Volver a los diecisiete

Después de vivir un siglo

es como descifrar signos

sin ser sabio competente.

Violeta Parra

Muchos llevamos en el coche la banda sonora de nuestras vidas, la colección de nuestras canciones favoritas. Las que aprendimos de memoria cuando éramos jóvenes. A los que lo fuimos en los 60 nos da gustito cuando suenan los primeros acordes de Blowing in the Wind, The Sound of Silence, Let it Be, Satisfaction o Mediterráneo. Conocemos la letra y podemos canturrearlas junto a Dylan, Simon&Garfunkel, McCartney, Jagger o Serrat, lo que nos proporciona una doble sensación placentera: creer que sabemos cantar y sentirnos jóvenes de nuevo.

Y si alguien hace una versión de esas canciones en la que cambia el compás (no digamos si cambia la letra), nos incomoda o incluso nos irrita. Todo, cada nota y cada palabra, debe estar donde siempre estuvo.

Ese recuerdo ocupaba mi cabeza mientras me esforzaba por seguir el soporífero discurso con el que Patxi López se presentó como candidato a la secretaría general del PSOE. Una interminable colección de tópicos encadenados y de frases hechas, gastadas y vacías a fuerza de repeticiones; de esas que cuando comienzan puedes completar por ti mismo porque las has escuchado miles de veces. Pero por eso mismo, sumamente confortables para espíritus desasosegados ante una realidad difícil de comprender y aún más de manejar.

“Nos hace falta un PSOE renovado, unido y con un proyecto claramente progresista y de izquierdas que consiga el apoyo de la mayoría social de nuestro país para, juntos, recuperar derechos y libertades y para avanzar en igualdad y progreso colectivo”.

¿Felipe González en 1977? Probablemente. Pero también Patxi López en 2017. Lo dicho, cada nota y cada palabra en su sitio, aunque ya no signifiquen nada de lo que significaron; y así durante 40 años.

El discurso de Patxi López no sólo fue puro lenguaje de madera. Además, suministró una buena ración de conceptos claramente regresivos

El discurso no sólo fue puro lenguaje de madera. Además, suministró una buena ración de conceptos claramente regresivos.

El lema de la candidatura: “Volvamos al socialismo”. Lo dijo López: “Volver al socialismo” es la primera de las “bases sólidas” sobre las que pretende edificar su proyecto.  

La palabra Volver es, en si misma, una declaración de intenciones. No hace falta ser semiólogo para detectar todo lo que contiene. No avanzar, no progresar, no mirar hacia delante: volver. Como si eso fuera posible.

¿A dónde quiere hacernos volver López? ¿A cuando no se había desencadenado  la crisis, cuando no existía Podemos, cuando el PSOE reinaba en la izquierda sin competencia, cuando él mismo gobernaba en Euskadi con el apoyo del PP y Jordi Pujol hacía lo mismo en Catalunya? ¿Cuando no habían venido Trump ni el Brexit ni Europa se desmoronaba? Pues sí, parece que quiere llevarnos exactamente ahí. El caso es que no se puede.

Segundo, y aún más grave: la socialdemocracia sin matices, la izquierda sin matices. Lo repitió varias veces: sin matices.

Tremendo. No es que la socialdemocracia sin matices no exista, es que en sí misma es un gran matiz. Es la fórmula política que nació para matizar decisivamente la brutalidad del comunismo y los excesos del capitalismo. ¿Qué queda de la izquierda -o, mejor dicho, qué queda del pensamiento?- cuando se le quitan los matices? Meter en un mismo modelo el progreso económico, la libertad política y la justicia social y que funcione sólo puede hacerse mediante un ejercicio permanente de incómodas matizaciones.

Sostiene López que hay que regresar a “los principios clásicos del socialismo”. Que yo sepa, los principios clásicos del socialismo fueron la lucha de clases, la propiedad colectiva de los medios de producción y la toma del poder por la clase obrera. Ya sé que López no se refiere a eso. Ni a eso ni a nada, son sólo palabras hueras, que suenan bien pero no dicen nada.

Igual que lo de la “izquierda exigente”. No le vendría mal a nuestra sedicente izquierda ser un poco más exigente consigo misma. Tan exigente como lo fue Javier Fernández 24 horas antes en un discurso, ese sí, adulto, sin concesiones a la galería ni brindis al sol, nada autocomplaciente; y sobre todo, respetuoso con la inteligencia del que escucha.

Lo de López funcionará porque ofrece comodidad: cualquier tiempo pasado fue mejor. En el fondo, ofrece un regreso a la mocedad, reverdecer los esplendores del pasado, la píldora de la eterna juventud. Es una infantilización grosera del discurso y del auditorio.

Lo hace porque conoce muy bien al electorado al que se dirige: la militancia del PSOE es un colectivo con una edad media de 50 años

Lo hace porque conoce muy bien al electorado al que se dirige: la militancia del PSOE es un colectivo con una edad media de 50 años, que vive entre la nostalgia del pasado floreciente y la incomprensión del mustio presente,; y que se inflama con facilidad cuando suenan las notas del “We shall Overcome” con voces tan familiares como las de Patxi, el hijo de Lalo, pedigree a prueba de bombas. Ese es el producto.

Trampas de catón: endulzar el oído de los militantes/votantes con halagos reiterados. “Activar las agrupaciones” por acá (¿no sería mejor revisarlas?), “una militancia viva y luchadora” por allá, “a mí me gusta el partido que a vosotros os gusta”…lo que viene siendo populismo orgánico.

Y todo ello, salpimentado de algunas falsedades políticas graves:

a) “Sólo el PSOE, junto con el PSC, puede aportar una solución a los problemas de Catalunya”. Pues estamos listos: el segundo partido de España y el tercero de Catalunya resolverán por si solos este embrollo gigantesco. No sé qué es peor, que lo diga o que lo crea.

“Sólo el PSOE, junto con el PSC, puede aportar una solución a los problemas de Catalunya”. Pues estamos listos

b) “Sólo cuando ha habido una influencia de fuerzas de izquierda la Unión Europea ha avanzado”. A la mierda Churchill, Adenauer, De Gasperi y Andreotti,, Monnet y De Gaulle, Kohl y tantos otros. No, mire: la Unión Europea ha avanzado cuando la derecha y la izquierda se han concertado para hacerla avanzar. Lo que no es compatible con la demonización mutua y el noesnoísmo como armadura ideológica.

c) Reniega López de la abstención y sigue cantando las virtudes del llamado “gobierno alternativo”. Pero, a la vez, admite (entrevista en El País) que “con Podemos vimos que era imposible” y que “no es posible llegar a acuerdos con posiciones de independentismo que quieren la ruptura”. ¿En qué quedamos?

La estrategia de López y de los diseñadores de su discurso es clara: reproducir el “efecto Corbyn” en el PSOE. Una base militante frustrada y amargada. Un dirigente de los de toda la vida, clásico entre los clásicos. Un discurso reactivo y mentiroso, que ofrece el repliegue sobre sí mismo y el encapsulamiento en un pasado que no regresará. Que no afronta el futuro porque comienza negando el presente. Y que no sólo no busca superar el pasado, sino que lo ofrece como refugio emocional, el claustro materno.

A Corbyn le ha servido para ganar dos votaciones internas y hacerse con el Partido Laborista. También para condenarlo a la derrota crónica y a la marginalidad política. Y aquí puede funcionar, ¿por qué no?