Xavier Trias es el candidato de los mismos sectores tardofranquistas que recurrieron a Ada Colau y a Manuel Valls para frenar la fuerza del independentismo. En su casa hicieron la guerra en el bando de Franco y vivió la dictadura con los vencedores. Entró en la Generalitat en el año del golpe de estado de Tejero, y el 1984 lo hicieron director general, coincidiendo con la resolución judicial de la LOAPA y la españolización del sistema sanitario. El mismo año del pacto del Majestic se convirtió en uno de los colaboradores más estrechos de Jordi Pujol.

Trias es un veterano del puente aéreo y no ha tenido nunca ninguna idea que lo situara, ni por un instante, fuera del marco hegemónico, fuera el que fuera. Cuando Jordi Pujol confesó el verano del 9-N, entendió que Barcelona tenía que frenar para no tener problemas con Madrid y se dejó ganar por Ada Colau. Las noticias falsas de El Mundo solo eran una excusa para dar un poco de épica a su rendición. Pueden repasar el argumentario y los carteles de aquella época. Trias prefirió abrazar la Barcelona pobre de Colau que proteger el renacimiento de la ciudad trinchada por Franco.

Trias es como Valls pero con piel de cordero. Además, ahora es suficientemente viejo para que ni siquiera su amabilidad de médico humanista pueda competir con Madrid. Igual que el excandidato de Ciudadanos, es un blanqueador, una alma vencida por la dureza de la historia que viene a enterrar a los muertos y a ofrecer un olvido fácil a los herederos impacientes de las derrotas mal digeridas. Cansado de ver fracasar a sus antecesores, Trias ha dedicado su vida a ser una fachada amable, a buscar el consuelo en la sombra de un poder en el cual no cree, pero sin el cual ya no sabría vivir.

El futuro de Barcelona pasa por mantener el espíritu indomable de la ciudad del siglo XIX que hizo la revolución industrial y el catalanismo

El candidato de La Vanguardia a gobernar Barcelona sería un alcalde perfecto para los escritores que ya solo escriben para poder ir en taxi, o para los políticos que se dedican a la política para poder ir en coche oficial. Su misma candidatura empezó alimentándose de la desesperación de los sectores de la vieja CiU que están acostumbrados a vivir del dinero público y tienen miedo de quedarse sin trabajo. Todas las posibilidades electorales de Trias dependen de su capacidad de reunir cuantos más desesperados mejor. Su activo más valioso es la cara de póquer.

Trias es la última bala de la malla que ha vivido de envolverse con la bandera para disimular la ocupación. Incluso Puigdemont y Junqueras han colaborado a hinchar su candidatura, a pesar de que ninguno de los dos quiere que lo consiga. Puigdemont necesita que Trias fracase para presentar la épica de Clara Ponsatí como una alternativa a la épica de Laura Borràs. Junqueras ha dado aire a su candidatura para no ganar por 6 a 0. El líder ERC piensa que no podría gestionar una victoria demasiado amplia, y por eso mantiene a Ernest Maragall de candidato, a pesar de que sabe que sufrirá si Trias gana.

La verdad, da un poco de pena ver como algunos votantes del 1 de octubre, o incluso algunos manifestantes de Urquinaona y del Tsunami, están dispuestos a votar a Trias porque encuentran que la ciudad está demasiado sucia. Supongo que la gente pasa fácilmente de querer matarse por la patria a no poder resistir la sola visión de un papel en el suelo. Colau es una bendición comparada con los bombardeos y los maltratos que Barcelona ha sufrido por no someterse a Madrid. El exterminio de la clase obrera catalana a manos de Franco no habrá servido de nada si, al final, los independentistas votan a Trias.

El futuro de Barcelona pasa por mantener el espíritu indomable de la ciudad del siglo XIX que hizo la revolución industrial y el catalanismo. No hay que hacer trincheras con los adoquines, ni arrastrar el cuerpo de ningún general por la Rambla, ni echar al ejército español tirando la cómoda de la abuela desde el tercer piso para chafar la cabeza de los soldados. Basta con no votar simulacros y defender la libertad individual con uñas y dientes. Basta con dejar que el Estado mantenga el orden, sin poder encargar el trabajo sucio a ningún político que se presente como un patriota.

Para mí es mejor tener un alcalde del PP que votar a Trias. Al final, todas las cosas importantes que todavía permanecen en pie en Barcelona se hicieron a pesar de la españolización de las instituciones. La primera cosa que hay que hacer para mantener viva Barcelona es abstenerse de resucitar figuras nostálgicas que no pueden ofrecer ninguna novedad ni ningún relevo. Si Madrid quiere jugar al franquismo, que ponga sus partidos, mientras aquí vamos haciendo limpieza. Dentro de Europa es mucho más fácil sobrevivir y hacer una vida catalana, y el renacimiento será más fuerte si no lo envenenamos de debilidad y confusión.