En el anterior artículo me refería al tema de las identidades, que no es un tema menor, sino un tema primordial para el presente y para el futuro de una unidad nacional como la que Catalunya representa, y que muchos catalanes queremos.

El tema de las identidades no es sencillo. Es un tema de debate en todas partes y que se presta a múltiples inventos, algunos dignos del profesor Franz de Copenhague (y que me disculpen los lectores que no eran fans o no han conocido el TBO), como querer hacer creer que se puede sacar adelante un independentismo no nacionalista, o los que creen que esto de las identidades es una especie de ranking donde están ordenadas por divisiones, como si el sentimiento de la población no contara.

La identidad es un sentimiento individual que, compartido colectivamente, da un sentimiento de pertenencia, y permite construir sociedades que se sienten comprometidas con unos consensos básicos y transversales. Y este sentimiento, a la vez personal y colectivo, puede ser combatido (de hecho, tenemos ejemplos próximos y muy concretos), pero cuesta extirpar, porque forma parte de lo que uno siente en lo más íntimo de su personalidad. Aunque intentos de este tipo los ha habido, los hay, y me temo que los seguirá habiendo, y que muchas minorías nacionales (en estado compuestos) hemos pagado la factura con creces.

Sea como fuere, una constante del nacionalismo catalán ha sido querer estar presente en el mundo, desde la propia identidad, que no es otra cosa que la propia manera de ser y hacer. Y también ha sido constante en la doctrina nacionalista la voluntad de no ser dependiente, porque sabemos, por activa y por pasiva, que eso de la dependencia, y en muchos ámbitos, es un mal negocio.

Nunca el nacionalismo catalán ha aceptado que nuestra identidad sea complementaria, subordinada, o parcial, respecto de nada ni de nadie. Si se abrazan estos criterios, significa que no se ha movido del regionalismo de la Restauración, y que lo que desea es un artefacto para "ofrendar nuevas glorias a España". Soy mucho más partidario de la versión alternativa valencianista de Alzira que empieza diciendo: "Todos bajo los pliegues de nuestra Bandera, juntos, y a una voz, hermanos venid / ¡Ya en el taller y en el campo murmuran cánticos de amor, himnos de paz! / ¡Paso a la Nación que avanza en marcha triunfal!". Pues eso.

El sistema de círculos concéntricos permite que la identidad nuclear esté en el centro, y que cada uno pueda añadir cuantos círculos concéntricos considere adecuado

Bueno, más allá de los himnos (regional o nacional en el caso del País Valencià), creo que hoy en día deberíamos avanzar hacia el concepto de identidades concéntricas. Un concepto que no las sitúa en relación de preeminencia ni acepta que algunas sean de mayor categoría que otras. Vendría a ser una propuesta de solución de concordia para que cada cual se sienta cómodo en el campo de las identidades.

Concéntrico significa —cuando menos en geometría— que tiene el mismo centro que otro, o bien que tiende a acercarse al centro. El centro para un nacionalista catalán no puede ser otro que la identidad catalana, y eso por mor de las identidades lingüísticas, culturales y sociales compartidas. Para un regionalista sería el Estado (Madrid real), mientras que la identidad catalana sería un satélite complementario que iría dando vueltas en torno al solo central.

Esta identidad catalana central podría tener un segundo círculo concéntrico que, para algunos, sería el Estado, y para otros este círculo sería inexistente. La gracia de este planteamiento es que el sol sigue siendo la identidad catalana, y son los planetas los que giran a su alrededor.

Un tercer círculo lo podrían constituir las instituciones europeas, y concretamente la Unión Europea, que lucha por definir y establecer una identidad europea, sin acabar de lograrlo del todo.

Un cuarto círculo podría estar constituido por la pertenencia a identidades religiosas determinadas, que, por su propia definición, son supranacionales e intercontinentales. Cada uno se adscribiría al círculo concéntrico de su adscripción religiosa.

Un quinto círculo concéntrico podría estar formado por la adscripción a una determinada corriente de pensamiento política, económica o social. Hay quienes en este círculo colgarían su visión liberal, otros la conservadora, otros la marxista, otros la ecologista, etc. Cada uno estaría con la suya, siempre que tuviera, por supuesto.

Un sexto círculo podría integrarlo una supuesta identidad mundial, que podría representar el sistema de Naciones Unidas. Esta identidad, que abarcaría a toda la humanidad, está muy en entredicho a día de hoy, como lo está el propio sistema onusiano, pero si alguien se siente cómodo en este círculo, adelante.

Este sistema de círculos concéntricos hace que nada se superponga, que no existan diferencias de estatus, que la identidad nuclear esté en el centro, y que cada uno pueda añadir cuantos círculos concéntricos considere adecuado. Permite hacerlo pivotar todo en torno a un núcleo (en nuestro caso, la identidad catalana), sin competir ni estar subordinada a ninguna otra. Sería, considero, un buen modo de avanzar en el respeto de las identidades que cada individuo tiene y siente.