En la compra de productos cotidianos, el régimen de compra en autoservicio ha acabado implantándose de manera mayoritaria, hasta el punto de que vehicula la mayor parte del gasto de las familias en alimentación, droguería y perfumería. Su presencia en ciudades y pueblos es generalizada, incluidos los autoservicios que me permito calificar de "supermercados fantasma". Para hablar de ellos, antes convendrá situarse en el marco de clasificaciones que se utiliza en el sector.

La administración clasifica los establecimientos en régimen de autoservicio en función de su superficie de venta: un hipermercado tiene 2.500 m2 o más, un supermercado grande tiene entre 1.300 y 2.499, un supermercado pequeño tiene entre 400 y 1.299. Por debajo de 400 m2, los establecimientos ya no se consideran supermercados: son o bien superservicios (de 150 a 399 m2) o bien, sencillamente, autoservicios (menos de 150 m2).

En los últimos años, primero en ciudades turísticas como Barcelona, Salou o Lloret, pero actualmente en todas partes, en cualquier municipio, en cualquier barrio de ciudad del país, en todas las calles consideradas comerciales o en cualquier calle secundaria, hay una presencia creciente de pequeños establecimientos de producto cotidiano, de 50, 100, 150, 200 metros cuadrados, que en razón de la superficie no se pueden considerar supermercados. Son otra cosa. Como la mayoría de estos establecimientos están regentados por pakistaníes, mucha gente se refiere a ellos como "un paki".

Una primera característica de este tipo de establecimientos la encontramos en la imagen externa que transmiten. Aspectos como la rotulación y el escaparatismo son bastante característicos. Los letreros identificativos del establecimiento (si es que hay) indican muy a menudo el término genérico "supermarket", "minimarket", "super bodega alimentación", "supermercado", "super carnicería" y similares. La calidad de los letreros es baja pero la de los escaparates (cuando tienen) suele ser peor, ya que habitualmente lo que se ve desde la calle es directamente una estantería, con producto, orientada al exterior, o incluso la espalda de una estantería del interior.

Una segunda característica la encontramos en el interior del establecimiento. En los supermercados e hipers, uno se encuentra espacios generosos en la entrada y en la zona de cajas, orden expositivo de productos, pasillos anchos, iluminación adecuada, confort ambiental, cuidado con la limpieza. En los supermercados fantasma nada de eso existe. Es más, todos los rincones son buenos para aprovechar la exposición de producto, aunque sea en el suelo, ocupando parte del pasillo.

Para las administraciones es materia delicada, porque se mezcla la inmigración. Pero de aquí a eximir del cumplimiento de las leyes básicas que deben cumplir los operadores del sector, hay un trecho. Y una discriminación

Una tercera cuestión hace referencia a la oferta de producto, que es muy limitada, en razón del espacio. Estos establecimientos tienen lo mínimo de cada tipo de producto para poder atender necesidades de conveniencia, no de lugar habitual de compra: encontrarás arroz, detergente, desodorante, agua, vino, pasta, etc., con las marcas más implantadas en el mercado, no con amplitud ni profundidad de oferta. Eso sí, muchos de estos establecimientos parecen licorerías. Con esta estructura de oferta, se intuyen bajos volúmenes de venta, de modo que se hace difícil entender cómo pueden subsistir los negocios teniendo presentes costes ineludibles, como el alquiler o el consumo eléctrico y, sobre todo, otro coste que es el que sigue.

Una cuarta característica viene del personal y la dedicación: no hay horas, el establecimiento está siempre abierto, de día y parte de la noche (o toda), incluyendo sábados y domingos, un punto diferencial con respecto a los supermercados e hipers. ¿Cómo se puede hacer frente al que es el principal gasto operativo de todo establecimiento comercial (el coste de personal)? En los supermercados fantasma, tiene que ser muy bajo, por no decir bajísimo, en comparación con supermercados e hipers. De hecho, existe una sospecha bastante generalizada de irregularidades laborales diversas, desde la contratación, los horarios y las retribuciones reales. Puede resultar ilustrativo citar que hace pocos días los mossos de escuadra realizaron una operación policial de desarticulación de una red criminal que explotaba a pakistaníes en supermercados del tipo fantasma: captaban y explotaban a inmigrantes a base de falsificar partidas de nacimiento, contratos laborales falsos, les retenían la documentación y les obligaban a trabajar jornadas largas para saldar su deuda con la organización, entre otras perlas.

Un quinto aspecto es la atención al cliente, un atributo que en el contexto del establecimiento suele tener poca importancia. Pero resulta indicativo la frecuencia con la que te encuentras al trabajador (o el autónomo) en la caja con el sonsonete de fondo de la película o de la música de su móvil. La atención en el idioma del cliente es una quimera, idioma solo hay uno.

Un punto sexto final: ¿de dónde se abastecen los supermercados fantasma? La respuesta es que compran a mayoristas y a algunos supermercados del propio sector de producto cotidiano. Eso sí, cobrando al contado en efectivo a la entrega de mercancía, de lo contrario no se descarga la furgoneta.

Lamentablemente, las inspecciones fiscales, laborales, de seguridad, de salubridad, pasan de largo de los supermercados fantasma. Se entiende que para las administraciones todo esto es materia delicada, porque se mezclan problemas relacionados con la inmigración. Pero de aquí a eximir del cumplimiento de las leyes básicas establecidas que deben cumplir los operadores regulares del sector, hay un trecho. Y una discriminación.