Contexto: el exvicepresidente del gobierno, Pablo Iglesias —ahora candidato por Unidas Podemos a la presidencia de Madrid —, el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, y la Directora General de la Guardia Civil, María Gámez, recibieron hace un par de días un sobre cuyo contenido eran unas amenazas de muerte dirigidas a ellos y a sus familias, con balas reales del calibre 7,62 x 51 (munición que dicen que es de los años ochenta, y usada específicamente por algún miembro relacionado —bien en activo, o bien retirado— o en contacto estrecho con las Fuerzas Armadas o de la Guardia Civil). 

Como hace precisamente unos días que se ha iniciado la campaña electoral en la Comunidad de Madrid, se han comenzado a realizar debates electorales. El primero fue el miércoles por la noche, y parece que va a ser el último. ¿Por qué?

Pues porque al recibirse los sobres con las balas el jueves, todos los partidos políticos condenaron los hechos salvo la extrema derecha, que ha dado a entender que, o bien es todo una treta, un posible engaño por parte del entorno de las propias víctimas para usarlo en campaña, o bien que no deberían “lloriquear” después de haberlo “provocado”. Este es el discurso que han enarbolado las huestes de Vox y sus acólitos, y la propia Díaz Ayuso (separándose de la línea del líder Casado o de Feijóo, que han condenado sin ambages lo sucedido). 

El viernes por la mañana estaba previsto un debate electoral en la Cadena SER. Máxima audiencia, foco mediático servido. Ayuso ya había anunciado que solo iba a ir a un debate: el primero, en Telemadrid. Por eso, en la mesa junto a Àngels Barceló, se sentaron Pablo Iglesias, Ángel Gabilondo, Mónica García, Edmundo Bal y Rocío Monasterio. 

El debate en sí mismo, tal y como estava previsto, no tuvo lugar. Y no sucedió porque al comenzar, Pablo exigió que Monasterio condenase la violencia de las amenazas recibidas. Rocío contestó que ella “condena toda violencia”, así, a lo gordo, para escurrir el bulto. Pero pronto dio a luz al discurso de la posible “bandera falsa” del atentado. El nivel de las faltas de respeto tan rotundas de la candidata de Vox, hizo que Iglesias se plantase y se marchase del debate. Àngels Barceló le pidió que se quedara, y ante la negativa de Iglesias, le rogó que esperase en algún lugar contiguo al plató, pensando que alguien le haría volver al debate. 

Mientras tanto, Ángel y Mónica esperaban, dubitativos, también esperando que Pablo volviera. Pero no lo hizo. Así que un buen rato después (demasiado rato después), tras la publicidad, y visto que Pablo no volvía a la mesa y Rocío seguía en su línea, Gabilondo anunció que se retiraba del debate. Le siguió Mónica mientras Edmundo suplicaba, imploraba, rogaba que no se marchasen, que se quedasen en la mesa. Claro, ¿Cómo no iba a rogar Edmundo, el Abogado del Estado que fue relegado porque se retiró el delito de rebelión contra los independentistas catalanes del escrito de la Abogacía en su acusación? ¿Cómo no iba a pedir de rodillas que no se marchasen de la mesa si —después del plantón de Ayuso— estaba comiéndose él solito el marrón de defender la gestión de la Comunidad de Madrid, donde Ciudadanos ha sido socio de gobierno? ¿Cómo no iba intentar hacer de “equilibrado punto medio”, sabiendo que si se rompe el binomio “izquierda-derecha”, al expulsar del mapa a los filofascistas, Ciudadanos quedará retratado como lo que verdaderamente es: de derechas? Por eso lloraba Edmundo (metafóricamente). Porque sin Vox a su derecha, la derecha es él. 

La polémica estaba servida: Iglesias saliendo por la puerta de la Cadena SER, y Gabilondo y García acompañándole y quedando así patente la unidad de los tres, plantando cara al fascismo. Evidentemente las posibilidades de un triunfo de la izquierda en la capital subieron ayer como la espuma, después de que el miércoles Gabilondo hiciera un quiebro de cintura y se dirigiera a Iglesias: “Pablo, tenemos doce días para ponernos de acuerdo”. 

Parece que van por buen camino. Y eso anima, claro que anima; porque la sombra de la derecha es muy alargada, y en Madrid sabemos de sobra como se las gastan para hacer lo que sea menester con tal de estar en el poder. Desde el Tamayazo nadie ha levantado cabeza, y parece que ahora, por fin, podría verse algo de luz al final de este túnel. Para ello, había que llamar a las cosas por su nombre, plantarles cara y ser justos. 

Se ha generado algo de debate sobre si Àngels Barceló tendría que haber echado de la mesa a Rocío Monasterio por negarse a condenar de manera rotunda las amenazas. Se ha acusado a la periodista, y también a su cadena, de “blanquear al fascismo” y de tener ahora que tratar de bailar al son de las circunstancias. 

“Eres una activista política” le espetó Monasterio a Barceló. “Miren, miren, cómo coge de la manita a Iglesias”. Mientras, la periodista, visiblemente indignada, le contestaba: “Soy activista de la democracia”. Y así se expresó minutos después (demasiados minutos después) cuando Barceló puso sobre la mesa la necesidad de tomar una decisión sobre el debate en cuestión. Fue en ese momento cuando explicó que ella es “tan demócrata” como para haberle dado voz a Monasterio. Que la Cadena SER es tan democrática que han dado voz a esta gente. Eso dijo. Mientras, Monasterio, en ese tono punzante y sin alterarse, le recriminaba no haber publicado las cuñas publicitarias que habían contratado, señalando que la SER les “había devuelto el dinero”. Un punto interesante, porque la SER en un momento dado había aceptado hacerles campaña. Otra cosa es que, como señaló Barceló, no pusieran el anuncio por ser “un acto delictivo” (se referían a los Menores Extranjeros No Acompañados). Pero parece ser que la SER llegó a aceptar el dinerito de Vox por la publicidad de la campaña. “Porque ellos son muy demócratas”, claro que sí. 

El follón fue de tal calibre que en Madrid se respira aire de revolución, como si de pronto la gente hubiera perdido el miedo a llamar a los fascistas, fascistas. Como si de pronto todo el mundo hubiera comprendido que darle voz a quienes pretenden reventar la democracia, no es válido en democracia. Parece que todo el mundo lo va comprendiendo. El debate de ayer en las terrazas y en las casas era sobre si había que dejar que todo el mundo se exprese, “porque estamos en una democracia”, o si por el contrario, hay determinados mensajes que una democracia no puede consentir. 

Según Rocío Monasterio, el hecho de que el debate se suspendiera, era muestra de la “dictadura” en la que vivimos. Donde resulta que ahora los filofascistas no encuentran un espacio que consideran propio. Y es lógico, porque llevan una larga temporada campando a sus anchas, lanzando mensajes de odio, y viendo cómo encima, les va saliendo bien. Porque, al menos hasta ahora, así ha sido. 

El follón fue de tal calibre que en Madrid se respira aire de revolución, como si de pronto la gente hubiera perdido el miedo a llamar a los fascistas, fascistas. Como si de pronto todo el mundo hubiera comprendido que darle voz a quienes pretenden reventar la democracia, no es válido en democracia

En el editorial, por la noche, Pepa Bueno, explicó que “esto va de Democracia” y que en ella no caben los mensajes de odio, ni las amenazas ni quienes las justifican. Un discurso realmente bueno, necesario y de sentido común. Aplaudo el discurso, porque efectivamente “esto va de democracia”. De hecho, me suena el tema. 

El 6 de noviembre de 2017 escribí este artículo de opinión en Diario16, “Hablemos de democracia” (https://diario16.com/hablemos-de-democracia/) Ya entonces, con la vista puesta en Catalunya, algunos tratábamos de explicar que el problema en Catalunya era ni más ni menos que un problema de Democracia. 

La cuestión es que se ha querido dar el mensaje de que el problema era poner urnas, el independentismo y la soberanía popular. Se ha querido dar a entender a la opinión pública española que el “Constitucionalista” era el demócrata. Y no ha sido exactamente así. 

Porque los que enarbolaban la bandera “constitucionalista”, los de la Foto de Colón, los del “a por ellos”, todos esos, hicieron uso de la fuerza, por las bravas, para imponer su visión de España. Nada de democracia. A ostia limpia contra los votantes, a la cárcel con los líderes, y a mentir y generar odio desde los medios de comunicación. Incluida la superdemocrática Cadena SER. 

En aquel momento, a Carles Puigdemont le enviaron mensajes amenazantes, que yo también recibí, con imágenes de balas. En aquel momento recibimos apoyo y solidaridad, sí. Pero no se contó en la SER. No se alertó al Gobierno y, desde luego, no se llenaban editoriales poniendo el foco en el asunto. Se ve que las amenazas al entonces president de la Generalitat y a su familia no tenían importancia. De hecho, la denuncia que yo presenté “se perdió” y tuve que volver a hacerlo. Esa fue la democracia que vimos. 

Fue entonces cuando Iglesias acusó a los independentistas catalanes “de haber despertado el fascismo”. Cuando en realidad, el fascismo estaba despierto, discreto, pero alimentado entre otras cosas, por los chiringuitos donde los ubicaba Esperanza Aguirre. Estaban reventando actos de Puigdemont, llevándole unas esposas —fue concretamente Rocío Monasterio— mientras titulaban en las noticias que se trataba de “una ciudadana espontánea”. 

Ahora se descubre en Madrid que los discursos del odio, de la mentira, de la difamación, del acoso, de criminalización a los inmigrantes, a los de izquierdas y en definitiva a los Derechos Humanos y a los pilares de la Democracia, deberían acotarse y limitarse, porque atentan directamente contra la democracia. 

¿No les pareció sospechoso apalear a gente por ir a votar? ¿No les pareció tremendo ver a la Guardia Civil cantando al salir de sus cuarteles “a por ellos” caminito de Catalunya? ¿No les pareció suficientemente bestial el juicio en la Sala Segunda del Tribunal Supremo? ¿No les parece suficiente burrada la condena a líderes independentistas en un juicio donde VOX fue parte acusatoria? ¿No les parece alucinante que Edmundo Bal fuera Abogado del Estado en ese juicio y hoy aparezca como candidato de Ciudadanos? ¿No les parece aberrante que las amenazas de muerte a quienes hemos defendido esto de la democracia en Cataluña —y de manera especial a Carles Puigdemont— no tuvieran la condena ni la atención debida? ¿No se acuerdan de los dispositivos que pusieron en el vehículo del President para rastrear sus movimientos?

La lista es muy larga. Indignamente larga. Pero para ser justos la lista viene de antes. Sirva la evidencia del juicio de Bateragune, la condena, la prisión de los dirigentes políticos, la respuesta de Estrasburgo considerando que aquello no fue un procedimiento con garantías ni justo, y que ahora algunos pretendan repetir el juicio de nuevo. Lo del País Vasco también tiene que ver con la Democracia. Y allí se ha actuado en demasiadas ocasiones dando la espalda a los principios fundamentales del Estado de Derecho, de la transparencia y de la justicia necesaria. Aquello también va de Democracia. Y como se ve que a los de siempre parece fastidiarles el discurso que ETA ya no existe, ellos se la siguen inventando. Por si convencen a alguien. 

En definitiva, que sí, que todo esto va de democracia. De la que no tenemos del todo construida, precisamente porque nunca hemos sido capaces de poner a los fascistas en el lugar que les corresponde. Porque, a pesar de que la ley de partidos bien posibilita aplicarse y dejar fuera del mapa a estas organizaciones filofascistas y totalitarias, no se aplica en este caso. ¿Por qué? Ya sabemos la respuesta. Y ahí está el problema. Ese es el problema.

Dicho todo esto, es lógico y normal que ahora desde Catalunya digan lo de “pues nos pilla lejos” (en respuesta a cuando Íñigo Errejón contestó lo mismo al preguntarle por el conflicto catalán). Es lógico, pero no es justo ni es inteligente. Porque cuando Catalunya comenzó a sufrir la represión brutal de estos últimos años, los vascos han reaccionado inmediatamente ayudándoles, a pesar de haber estado rotundamente solos cuando les sucedió a ellos.

Siempre lo he tenido claro: la independencia, proceso que llegará por la vía democrática, necesita tener del otro lado, una estructura democrática que sepa hacer las cosas como se están planteando en países democráticos de verdad. Y para eso, vamos a tener que echarnos una mano: sin demócratas en el Estado Español, seguiremos viendo cómo se destroza la libertad de personas inocentes. Y eso, efectivamente, un demócrata no lo puede tolerar.