Capítulo 1:  Sobre la disyuntiva “investidura versus elecciones

A veces la política se juega en el territorio de lo menos malo. Esta es una de ellas. Estamos en el territorio del mal menor.

La disyuntiva es si debemos ir a unas elecciones o no. Y si queremos evitarlas, tendríamos que ir a una abstención. Que no es apoyar. Pensar que abstenerse es apoyar es una idea muy frentista y muy pedestre de la política.

Yo no quiero elecciones. Me hubiera gustado tener una opción de gobierno, pero ha sido imposible.

Que haya elecciones es malo para España, para las instituciones y para el Partido Socialista. Ya tenemos la experiencia de lo que pasó en las segundas.

Tengo la absoluta seguridad de que si hubiera nuevas elecciones, seríamos señalados como los responsables. El PSOE sería el chivo expiatorio.

En ningún caso queremos apoyar al PP. Pero otra cosa es la gobernabilidad del país; eso sí afecta al Partido Socialista como partido con sentido de Estado.

Ideología es hablar de impuestos, del mercado laboral, del carácter universal de la sanidad, de la función de la educación, de la igualdad y el igualitarismo. Es táctico debatir si interesa a España y al PSOE ir a nuevas elecciones.  

Nosotros, en su caso, le daríamos (a Rajoy) la investidura, pero la estabilidad debe ser algo del día a día que deberá conseguir con los grupos parlamentarios. No está acostumbrado, porque ha pasado cuatro años con mayoría absoluta y no se ha preocupado de dialogar con la oposición. Eso tiene un peaje que ahora está pagando el Partido Popular en términos de soledad política y de dificultad de interlocución. Pero si es investido, ese día a día tendrá que ganárselo. 

Yo no digo que no se deba hablar con los independentistas. Al contrario, digo que se debe hablar. Lo que no se debe es gobernar España con ellos o por ellos. Y estoy hablando de gobernar. Por sus pretensiones respecto a la planta política del país y porque, además, en este momento están en una posición insurreccional respecto a la Constitución y a las leyes.

Capítulo 2:  Sobre política y democracia

Creo en la representación. Soy de los que piensan que sin representación no hay democracia. Los representantes, los delegados son quienes tienen que tomar la decisión y luego hacerse responsables de lo que han decidido.

La tendencia a la democracia directa no está en la cultura del PSOE, que no es una organización partidaria de los plebiscitos y tiene una cultura representativa.

¿Qué se entiende por populismo? Lo hay en la izquierda y también en la derecha. Es la cultura de la simplificación. Plantear las cosas de forma disyuntiva: bueno o malo, sí o no, blanco o negro; o arriba y abajo, pueblo o casta. Eso se puede resolver plebiscitariamente.

Alguien tiene que hacerse cargo de la complejidad de las cosas, y explicarlas. Algunos dan esperanza, pero no dan realidad. Nosotros tenemos la obligación de dar las dos cosas.

La oposición no hay que plantearla siempre desde el antagonismo, sino desde la utilidad a los ciudadanos. Hay que olvidarse de la idea frentista de la política, que la reduce a un mero antagonismo.

Una política no sirve sólo por ser bienintencionada; además, tiene que ser útil. Y hay veces que esas políticas bienintencionadas, y sencillas, y simples, y todas esas soluciones milagrosas y mágicas son inviables; y, por tanto, son inútiles.

Capítulo 3:  Sobre Podemos

Los electores de izquierda piden más a la política y esperan más de ella que la gente de derechas. Los votantes de la izquierda creen mucho en el Estado, y ahora el Estado tiene menos capacidad para desarrollar políticas. Esa gente, decepcionada, ha buscado alternativas como Podemos, que fue capaz de convertir la indignación en política. Pero después hay que ver si esas políticas que Podemos plantea son factibles, porque yo les he escuchado propuestas milagrosas que no pueden afrontar la realidad.

No es lo mismo buscar una alianza con alguien en un gobierno territorial, que tiene unas competencias en las que yo puedo estar de acuerdo con Podemos o con otros partidos de la izquierda, que un acuerdo en España, que exige ponernos en sintonía sobre la estructura del Estado.

Quiero ver a Podemos en la oposición, porque no es un partido que esté construido para la espera, y va a ser muy difícil mantener ese espectáculo permanente en el que ese partido ha querido convertir la política. 

Capítulo 4:  Sobre el PSOE

Lo que yo quiero es que el partido esté en condiciones de ganar unas elecciones al Partido Popular. No ya de ganar en el seno de la izquierda, sino de ganar al PP; y cambiar cosas, y gestionar, y mejorar la vida de los ciudadanos.

En ningún caso el PSOE debe moverse del centro izquierda para aspirar sólo a ser la fuerza hegemónica de la izquierda. Con eso dejaríamos de ser la alternativa de gobierno.

Hemos visto cómo se alejaban del partido los trabajadores, las clases medias urbanas y los jóvenes, que son en sí casi una clase social.

Más allá de ser de los socialistas, de los obreros y de los que se definen como federales, tenemos que captar a los profesionales libres, a los pequeños empresarios, a los funcionarios, a las clases medias que quieren cambiar pero no quieren romper los equilibrios básicos de la sociedad.

En los gobiernos, así como en el partido, debemos tener a los mejores. Y no siempre ha sido así.

Nos habíamos mineralizado en el silencio respecto a lo que interesa a España y al PSOE. El debate no puede estar prohibido. Conviene hablar. Es indispensable hablar. Ahora urge hacerlo.

Conviene tener en el PSOE un debate y dar unas explicaciones que no hemos dado hasta ahora. En el partido, supongo que todos somos responsables, no hemos discutido esta cuestión.

Ahora se requiere un aterrizaje forzoso en el principio de realidad. 

----------

Hay en estas palabras toneladas de razón política y de honestidad intelectual. Hay progresismo consecuente y responsabilidad cívica. Hay madurez y sentido común. No me costaría nada dar mi voto a quien piensa y se expresa de esta manera.

Y sin embargo, algo me indigna y me exaspera. Porque me consta que Javier Fernández –y muchos otros dirigentes de ese partido– siempre han pensado así. Sé que albergan esa convicción desde la misma noche del 20 de diciembre del 2015.

La mortificante pregunta es: ¿Por qué ahora y no antes? ¿Por qué durante meses se permitió a un aventurero de la política provocar un bloqueo institucional y llevar a su partido al precipicio de la historia sin mover un dedo o alzar la voz para frenarlo?

 ¿Por qué hubo que recurrir in extremis a una sangrienta amputación sin anestesia para combatir una infección que pudo haberse tratado en origen con una dosis enérgica de antibióticos?

¿Por qué se eludió el debate y se consintió aparentar una unanimidad que nunca existió? ¿Por qué esa “mineralización del silencio” en un partido genéticamente adicto a la controversia?

Respeto mucho a Javier Fernández y coincido con lo que dice. Pero su voz, como la de todos los que callaron ante el desatino, hubiera sido mucho más útil para prevenir este obligado “aterrizaje forzoso en el principio de realidad”, incierto y peligroso como todas las emergencias.  

Por el bien de todos, ojalá saque adelante su difícil cometido. Pero cualquiera que sea el desenlace, seguiremos necesitando un porqué.