Durante muchos meses, incluso podríamos decir años, el españolismo catalán y el independentismo procesista se pusieron de acuerdo en el hecho de que el procés acabaría su vigencia histórica con la aparición de un "héroe de la retirada". Utilizando una retórica un pelo cursi (y un hegelianismo con tufo de leche y ceniza), los enemigos y los virreyes de la tribu afirmaron solemnes que el ocaso en cuestión solo se interiorizaría popularmente con la aparición de una especie de Jesucristo sensato que, aceptando la rendición posterior al 1-O y el acatamiento del 155, normalizara el lenguaje del nuevo autonomismo para apaciguar las ansias separatistas. Los pregoneros de este mesías imaginaban un catalán sensato de toda la vida, que se emocionara con La Santa Espina, pero que se alarmara con el calorcillo de los contenedores llameantes de Urquinaona; en pocas palabras, el héroe de la retirada sería un sociovergente.

Pues bien, van pasando los años... y el héroe de la retirada todavía se hace esperar. España, todo hay que decirlo, se ha esforzado mucho. Primero lo intentó convirtiendo a Esquerra en la nueva piedra angular de lo negociado, con Oriol Junqueras saliendo de la prisión con los indultos ya pactados a cambio de una "operación diálogo" que él mismo había escarnecido como imposible cuando estaba a la oposición y se dedicaba a decir frases mínimamente inteligibles. Mientras Junqueras iba haciendo trapis como un nuevo Pujol desaliñado, Aragonès intentaba hurtarle el título de encargado de los españoles en Catalunya, reconvirtiendo la Generalitat en un artefacto con ínfulas de gestoría. Pero el cambio climático —con la consiguiente sequía de pantanos y arroyos y un simple grupo de opositores— ha vuelto a manifestar que la Generalitat, sin ningún plan de ambición política, no pasa de ser una pequeña agencia de colocación de escaso interés.

El héroe de la retirada no será alcalde de Barcelona, por el simple hecho de que la mayoría de barceloneses han entendido que sus ambiciones van mucho más allá del entorno cultural de homenaje que les regala el procesismo

Como se ve claramente a cada semana que pasa, las elecciones municipales de Barcelona son el último escenario donde España puede meter a su esperadísimo héroe. Los partidos supuestamente independentistas captaron el mensaje de los amos coloniales y las candidaturas ancien régime de Xavier Trias y Ernest Maragall eran la prueba más visible. Pero el electorado independentista de Barcelona (que había promovido una de las consultas más sonadas por la independencia en 2011) hace tiempo que se muestra poco bonito ante estos dos fantasmas de pasado. Es lógico, porque ni el anticolauismo de las élites capitalinas ni la voluntad de devolver Barcelona a la prosperidad pueden consolidar dos candidaturas que van perdiendo solidez a día que pasa. La política no es una máquina del tiempo y la esquerrovergencia está comprobando que la sombra del 1-O los perseguirá siempre.

Pase lo que pase en estas elecciones del próximo mayo, y aunque Trias y Maragall las ganen por un solo voto de diferencia, el héroe de la retirada no será alcalde de Barcelona, por el simple hecho de que la mayoría de barceloneses han entendido que sus ambiciones van mucho más allá del entorno cultural de homenaje que les regala el procesismo. Barcelona contagiará tarde o temprano a todo el país, como pasa siempre, y el poder omnívoro con el que soñaba Esquerra en la Generalitat se acabará resintiendo de ello. A riesgo de hacerme pesado, el único dato interesante de los próximos comicios será el nivel que alcanzamos los abstencionistas. Fijaos si la abstención será trascendental, que convergentes y republicanos han empezado una campaña nada disimulada para pedir a los electores que, simplemente, acudan a las urnas. En su desazón está nuestra victoria; si pierden poder y comederos, la independencia ganará.

Y el héroe de la retirada todavía se hará esperar. Porque aparte de malos políticos, de malos gestores y de pésimos virreyes... también son unos profetas desastrosos.