Dentro de los mamíferos, los humanos somos animales relativamente anósmicos, es decir, tenemos una percepción olfatoria bastante limitada, sobre todo si nos comparamos con roedores, perros o gatos. Sin embargo, no somos insensibles a las señales quimiosensoriales. Nuestra piel huele, nuestro aliento huele, y evidentemente el sudor o la orina huelen diferente entre personas. La misma persona puede hacer un olor diferente en diferentes estadios personales. Todos sabemos que la piel de los bebés tiene un olor distinto al de la piel de una mujer en edad reproductiva o de un hombre. Secretamos feromonas en una gran diversidad de situaciones: las feromonas actúan en la interacción social con otros individuos de nuestra especie, provocando respuestas concretas. Nuestro sentido del olfato, con aproximadamente 350 receptores olfativos funcionales diferentes, detecta estos estímulos químicos y envía las señales al cerebro, que percibe el olor, activando diferentes regiones en respuesta; pero hay algunas secreciones, como las lágrimas, cuyo olor no percibimos.

Los ratones sí que notan las señales quimiosensoriales contenidos en las lágrimas de sus congéneres, provocando cambios en el comportamiento social en los ámbitos de la reproducción y de la agresividad. Los machos de ratón tienen una glándula extraorbital adosada al lagrimal que secreta un péptido denominado ESP1, que es captado por el órgano vomeronasal de las hembras y las predispone a ser receptivas a ser montadas por el macho si no están embarazadas, y al mismo tiempo, las hace abortar si están embarazadas de un macho distinto al que en ese momento emite esta feromona. Ahora bien, cuando un macho huele el ESP1 de otro macho, se vuelve más agresivo. Así, pues, además de incidir en el comportamiento sexual reproductor, las lágrimas de los roedores también tienen un efecto sobre la agresividad. Las lágrimas de las hembras llevan señales quimiosensoriales que tranquilizan el macho, disminuyendo su agresividad. Los ratoncitos jóvenes lloran y sus lágrimas también disminuyen las reacciones agresivas de los machos adultos contra ellos. Los machos sumisos del farumfer (una especie de rata sin pelo y albina que vive en cestos) se cubren con sus lágrimas para evitar la agresión del macho dominante. Una pregunta que nos podemos hacer es si las lágrimas humanas también contienen feromonas y otras señales quimiosensoriales de comunicación social.

Un primer experimento en humanos, realizado hace unos años, muestra que olfatear lágrimas emocionales (producidas por tristeza) de mujeres disminuye los niveles de testosterona de los hombres, provocando una disminución del atractivo sexual de fotos femeninas. Teniendo en cuenta este precedente, se puede pensar si realmente las lágrimas humanas tienen algún tipo de componente odorífero y si tienen componentes químicos que puedan modificar las reacciones de agresividad de otros individuos, de forma similar a cómo pasa en los ratones. En este contexto, esta semana se han publicado resultados que son bastante interesantes.

En los humanos, las lágrimas también contienen señales quimiosensoriales de interacción social

Para empezar, se han reclutado 9 mujeres voluntarias a quienes les era fácil llorar, por ejemplo, con una película triste, de forma que en soledad y con unos pequeños viales, iban recogiendo hasta 1,6 ml de lágrimas por "llorera". Para controlar bien las condiciones del experimento, las voluntarias estaban tomando contraceptivos orales (para evitar efecto de hormonas femeninas durante el estro), durante dos días antes no se habían puesto ni cremas ni jabones en la cara (para no añadir aromas externos), y antes de recoger las lágrimas de verdad, les tiraban mejilla abajo suero salino y lo recogían, como si fueran lágrimas, para recoger cualquier tipo de secreción u olor de la piel de la donante. En cuanto tenían, de cada donante, lágrimas emocionales de verdad, y como controles negativos, suero salino recogido como si fueran lágrimas, además de suero salino estéril. Una vez recogidas, mojaban algodón con estos tres tipos de líquido y los ponían enganchados bajo la nariz de 25 hombres voluntarios, sin que ellos supieran qué tipo de líquido olfateaban. Haciendo estas pruebas repetidamente, en un primer experimento demuestran que los hombres no saben distinguir si es suero salino, lágrimas de verdad o cuasi-lágrimas. No sentían ninguna reacción específica, ni de repulsión, ni atracción, ni placer por cabeza de las muestras, por lo tanto, con respecto a la percepción consciente, no podían distinguir entre los tres tipos de líquido. En un segundo experimento que duró dos días, a la vez que los voluntarios estaban oliendo el algodoncito participaban en un juego que comprobaba el nivel de agresividad. Se trataba de un juego en línea con otro jugador (un ordenador, pero los jugadores no lo sabían), en qué se jugaba dinero. Les hacían una trampa y entonces, medían el nivel de agresividad en la revancha contra el jugador oponente, incluso, cuando no había una ganancia económica para el jugador inicial. Un día los hacían oler el algodoncito con las cuasi-lágrimas y otro, las lágrimas de verdad, sin que supieran qué día era cada líquido. Los resultados muestran que oler las lágrimas de verdad disminuía la respuesta agresiva de los hombres en un 43,7% (¡que es mucho!).

A continuación, para saber si realmente hay algún componente quimiosensorial que no percibimos como olor en las lágrimas, los investigadores utilizan un sistema in vitro de células humanas donde expresan diferentes nada de los receptores olfatorios humanos, uno a uno, y observan si hay activación molecular de estos receptores cuándo en el medio de cultivo añaden lágrimas de verdad con respecto a las que han deslizado por la mejilla o el suero salino. Pues bien, hay cuatro receptores olfatorios que responden y lo hacen con una respuesta dependiendo de dosis, por lo que llegan a la conclusión de que realmente las lágrimas humanas contienen señales quimiosensoriales de comunicación social. En un tercer experimento, los investigadores repitieron el juego con los voluntarios con el algodón enganchado a la nariz, pero además, analizando con un aparato de resonancia magnética (fMRI) qué zonas del cerebro se iban activando. Detectaron la activación de redes neuronales y una mayor conectividad en regiones relacionadas con la percepción olfatoria y también de control de la agresividad (como el polo temporal derecho, la amígdala y el córtex piriforme). Cuanta más diferencia en el comportamiento en el juego entre la reacción con suero salino y con lágrimas de verdad, más elevada la conectividad en estas regiones, indicando las regiones que unen estímulos olfativos con el control de la agresividad.

Así, pues, aunque no seamos conscientes y no las encontremos ningún olor, no quiere decir que las lágrimas no tengan una razón fisiológica más allá de limpiar la superficie ocular. Ahora ya sabemos que en los humanos las lágrimas también contienen señales quimiosensoriales de interacción social. De momento, estos experimentos solo se han hecho con lágrimas de mujeres y su efecto sobre hombres (todos jóvenes, entre 20 a 28 años), demostrando que pueden disminuir la testosterona, la atracción sexual y la agresividad en estos últimos, pero hay que analizar si este tipo de respuesta quimiosensorial de las lágrimas es universal, o si depende del sexo/género, o en niños con respecto a adultos provoca respuestas diferentes. Pensamos que los péptidos secretados en las lágrimas pueden ser diferentes en diferentes estados de la vida, y las zonas del cerebro que procesan estas señales quimiosensoriales también presentan diferencias según el sexo biológico, en algunos casos, incluso, provocando respuestas antagónicas en los dos sexos.

En resumen, no menospreciemos el poder liberador de emociones por parte de los que lloran cuando se emocionan, ni el poder concomitante de comunicación de señales sociales a las personas que los rodean. ¡Lloremos todos sin vergüenza cuando nos lo pida el cuerpo!