Hoy estamos llamados, otra vez, a las urnas. Y no sé si será porque vamos aprendiendo, teniendo experiencia, haciéndonos más mayores, o porque la situación realmente se degrada a una velocidad desbocada, pero tengo la sensación de que estamos llegando al final de un ciclo. No sé todavía bien qué ciclo se cierra, aunque puedo intuirlo; y tampoco tengo la seguridad del que se abre, aunque ya llegan algunos de sus "aromas". 

La cuestión es que siento una distancia enorme entre esa "clase política" y mi manera de entender la gestión de lo público. Percibo una desconexión profunda mientras contemplo imágenes de mítines que analizo, muchas veces bajando el volumen y contemplando la estampa. Los gestos de quienes hablan, los aplausos alienados de los que rellenan la imagen por detrás. Y me pregunto cómo es posible que estemos llegando a esta situación plagada de mentiras, mensajes absolutamente vacíos y espectáculo bochornoso de vergüenza ajena. 

Hoy iré a votar, no porque crea que mi papeleta servirá para algo; sino porque todavía creo que si quienes se sienten como yo, demostramos con nuestra abstención esa desconexión profunda de la que hablaba, no contribuirá en nada y, más bien, estaríamos facilitándole a aquellos la tarea. Evidentemente, mi voto y el de tanta gente harta, no es lo que buscan las Yolandas, ni los Pedros, ni los Santiagos ni los Feijóo de turno. Para todos ellos, y todos los demás que participan en este circo, sería maravilloso, de hecho, que yo y tantos otros como yo, nos quedásemos en casa. Que siguiéramos pagando nuestros impuestos y que procurásemos borrarnos del mapa de la participación cívica. 

Sé perfectamente que este sistema electoral está hecho para mantener el poder a los mismos, pareciendo que pasa de unas manos a otras por decisión de la ciudadanía. Sé también que el procedimiento, el valor de cada voto, evidencia que las cosas se podrían hacer infinitamente mejor y, que de hecho, no se hacen porque no les compensa. En definitiva, soy muy consciente de que esto que vivimos tiene un largo camino por recorrer para que podamos hablar de una democracia en condiciones de ser decente. 

Soy muy consciente de que las decisiones que se toman, vienen marcadas por agendas e intereses que se nos escapan y que, muy probablemente, ni siquiera nuestros dirigentes políticos tengan, en realidad, margen de maniobra. La cadena de poder sigue concentrando en pocas manos las decisiones que afectan a millones de personas que poco o nada pueden hacer para plantar cara ante lo que consideran abusivo. 

Mientras nos entretienen viendo a Yolanda planchando, o a Colau nombrándose "motomami", a Sánchez diciendo una banalidad tras otra y a la derecha, en todas sus vertientes, comportándose como zombis, como vampiros que tratan de chupar la sangre de cualquier cuello despistado, no habría que olvidar que, cuando hemos vivido hechos relevantes que han servido de razón para justificar decisiones tomadas de manera antidemocrática, opaca e, ilegal, todos han estado en el mismo bando. Y lo que es más triste, han sido aplaudidos por los que salen en sus mítines y respaldados por quienes hoy van a votarles. 

Cuando llegó la pandemia o la guerra de Ucrania, los unos y los otros, tomaron decisiones que han vulnerado nuestros derechos y libertades. Han alimentado una guerra en lugar de promover el diálogo y la paz, para salvar vidas. Y han estado negociando con el sector privado para destinar desde las arcas públicas miles de millones del dinero de todos a los intereses particulares de unos pocos. No preguntaron a nadie, no sometieron a votación ninguna de sus medidas a la ciudadanía. Y debería ser algo obligatorio, si fuéramos una democracia. Pero no lo es. Hoy se sentirán respaldados, revalidados y con otro cheque en blanco para continuar hablando en nuestro nombre sin escucharnos. 

Veo con estupor un video que ha lanzado la organización por la libertad artística (OLA), donde Charo López, Ana Gracia, Lidia San José, Ana Moreno, Lucía Álvarez, Anabel Alonso, Vicky Peña… entre otras voces, nos apelan y piden que nos imaginemos un mundo con los cines cerrados, donde no puedes pasear, ni ver exposiciones, ni bailar. Parece que no han estado aquí los últimos años, cuando precisamente eso es lo que ha pasado. Cuando la censura se ha impuesto de manera feroz, cuando se nos ha perseguido a quienes hemos planteado nuestras dudas abiertamente. Cuando la falta de acceso a información ha puesto en peligro la salud y seguridad de mucha gente. Cuando se ha cancelado a periodistas, escritores, opinadores, artistas de distintos campos por negarse a tragar con las imposiciones totalitarias que se nos han venido imponiendo. 

¿Dónde estaban estas gentes de OLA entonces? Muchas de ellas, promoviendo la censura, la persecución y el ataque a los que hemos mantenido firme nuestra bandera por la libertad, la del pensamiento, la de la información, la de la expresión, la de la conciencia. 

¿Dónde estaban estas gentes de OLA cuando este Gobierno no movió un solo dedo para poner fin a la ley mordaza? No salieron entonces, como no han salido en tantísimas ocasiones en las que sabían que abrir la boca les perjudicaría. 

Porque aquí hay quienes defienden determinadas cuestiones “cuando toca”, cuando se les pide que se movilicen para apoyar a un grupo de poder. No porque consideren, realmente, que hay que blandir el cobre ante una injusticia. 

Pretenden hacernos creer que la censura viene por la derecha, como si la izquierda hubiera sido garante en los últimos años de la libertad de expresión. Como si no fuéramos uno de los países a nivel internacional con más artistas perseguidos judicialmente por sus palabras, por sus canciones o por sus obras. 

"Imagina", dicen. Muy intensas, muy sentidas. No, yo no tengo que imaginar, gentes de la OLA, porque lo llevo viviendo años y plantando cara ante cualquier ataque a la libertad de expresión, sin excusas y sin remilgos. Y la libertad se defiende ejerciéndola, cosa que no he visto hacer en buena parte del sector de la cultura. Que ha tragado con ruedas de molino ante la enorme censura que ha supuesto la pandemia. O la guerra. O el destrozo a nuestros campos. O la persecución a quienes defienden distintas ideas en los territorios de España. Ahí ha habido un enorme silencio. Y cobardía. 

Y no, no tengo que "imaginar nada" porque lo he vivido en primera persona. 

Hoy iré a votar, pero con la profunda intención de botarlos a todos.