Los acuerdos en el seno de la Mesa de Diálogo y Negociación han desencadenado un terremoto inédito de consecuencias imprevisibles en las Españas. El bloque del 155 ha saltado definitivamente por los aires y aquella unidad de acción del constitucionalismo ante del 1 de Octubre se ha volatilizado. La estrategia republicana ha acabado sacudiendo el tablero español como nunca, con un choque institucional de una magnitud extraordinaria. Y eso a pesar de la feroz oposición de una parte del independentismo que vivió los indultos mordiéndose los labios y la modificación del Código Penal rasgándose las vestiduras con todo tipo de improperios sin ton ni son.

Los indultos hicieron saltar la cerradura y el cerrojo de la caja de Pandora. Y ahora la supresión del delito de sedición y la modificación de la malversación han abierto la caja de los truenos de par en par. La contestación interna a Sánchez se insinuó con los indultos y ha estallado ahora con las descalificaciones burdas de destacados barones y de la vieja guardia casposa. Una prueba más de lo controvertidos que son los acuerdos que ha asumido

Estos acuerdos de la Mesa de Diálogo y Negociación se han hecho esperar para desesperación de todos los que apostaron por ella. Y para satisfacción de los que querían que fracasara. Pero a ciencia cierta que finalmente se han concretado mucho más allá de todo escepticismo razonable. Los frutos son incontestables y dejan en evidencia lacónicas sentencias como aquello del juntaire Turull y su esperpéntico "Gana Marchena", reflejo de un maximalismo tronado solo apto para los partidarios del cuanto peor, mejor.

Los acuerdos no son la amnistía ni la autodeterminación. Es obvio. Ni han dinamitado la unidad de España, como afirma la derecha española y parte de la izquierda. Son sencillamente la expresión de una ardua negociación, de un complejo estira y afloja que, de rebote, ha incendiado el deep state, que no es poco para despedir el año.