La del PDeCAT es la historia de un fracaso anunciado. Es la historia de un partido que, en realidad, nunca debería de haber existido, porque fue el resultado de una refundación de CDC que debía ir de otra forma. Artur Mas se puso entre ceja y ceja que, tras la devastadora confesión de Jordi Pujol, en julio del 2014, que durante años él y su familia habían tenido dinero escondido en Andorra, la mejor manera de pasar página era crear una fuerza nueva y prescindir del instrumento que, a pesar de las carencias, había protagonizado la vida política de Catalunya de los últimos cuarenta años. Es así como en julio de 2016 se realizó el tránsito de CDC —que había roto la histórica coalición con UDC en junio del 2015— al PDeCAT, pero de la manera más atropellada imaginable, con los cuadros y las bases enmendando de pies a cabeza la hoja de ruta que había preparado la dirección para llevar a cabo el cambio en un congreso que quería plácido.

El cónclave fue de todo menos plácido. El aparato que dejaba las riendas del partido saliente pero que aspiraba a seguir moviendo los hilos del entrante salió rebotado en todas y cada una de las propuestas que puso sobre la mesa, empezando por el nombre que debía tener la nueva formación (Més Catalunya o Catalans Convergents) y terminando por los nombres que debían dirigirla (Jordi Turull y Miquel Buch). El resultado fue una herramienta descafeinada —el nombre salió de una terna improvisada por la militancia (Junts per Catalunya, Partit Demòcrata Català y Partit Nacional Català)— que, comandada por Marta Pascal y David Bonvehí, se fue haciendo un hueco con penas y trabajos en el escenario político de Catalunya, pero que pronto se vio que no iría demasiado lejos. Los acontecimientos se precipitaron cuando, después del referéndum del 1 de octubre del 2017 y del fiasco de la declaración de independencia tanto del día 10 como del 27, Carles Puigdemont se trasladó a Bélgica y decidió que su propio partido, del que siempre había prescindido, le molestaba.

Ni recurriendo a la supuesta esencia de CiU ni invocando a Jordi Pujol el PDeCAT se ha escapado de la quema; básicamente, porque todavía no se ha dado cuenta de que la centralidad del catalanismo no permanece en ese utópico mundo de la concordia y la moderación, sino que hace tiempo que se desplazó hacia el independentismo 

De entrada lo relegó como pagador de la coalición Junts per Catalunya (JxCat) —el nombre que él y Artur Mas habían votado para sustituir a CDC— con el que se presentó en las elecciones del 155 del 21 de diciembre y la reacción inicial de Marta Pascal fue plantarle cara. Pero tensó tanto la cuerda que en julio de 2018, en un congreso extraordinario en el que casualmente entre bambalinas reaparecieron algunos de los integrantes de aquel aparato de CDC que dos años antes había sido incapaz de controlar el congreso de refundación, fue descabalgada de la dirección y arrinconada hasta que ella misma prefirió irse. David Bonvehí asumió entonces solo las riendas del PDeCAT, pero siguió chocando con Carles Puigdemont, que buscaba alternativas para deshacerse de él. La primera, la Crida Nacional per la República, puesta en marcha en octubre del mismo 2018, resultó un fracaso. Para construir la segunda fue directo al grano, le birló la marca JxCat al PDeCAT y creó un nuevo partido con el mismo nombre, que es con el que ha operado hasta ahora. Esto ocurría en julio del 2020 y en agosto unos y otros se separaban y, además, la fuerza heredera de CDC se escindía en beneficio de la formación del 130º president de la Generalitat.

Un poco antes, en junio, Marta Pascal había reactivado un Partit Nacionalista de Catalunya (PNC) creado e hibernado en 1978 por el entorno de CDC de la época por si acaso, pero que acabó descarrilando en la primera curva: no entró en el Parlament en las elecciones catalanas de febrero del 2021 y bajó la persiana. En los mismos comicios, el PDeCAT se quedó también sin representación, lo que quería decir que por primera vez desde 1980 el espacio de CiU, que lo había sido todo en Catalunya, no tenía presencia en el palacio del parque de la Ciutadella. Gravemente herido, el PDeCAT se encomendó a los alcaldes y a los cuatro diputados en el Congreso que todavía le quedaban e intentó una nueva maniobra para salir del callejón en que se encontraba. Àngels Chacón puso en marcha, en enero del 2022, un nuevo proyecto, de nombre Centrem, con la intención de que los restos del naufragio de CDC —el propio PDeCAT, Convergents, Lliures o la Lliga Democràtica— confluyeran en una única plataforma, pero el artefacto hizo aguas enseguida. Y así ha ido tirando hasta que el nuevo ciclo electoral le ha abierto los ojos a la nueva realidad.

En las municipales del 28 de mayo el PDeCAT, escondiendo el nombre detrás de Ara Pacte Local, conservó cuatro alcaldías mal contadas —Marc Solsona en Mollerussa, Mateu Comalrena de Sobregrado en Gallifa, Ramon Costa en La Coma i la Pedra...— y el experimento de Xavier Trias en Barcelona, como candidato suyo y también de JxCat, le abrió un hilo de esperanza en lo referente a la recomposición del espacio de CiU. Una idea, precisamente, que le ha servido para presentarse a las españolas del 23 de julio como PDeCAT-Espai CiU, nombre este último de una nueva formación política que fue inscrita en el registro de partidos políticos en octubre del 2022 y en la que como presidente figura justamente Mateu Comalrena de Sobregrau. Y, probablemente en el que habrá sido el último intento de salvar los muebles, el liderazgo electoral de la nueva marca lo confió a Roger Montañola, salido de las juventudes democristianas de Josep Antoni Duran Lleida que, pasado por el fracasado intento lerrouxista de Lliures del camaleónico Antoni Fernández Teixidó, tampoco ha podido evitar la nueva debacle y que el partido pierda también la representación en el Congreso.

Ni recurriendo a la supuesta esencia de CiU ni invocando a Jordi Pujol se ha escapado de la quema. Básicamente, porque todavía no se ha dado cuenta de que la centralidad del catalanismo no permanece en ese utópico mundo de la concordia y la moderación, sino que hace tiempo que se desplazó hacia el independentismo y que en aquél ya no queda nada ni nadie. Por esto mismo fracasó el PNC de Marta Pascal y lo han hecho los Valents de Eva Parera y todos los inventos cocinados en el upper Diagonal. La consecuencia de todo ello es que el PDeCAT es hoy un partido testimonial, por no decir residual, con una veintena de alcaldes y unos doscientos concejales como todo poder, abocado a desaparecer tan sólo siete años después de haber nacido. Es la demostración viva del error de haber dejado tan alegremente a un lado una marca de éxito como, a pesar de todo, había sido CDC. Muchos hace tiempo que le cantan los responsos: réquiem por el PDeCAT.

Y, mientras tanto, Artur Mas, el gran artífice de esta historia, haciendo campaña el 23 de julio por JxCat después de haber aconsejado que el PDeCAT, a pesar de ser militante, no se presentara. Así le han ido las cosas al pobre heredero de CDC.