No es que sean los únicos —y en ningún caso lo hemos visto todo todavía: el poder judicial lleva la delantera y el ejército también hace ruido—, pero la Iglesia española ahora ha cogido con más fuerza la antorcha de la reprobación del independentismo. Ir contra el posible pacto por la investidura, poniendo en el centro la inconveniencia —en sus palabras, más que eso— de la amnistía se ha convertido en un caballo de batalla bastante jugoso para conseguir más cosas de las que proclaman.

Supuestamente, la amnistía, de la cual hablan sin conocer en qué términos se está produciendo el pacto —no creo ni que les informen ni les consulten en este proceso de negociación— va en contra —así lo expresan— de los "principios éticos" y "valores sociales" de la Iglesia española y, evidentemente, contra la unidad de España. Por la forma como hacen las declaraciones, no sé nunca si esta unidad de España es uno de los valores sociales fundamentales que observan como católicos; pero, en todo caso, lo que queda claro para los diferentes representantes de la institución que han querido alzar la voz en este tema, es que los nacionalismos solo dividen.

A la Iglesia española estos días le conviene especialmente focalizar su papel en temas que le aporten rédito social y no de descrédito, deshonra y vergüenza

No volveré a repetir que nunca consideran el nacionalismo español como tal, y solo hablan de los otros nacionalismos, con especial fijación por el nacionalismo catalán. También es de remarcar que consideran fuera de los valores de su confesión la unilateralidad, cosa que me resulta cuando menos curiosa, porque, de hecho, la unilateralidad no es más que seguir el camino que uno cree que es el correcto. Y que siempre que se tiene en cuenta este concepto, y más en una disputa a dos, la unilateralidad se produce por ambas partes, tanto la ejerce el que no quiere una cosa como el que sí que la quiere.

Pero todo eso es malgastar saliva para explicar cuestiones que en España se reprueban solo por un lado y no en el otro, en igualdad de actuaciones. Solo hay que pensar en qué no le pasará seguro a Esperanza Aguirre por haber parado el tráfico en Madrid para protestar y sí que les puede pasar, y ya ha pasado, a aquellos y aquellas que han hecho lo mismo —no en nombre de la unidad de España, ahora también en contra del PSOE y de la posible ley de amnistía— en nombre del derecho a decidir o de la independencia de Catalunya. Todo eso sin que el movimiento independentista estuviera clasificado como terrorismo; no quiero ni imaginar ahora que sí que lo está, hasta dónde se puede llegar, y lo que es peor, ya empezamos a tener indicios claros.

No sería justo, sin embargo, atribuir este posicionamiento solo a la Iglesia, porque es bastante general en el estado en que vivimos y el cual compartía el PSOE hasta hace muy poco. Ahora bien, males generales hay muchos más que la formación de gobierno, y a la Iglesia española —aparte de que siempre ha jugado a hacer un tipo de política concreta, la misma que hace un siglo— estos días le conviene especialmente focalizar su papel en temas que le aporten rédito social y no de descrédito, deshonra y vergüenza. Lo hemos visto muchas veces, en muchas instituciones políticas españolas, Catalunya siempre es un buen chivo expiatorio.

Si los abusos —y no lo digo por la cifra, porque uno ya es demasiado— son ignominiosos, peor ha sido la falta y el tipo de respuesta que la Iglesia está dando. Por eso me ha ofendido todavía más ver que vinculaban el problema de la amnistía con los valores éticos y morales.