"La guerra, seca, de enormes letras siniestras"
Pedro Salinas

 

El primer artículo que publiqué en mi vida, el primero, allá por 1982, en la revista "Nuestro Tiempo", versaba sobre el conflicto palestino-israelí. "Yo sólo he tenido una novia y se llama Palestina" era el título de uno de los apoyos, con aquella frase mítica de Arafat que luego su vida privada pareció desmentir. Elegí también el tema para uno de los trabajos extensos del máster en Seguridad y Defensa que cursé durante dos años. Me remonté al inicio del problema en la hemeroteca del ABC —único diario que existía ya entonces— y lo seguí, noticia a noticia, a lo largo de los años. Sirva todo esto para arropar la confesión que les hago de no poder resolver ni resumir ni culpar ni explicar ni posicionarme en una cuestión de una complejidad tan grande. Al menos sé, por esas mis andanzas, que no se trata de un partido de fútbol, que no se trata de aligerarse, como el que da de vientre, rápidamente en las redes o en las tertulias, en contra del ataque cruento, injustificable e ilegal de Hamás y acusar al que alega las tropelías de Israel de estar con los terroristas. La cuestión es tan compleja geopolíticamente que puede desestabilizar toda la zona de nuevo y desbaratar los avances diplomáticos para acercar a los estados árabes a Israel que llevan años realizando los estadounidenses.

Lo que sí es evidente es que tanto Hamás —organización de milicias considerada terrorista, pero que controla territorio efectivo— como Israel están vulnerando todas las leyes de la guerra, y que tanto en el territorio de Israel como en el de Cisjordania —bajo control de la OLP, a los que Hamás considera un adversario a batir— o en el de Gaza, están sufriendo inocentes. Los inocentes, los civiles, los no combatientes que están protegidos por el derecho humanitario y que están siendo los principales objetivos de esta sangrienta batalla. Porque a un grupo considerado terrorista, pero que controla efectivamente un territorio, le son aplicables las normas del derecho humanitario, y porque a un estado que se defiende, como es Israel, también. Y es que las barreras de contención establecidas en el siglo pasado a raíz de las contiendas mundiales están empezando a ceder. Lo ha hecho la ONU y lo está haciendo el derecho de guerra, como ha pasado en Ucrania y acaba de suceder en Oriente Medio. Esto, sin duda, es un hecho grave que nos debería de hacer pensar.

La otra cuestión es la de la banalización, consciente o inconsciente, que desde nuestra polarizada sociedad y nuestra polarizada política se está haciendo de la cuestión. No hay muchas cosas ni blancas ni negras en esta larga contienda, ya que si bien la razón inicial asistía sin duda al pueblo sin estado, la situación actual es de una complejidad absoluta. Hamás no es el pueblo palestino. Hamás compite con la OLP por tener el favor del pueblo palestino y ha lanzado un ataque apoyado por Irán, probablemente de larga preparación, de una gran crueldad en el que ha masacrado a población civil y ha tomado rehenes civiles, que piensa probablemente canjear por prisioneros palestinos. Injusto, un crimen de guerra. Ante este inesperado ataque, el gobierno Netanyahu —que tampoco es todo Israel, puesto que hay muchos israelitas que lo combaten y que se manifiestan contra su deriva iliberal— ha hablado de "acabar con las bestias", a la par que destruía objetivos civiles y privaba de las más elementales fuentes de suministro a todo un pueblo civil también: otro crimen de guerra. "Ordené un asedio total sobre la Franja de Gaza. No habrá electricidad, ni alimentos, ni gas, todo está cerrado. Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia", ha dicho Yoav Gallant, el ministro de Defensa israelí, en una deshumanización que roza demasiado con la mens rea del genocidio, tan incrustado en el victimado pueblo judío. "Animales humanos", de ese concepto solo pueden salir masacres injustas, no permitidas por las leyes de guerra, porque en la guerra —mal que les pese a muchos tuiteros— no cabe todo, y estamos viendo todo y demasiado más.

Las barreras de contención establecidas en el siglo pasado a raíz de las contiendas mundiales están empezando a ceder

Por cierto, no lo vean. No vean los videos que no solo los testigos, sino también la propaganda de unos y otros, están haciendo circular. No los vean porque, como dice el forense Julio Irigoyen, pueden hacer lo que quieran, pero no todos sortearán las consecuencias psíquicas —ansiedad, insomnio— "derivadas del bombardeo constante de imágenes de muerte y destrucción". "No es broma" —concluye el experto— "nos pasa a los forenses, a los jurados y, sobre todo, no es necesario verlas para estar bien informados o tener una opinión". Queda dicho. Yo le haré caso. Aún conservo reminiscencias del trauma que me causó a los ocho años acceder a un libro traído a escondidas de Francia en el que aparecían las fotos de la liberación de los campos de exterminio. La psique se daña, el que lo niega es que la tiene destrozada.

Este horror durará meses y no solo porque Israel haya afirmado que su respuesta "quedará grabada durante medio siglo". Es que toda la zona está en riesgo. Es que hay escarceos en las fronteras del Líbano, y Hezbollá ha dicho que no intervendrá, excepto que se afecte su territorio. Es que Arabia Saudí, Qatar y todos los países árabes de la zona van a ocupar el terreno del apoyo económico que la UE ha dejado en Palestina, abandonando ese acercamiento a Israel que buscaba Estados Unidos. Entre otras cosas, para no dejarle a Irán la supremacía en la zona. Es que Hamás puede darle el golpe de gracia a la OLP con este ataque, a los ojos de los palestinos. Es que Irán ha apoyado el ataque, no solo a través de Hamás, sino probablemente colaborando en la guerra informática desde el exterior. Es que Rusia se ha decantado, claro, por Palestina, ya que Israel es aliado de Estados Unidos. Todo menos sencillo. Utilizar este enrevesado tablero, de cualquiera de las maneras, para refriegas de política nacional es como poco mostrar una ignorancia supina. Ni los que se colocan inmediatamente del lado de los palestinos —obviando su ataque criminal— ni los que se alinean corriendo con Israel —obviando su respuesta criminal— no lo hacen para dar apoyo a unos u otros, sino para meterse con el oponente político. No logran nada que no sea hacer el ridículo.

Solo puede servir a nuestra conciencia posicionarnos del lado de los inocentes de ambas naciones —la que tiene estado y la que ha sido sistemáticamente privada de él— porque en eso sí que no erramos. La guerra es un horror que el hombre no ha eliminado ni probablemente eliminará jamás. La historia no ha terminado. Tomemos nota de la seguridad en la que vivimos y trabajemos para no perderla, son demasiadas las cosas que se están agrietando. La guerra es un horror, pero las naciones, todas, decidieron paliarlo y suscribir unas normas mínimas para disminuir siquiera levemente su radical injusticia. Una de ellas, la más básica, es la que protege a los civiles. Esa, en concreto, acaba de ser pisoteada por ambos lados. Los inocentes. Los que estaban en una rave o los que vivían en las casas destrozadas por los bombardeos. Casi todas las víctimas no son sino inocentes. Morirán muchos más. Pongámonos de su lado, que con toda seguridad es el nuestro.