La Iglesia Católica aborda en la actualidad el tema socialmente más espinoso de su milenaria existencia, los abusos sexuales a menores que algunos de sus miembros han llevado a cabo durante años y respecto de los cuales en el presente lidia la institución con el informe del Defensor del Pueblo que, apoyado en una miniencuesta de 8.000 personas, extrapola el resultado para decir que en España este tipo de aberración fue cometida por personal religioso sobre más de cuatrocientas mil víctimas.

En este como en tantos otros temas tan difíciles intentar poner un "pero" suele entenderse como una justificación de los hechos, y, sin embargo, lo haré, porque creo que es de justicia. El otro día en una comida coincidí con dos personas en cuyos respectivos colegios religiosos se había identificado a dos pederastas. Ni el uno ni el otro habían sido víctimas del abusador, ni siquiera habían podido intuir la circunstancia. También participaba en la comida una persona que había sido "escolanet" en una parroquia. Tampoco supo nunca de tales casos, todo lo contrario la constante era la ayuda y el apoyo por parte de los religiosos que allí desempeñaban sus tareas. Evidentemente, eso no niega la existencia del pederasta, ni su acción execrable, pero sí en todo caso la afirmación de que pudiera desplegar sus fechorías sobre todos los alumnos a su cargo. Esa es la línea sobre la que pivota la argumentación de la Conferencia Episcopal.

Con una petición de perdón por delante, la Iglesia ha negado las afirmaciones del informe, que, como ha dicho el cardenal Omella, se manifiesta enormemente sesgado. Y es así porque ni todos los curas son pederastas, ni todos los pederastas son curas; más aún, la realidad es que la inmensa mayoría de los curas no son pederastas y la mayor parte de los pederastas tienen nula relación con el clero. La triste constatación es que la pederastia deriva de una relación de poder mediatizada por el sexo y ejercida de forma patológica sobre el menor vulnerable, de manera que maestros, entrenadores deportivos, asistentes sociales, incluso médicos y sobre todo familiares en quienes concurra esta desviación son los sujetos activos. Por otra parte, solo aquellos menores en situación indefensa, por su timidez evidente o por su debilidad emocional, acaban siendo el objeto del abuso, sabiendo, como sabe el abusador, que la víctima callará por vergüenza, o por la sospecha de no ser creído o por haber constatado la connivencia del entorno con el abusador. Por eso el mayor y el peor porcentaje de este tipo de situaciones ocurren en el ámbito familiar, ese en el que parece imposible el hecho o en el que la madre o el padre justifican por miedo o por supuesto amor la conducta que han descubierto en su pareja.

Es constatable la intención de una cierta acción política de recordar solo aquello humanamente reprobable en las instituciones que quieren abatir. No saben que a pesar de sus múltiples defectos, caídas y pecados, la Iglesia es lo que es a pesar de nuestra humanidad, con un designio que la acompaña y la eleva sobre las miserias de cuantos formamos parte de Ella. El mandato originario lo hizo Jesús sobre quien lo negó... Cada religioso pederasta lo ha negado también, pero tan cierto como eso es que, a pesar de todos sus enemigos, internos y externos, la Iglesia y su encargo prevalecerán incluso en favor de quienes pretenden acabar con ella.