La líder del PP del País Valenciano, Isabel Bonig, tiene plomo en el ala, muestra un grave defecto que debe ocultar a cualquier precio, es el defecto que tienen todos los que se avergüenzan de ser como son, de venir de donde vienen, los que en esta España tan democrática y tan descentralizada deben encubrir que son diferentes, especialmente los que tienen otra lengua y otra cultura que la de los señorones de Madrid. Isabel Bonig, se ve enseguida, fomenta el autoodio y el supremacismo español. No sólo utiliza la lengua forastera como portavoz de su grupo en las Cortes Valencianas, como si fuera una especie de Xavier García Albiol o de Arcadi Espada, lo que me resulta más curioso es que, impertérrita, se deja llamar “boni” como si fuera uno de esos pastelitos industriales tan conocidos y que engordaban tanto. La señora, ciertamente, no es delgada. El apellido Bonig, que por supuesto hay que pronunciar como, por ejemplo, la palabra “desig” con la que rima, es un apellido tradicional de la zona donde nació la ilustre diputada, perfectamente ortografiado según las Normas de Castellón, y por tanto, es un producto nobilísimo de aquella tierra. De modo que cuando me dedico a contemplar el mundo de la política valenciana casi me produce el mismo pánico que a la señora Boni le produce el independentismo catalán, el argumento predilecto de sus proclamas en contra del gobierno del presidente Puig. A la expulsión del catalán de las escuelas valencianas la Boni la llama con alevosía “libertad educativa” y se muestra muy irritada por el adoctrinamiento en las aulas de su tierra. Adoctrinamiento catalanista, se entiende, porque el españolismo no adoctrina en modo alguno, el españolismo es permanente e invariable, traducción directa del poder de siempre, lo mismo en este régimen como en el anterior, el de la legitimidad del 18 de julio de 1936. “Llevamos el mismo camino que en Catalunya” dice la desconsolada Boni porque, yo lo ignoraba, se ve que el independentismo gobierna también el palacio de la Generalitat Valenciana. “No había habido ningún problema en nuestra comunidad entre valenciano y castellano” añade la Boni, porque para ella el analfabetismo del catalán, la sustitución lingüística y la ridiculización de la lengua, reservada al ámbito doméstico como una vergüenza es equivalente a no tener ningún problema. Matar la lengua del país es la más pura normalidad en opinión de la Boni.

En el debate de las regiones españolas, ahora que incluso CaixaBank hace anuncios publicitarios proclamándose una entidad tan española como las aceitunas rellenas, llegará un momento en el que los catalanohablantes del País Valenciano, Baleares y la Franja deberán tomar partido públicamente sobre la independencia de Catalunya. El poder de irradiación política de las banderas estrelladas es temible y la capacidad de influencia del independentismo aumenta cada día. Cuando la normalización lingüística es calificada por la Boni como “chantaje”, cuando el PP se ceba sobre la lengua y la cultura catalanas en Valencia el independentismo deberá buscar complicidades fuera de las fronteras regionales de la actual Catalunya autónoma. Cuando se amenaza mediante el chiste de Tabàrnia con destruir la unidad territorial catalana tendremos que recordar que la integración de otros territorios catalanohablantes al proyecto de una Cataluña independiente puede ser perfectamente factible, incluso deseable si continúa cuestionándose la legitimidad a reclamar la separación de España. Para Europa no es lo mismo una comunidad nacional catalana de siete millones de personas que una de más de once millones, rotundamente más eficaz se mire como se mire.