La nueva legislatura empieza igual que en el 2015, marcada por la CUP, con un tira y afloja entre los partidos del proceso para definir una fórmula retórica que mantenga viva la llama patriótica. Los dirigentes de ERC y de las dos formaciones de Convergència no parecen haber entendido aunque con los símbolos no se puede jugar de manera simbólica.

Detrás de la aparente absurdidad de los debates y las negociaciones, la intención de fondo es generar un clima de victimismo que permita montar una multinacional identitaria en Bruselas. Las declaraciones retóricas a favor de la legitimidad de Puigdemont tienen como objetivo enredar la CUP en la creación de un Consejo de la República en el exilio.

La nueva institución necesita la cara de Puigdemont para tener un barniz de legitimidad. Por eso el Parlamento lo reivindicó ayer en una votación sin efectos prácticos, pero la nueva institución servirá básicamente para dar cobertura a la red de negocios que antes operaba bajo el ala de la Generalitat y Puigdemont sólo será un muñeco, como lo ha sido prácticamente hasta ahora.

La vieja élite nacionalista intentará sacar de Bruselas el dinero que ya no puede sacar del pactismo con Madrid. Ya hace tiempo que el Estado intenta enviar hacia la CUP al millón de independentistas más irreductibles, cosa que no deja de ser una estrategia arriesgada. Mientras tanto los líderes procesistas juegan a la táctica de intentar embadurnar a todo el mundo, para garantizar un mínimo de unidad de acción.

El independentismo oficial cada vez más está más atrapado en la lógica de excusas y mentiras que ilustraban las últimas conversaciones telefónicas que la prensa ha publicado de Lluís Salvadó y algunos de sus colaboradores. La degradación del procesismo también afectará al unionismo, que se ha construido contra él, y alejará cada vez más la política autonómica de la gente, que pronto empezará a verla como un mero disfraz del artículo 155.

Cada vez se verá más claro que los partidos autonomistas no estaban preparados para defender la independencia desde ningún punto de vista, y es difícil creer que el cinismo de algunos líderes caídos en desgracia no genere nuevos espacios electorales y cambios en la cultura del país. Si la CUP sigue haciendo su papel de vietcong catalán y mantiene la herida abierta iremos a nuevas elecciones, seguramente cuando se celebren las municipales.

El referéndum estaba pensado para liberar las energías de los catalanes sin hacer daño a la España de la transición. Ahora el independentismo se extenderá a Mallorca y al País Valenciano y Catalunya, atrapada entre el cinismo de Madrid y Barcelona, entrará en la típica fase de destruir el Estado desde dentro. El peligro que tiene un bosque reseco es que, con una sola cerilla, lo puedes encender fácilmente.