"Echamos de menos que los jóvenes se sumen a los actos de protesta y reivindicación", "¿dónde está la juventud que no está presente en las manifestaciones?". Expresiones, preguntas y señalamientos similares los hemos oído, y los hemos dicho, muchas veces en los últimos años, desde nuestra edad adulta habiendo luchado contra tanta represión. Es cierto, personas mayores que participaban en numerosas protestas ―siempre adjetivadas como pacíficas― convocadas desde la clase política y desde algunas organizaciones sociales contra el encarcelamiento de presos y presas políticos; padres, madres, abuelos, "personas mayores" que echaban de menos la participación de la juventud en estos actos multitudinarios.

Mientras tanto, esta juventud ha ido creciendo entre la precariedad laboral, la falta de perspectivas de futuro, la precarización de sus vidas, el aumento de tasas universitarias para estudiar y muy posiblemente alimentando a su manera una rabia que han ido acumulando y que no sé si hemos sabido de verdad interpretar. En tanto, estos chicos y chicas han ido creciendo escuchando todo tipo de consignas sobre la represión: en conversaciones en reuniones familiares y en círculos afines, han oído a la burguesía reclamar contra injusticias, prohibiciones, procesamientos, etc.; han ido incorporando todo eso, este corpus, en su proceso de socialización, en su crecimiento personal. Afortunadamente, también han tomado una conciencia muy fuerte sobre el respeto a las relaciones interpersonales, sobre la defensa de los derechos de colectivos sociales, sobre la concienciación de la destrucción del planeta, y también sobre la gradual pérdida de credibilidad de las clases políticas, sindicales y las élites universitarias.

Y, "de repente", como tantas veces en la historia, un acontecimiento promueve un estallido. La ignominiosa sentencia del procés, dictada después de un juicio vergonzoso realizado después de la faramalla teatral propia del ritual de la alta justicia (véase, la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo), se constituye en el dispositivo emisor de varias convocatorias. Desde un Tsunami Democràtic que consigue aglutinar una imaginativa respuesta y una cadena de acciones creativas que atrae a esta juventud que se siente llamada a participar, que acude, que participa, que "por fin" se manifiesta y que es recibida a patadas, porrazos, humillaciones y vejaciones diversas por la/las policía/as catalana y española, y empieza a encender la mecha de una respuesta cada vez más radicalizada. Y, por descontado, contaminada y envenenada por infiltrados, por "servicios de inteligencia" (con perdón de esta expresión) que (casi) consiguen intoxicarlo todo.

Una policía catalana posiblemente extraviada después de tanta sacudida de los dos últimos años que ha sido puesta entre las cuerdas desde las más altas instituciones del Estado (que nunca fallan, como bien señala Jordi Cuixart). Y una policía española comandada desde cúpulas que tienen nombre y apellidos que han tomado relevancia por los antecedentes penales por delitos de torturas y maltratos de diversos de sus máximos responsables. En efecto, eso ha puesto de manifiesto desde que se supo quién integraba el dispositivo que ordenó la brutal represión policial del 1 de octubre, en el gobierno anterior, pero también en el actual si se mira el comprometido pasado del actual ministro del Interior en esta violencia institucional.

Jóvenes, muy jóvenes, que "por fin" se indignan, participan, se entusiasman y van a manifestarse en acciones más creativas que las hasta ahora protagonizadas por los adultos

¡Impresionante choque! Jóvenes, muy jóvenes, que "por fin" se indignan, participan, se entusiasman y van a manifestarse en acciones más creativas que las hasta ahora protagonizadas por los adultos, pero que chocan con estas fuerzas policiales (preparadas y entrenadas en las cloacas de la cultura de la violencia institucional), para aplastar estas ansias. Y a partir de aquí sí, claro, todos los extremos: la violencia, elemento siempre utilizado para el descrédito y nuevamente recuperado.

Pero también es importante destacar que no sólo son jóvenes los que asisten a estas movilizaciones. Si bien es cierto que estos han tomado las calles y han perdido el miedo, no están solos y no podemos caer en un reduccionismo de la cuestión en la que parezca haber una lucha generacional. También hay quienes pasan de los 50 años que ocupan primeras filas de resistencia delante de la policía. También se ven a madres con sus hijos descansando después de una jornada de protesta, sentados a 10 metros de una barricada con una total naturalidad. Y cuidado, porque las madres de los jóvenes represaliados, detenidos o mutilados, empiezan a organizarse en iniciativas que reclaman seguridad para sus hijos. ¿Qué tiene una madre a perder cuando ya ha "perdido" a sus hijos? Su discurso es claro: si encarceláis a nuestros hijos, si los pegáis por defender su futuro y nuestro presente, nos encontraréis en primera fila, dispuestas a ocupar el lugar del que les habéis echado. Ya podemos ver a las "Mares per la República" que se organizan ahora mismo.

Asistimos atónitos a todo ello. Somos capaces de contemplar protestas muy fuertes en otros lugares, ¡pero cómo cuesta aceptarlas en el propio! Sin embargo, digámoslo de una vez: todos hemos contribuido de una manera u otra a alimentar la imprescindible respuesta popular ―y juvenil― tantas veces citada y que no puede decaer ahora. Y, sobre todo, entendamos lo que es obvio: son jóvenes, como lo fuimos todos, con todas las contradicciones, extremos, deseos, imprudencias, errores... pero son nuestros jóvenes, son nuestros hijos e hijas, y ahora los están golpeando y vejándolos a ellos y a ellas.

¿Y qué haremos? Porque la represión no cesará. Espero que sepamos estar a la altura y que todo lo que está pasando sea también un motivo de unión generacional, de mayor entendimiento, cuidado y comprensión. Aunque parezca mentira, en medio de tanta abyección, hay una inmensa oportunidad para el cuidado, el afecto y el compromiso.

 

Iñaki Rivera Beiras es el director del Observatorio del Sistema Penal y los Derechos Humanos de la Universitat de Barcelona