entendió que citar a Vicent Andrés Estellés el día de la jura de la Constitución de Leonor era una perversión del personaje, porque no nos cuesta nada hacernos los valientes con la monarquía. Pero cuando lo tenemos delante de nuestras narices, cuando quien embadurna nuestros ideales dice ser independentista, todos quedamos embrujados por el elixir convergente.

Esperan que, poco a poco, nuestras expectativas se amolden a sus concesiones para que no volvamos a pedir nada que no puedan conseguir. Que no quieran arriesgarse a conseguir

Estas semanas, Catalunya verá muchas cosas. La más aterradora es la resurrección del peor lenguaje convergente, tan sutil en la perversión que es capaz de decir "investidura española en clave del 1 de octubre" y no sentirse moralmente sucio. ERC ha intentado estos años reinicializar la memoria de los catalanes para exprimir las migajas de la autonomía sin pagar el precio de hacerlo, pero hay un vocabulario relleno, unos argumentos recargados y una solemnidad empalagosa que vienen de serie y no se pueden copiar sin parecer un farsante. Junts todavía conserva el elixir que hace de llave a la memoria del independentismo, porque todavía sabe articular discursos que generan confianza. Todavía son los profesionales de la farsa que un día fueron, porque todavía cuentan con la poción mágica convergente. Y cuando escribo Junts escribo president Puigdemont, porque, si algo ha logrado la aritmética política española, ha sido reorganizar un partido que era un despiporre en torno al president en el exilio. En todo ello, Junts ha ganado el silencio de puertas para adentro, y poder explicar —de puertas para fuera— que el estado español no ha hecho ninguna renuncia tangible hasta que no han llegado ellos.

La maniobra es hacer ver que las incoherencias no lo son. Que se puede hacer jurar la Constitución a la princesa Leonor citando Astillara. Que se puede pactar la investidura de un presidente español bajo una imagen del 1-0

Carles Puigdemont y Francina Armengol utilizan la misma maniobra para disculparse las incoherencias: hacer ver que no son incoherencias. Que se puede hacer jurar la Constitución a la princesa Leonor citando a Estellés. Que se puede pactar la investidura de un presidente español con una imagen del 1-0 presidiendo la sala. Con una mano se reapropian de lo que con la otra mano esconden sus decisiones políticas. Es la tensión entre lo que entienden que representan para sus electores y la realidad política. Puigdemont no quiere renunciar a ser la imagen del 1-O, no quiere renunciar a su título de víctima de la represión, de president exiliado, de símbolo del único día histórico que todavía tiene valor sentimental —de rabia y de frustración— para el independentismo. No puede renunciar porque, en la cabeza de quienes estábamos en la calle, momento y símbolo son indiscernibles. Más que como una medalla, lo carga como una losa, porque es lo que le impide pactar su libertad sin tener que explicarse. Puigdemont negocia con el estado español luchando contra su propio símbolo. Dado que no lo puede esconder, lo exhibe con naturalidad y socarronería, como si la consecuencia lógica de lo que pasó en 2017 fuera lo que está pasando en 2023. Como si investir a un presidente español fuera la lealtad a ese mandato del 1-O que Junts siempre se lleva a la boca para salvar los muebles.

La idea es repartirse entre Junts y ERC las demandas al PSOE para que los costes electorales de investir al presidente español caigan como la lotería: bien repartiditos

Parece que la idea es repartirse entre unos y otros las demandas al PSOE para que los costes electorales de investir al presidente español caigan como la lotería: bien repartiditos. Mientras Puigdemont viste de ampulosidad su táctica política para acortar la distancia entre la unilateralidad y el pacto, ERC intenta ganar espacio a Junts a golpe de tren. En repartirse el pastel, la clase política independentista tiene muchísima maña, ya que, durante años, el pastel ha sido la Generalitat. Junts abandonó el Govern porque las estrategias de Puigdemont y Aragonès eran, dicen, incompatibles. Ahora se abalanzan como muertos de hambre sobre el premio a la resignación ofrecido por el PSOE porque no tienen suficiente fuerza para sostener el independentismo con las manos vacías. Haciéndolo, permiten que sea el PSOE —el estado español— quien delimite la soberanía que los partidos independentistas querían plena y en manos de los catalanes.