Este domingo hubo elecciones en Argentina. ¿Qué se votaba? En realidad, nada. Ellos las llaman PASO: elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias. Dicen ser primarias porque teóricamente sirven para elegir a los candidatos de cada partido  –o como ellos dicen, de cada espacio– que en octubre concurrirán a las elecciones de verdad; pero en la práctica los partidos hacen su selección antes y en la gran mayoría de los casos ofrecen un candidato único, así que en esta ocasión casi todos los que se presentan han logrado el 100% de los votos de su espacio. Pese a lo cual los medios lo han retransmitido con tanta pasión como si fuera la final de un Mundial.

Por ley todo el mundo está obligado a votar, pero si te quedas en tu casa no pasa nada

Por ley todo el mundo está obligado a votar, pero los portavoces del Gobierno se han desgañitado pidiendo a la gente que acuda a las urnas, porque si te quedas en tu casa no pasa nada.

Esta batalla electoral de agosto es como un ensayo con pistolas de agua de la que tendrá lugar en octubre. Entonces se elegirá a la mitad del Congreso y a un tercio del Senado, algo parecido a las elecciones de medio término de los Estados Unidos. Sirve para medir la temperatura social y la fortaleza de gobierno y oposición a la mitad del mandato presidencial; y en ocasiones –no es este el caso– para reconfigurar las mayorías parlamentarias.

Es fácil comprobar que todos esos puestos de legisladores no le importan a nadie. Solo parece interesarles una elección, la del primer senador por la provincia de Buenos Aires. Según parece, ganar o perder las elecciones depende de quién ocupe finalmente ese puesto. Así que tú puedes tener un resultado magnífico en todo el país, pero da igual: si te ganan ese escaño senatorial por un voto, estás acabado. Lo curioso es que el propio gobierno se presta a ese juego.

La provincia de Buenos Aires es un territorio tan extenso como Italia y tan poblado como Holanda (sin contar la capital, que es un Estado aparte). Históricamente ha sido un feudo inexpugnable del peronismo hasta que hace dos años María Eugenia Vidal, una chica de derechas con aspecto de monja del Opus, les arrebató la joya de su corona, el gobierno de la provincia. Eso les dolió más que perder la presidencia del país, y desde entonces buscan vengarse de la afrenta. Es como si Inés Arrimadas ganara la presidencia de la Generalitat.

Pero lo que da morbo a esa elección bonaerense es que participa Ella: la señora Fernández, a la que todos –incluso sus más feroces enemigos– llaman Cristina, con esa extraña familiaridad con que se trata a los mitos en ese país. En Argentina hay muchos Fernández, pero solo una Cristina, como solo hay un Diego y una única Eva. También se la conoce por su sigla: CFK, como JFK.

La señora Kirchner es la líder del peronismo, pero en estas elecciones no concurre como peronista. Para hacerlo tenía que aceptar competir con otros en la primaria dentro del histórico Partido Justicialista; y aunque habría ganado fácilmente la nominación, hasta ahí podría llegar la falta de respeto. Así que se ha permitido el lujo de prescindir de la sigla e inventarse un partido nuevo solo para ella y solo para su preciado escaño bonaerense, desde el que se dispone a ejercer como jefa de la desleal oposición. Eso si se lo permiten los jueces, porque la Señora está encausada en más de diez procesos por corrupción y no tardará en estarlo en otro por asesinato (¿recuerdan al fiscal Nisman?).

¿Qué es el peronismo? Me lo han preguntado mil veces en España y siempre respondo lo mismo: con el tiempo he aprendido a reconocerlo cuando lo veo, pero explicarlo… esa es otra historia. No es propiamente un movimiento, ni una ideología, ni un partido político; de ser algo, sería una forma de ejercer el poder, pero incluso eso se quedaría corto como definición.

En esta carrera por el puesto de senador de Buenos Aires los principales candidatos son: la señora Kirchner, un antiguo primer ministro de la señora Kirchner, un exministro de la señora Kirchner… y por el Gobierno, un semidesconocido que hacía las veces de ministro de Educación con Macri, al que han puesto ahí como hombre de paja para que la verdadera confrontación, la que arrebata al país, sea entre la señora Kirchner y la monja opusdeísta que gobierna la provincia.

En Argentina no hay que fiarse de las apariencias: el país entero tiene asumido que todo el que no sea peronista está en el poder de paso

La coalición que respalda al Gobierno se bautizó Cambiemos cuando estaba en la oposición y se sigue llamando así tras dos años gobernando. La idea es durar todo lo posible sin dejar de llamarse Cambiemos. Y es que en Argentina no hay que fiarse de las apariencias: el país entero tiene asumido que todo el que no sea peronista está en el poder de paso (el empeño de Vidal en romper ese axioma hace más perentorio que pague por su insolencia histórica).

De hecho, lo único que amalgama a los componentes de Cambiemos es la resistencia al peronismo. Mejor dicho, al kirchnerismo, que es su versión más degeneradamente autoritaria, corrupta y populista desde la que encarnó el propio General.

En Cambiemos está el partido de Macri, que pertenece a la Internacional Conservadora como el PP; y está también la Unión Cívica Radical, que es miembro de la Internacional Socialista como el PSOE. El primero pone los líderes y el marketing y el segundo la estructura territorial. Y no, no parecen tener grandes dificultades doctrinales para gobernar juntos. Los une lo que no son.

El elenco de candidaturas se completa con una que se llama Frente de Izquierdas y otra denominada Izquierda al Frente. Ambas ultraminoritarias y, por supuesto, irreconciliables. 

En la noche electoral, mientras en todo el país se acumulan los resultados favorables a Cambiemos solo hay ojos para la votación del Senado en Buenos Aires. Te paseas por los periódicos y las cadenas de televisión y parece que esa es la única votación de la jornada. El recuento arroja al principio una ventaja notable para el oscuro candidato oficialista. Así que los de Cambiemos convocan a los medios, festejan la victoria y cierran el local a las once de la noche.

A partir de ahí la candidatura de Ella comienza la remontada. Como los adversarios se han ido a dormir, en las teles solo quedan sus partidarios que celebran como una epopeya cada décima que se reduce su desventaja, ignorando la paliza que están recibiendo en el resto del país.

Al llegar al 95% del recuento y con tan solo mil votos de diferencia, el responsable de guardia decide que él no pasa por el trago de anunciar el posible sorpasso y clausura el tenderete. Aquí se acabó la fiesta de esta noche, los votos que faltan que los cuenten los jueces.

De momento, como en el famoso concurso televisivo, hasta aquí les puedo contar. Y si no han entendido nada, es que me he explicado bien.