Si, siendo postadolescente o universitario júnior, se hubieran hecho públicos mensajes sexistas procedentes de un diálogo de servidor con sus amigos, mayoritariamente machos (nota generacional: hablaríamos de correos electrónicos o de notas en papel), conversaciones en las que se incluyeran referencias a los homosexuales como "mariquitas" y a las mujeres como distintos tipos de "quesitos" a las que "hay que partirles las bragas", mi padre se me habría tumbado de una hostia recordándome que no me enviaba a las escuelas de pago para que acabara escribiendo como un quinqui, o quien sabe si me sancionaría vía pasta para negarme alguna de mis actividades formativas de first world (a su vez, le dolería más el prestigio del lío en términos de apellido y las manchas académicas del asunto, que el tono de los mensajes). Diría: "habla con la autoridad competente, discúlpate, y que todo se olvide cuanto antes mejor."

Mi madre, muy contrariada, pero del todo silente, afirmaría que no escribiera nunca más esas cosas y, acercando sus ojos azules a su réplica, repetiría ese "nunca más" con aquel medio llanto de tenor miedoso que se nos pone en los dos cuando un simple clac ruidoso nos evoca las más altas formas de terror. Le bastaría con mirarme cinco segundos, mientras prosiguiera la bronca de mi padre, para que yo entendiera perfectamente el mensaje. Ella pensaría: "hijo, ya sé que para vosotros todo esto son solo bromas y que no eres mal chico; pero para mí son el eco de todo aquello que me ha hecho daño, de tantas comidas en las que tu padre me ha llamado burra (nota sonora; alargando la erre, como uno loco) o mantenida (nota contextual: mi madre es una de las mejores ingenieras de su generación)". Después de los cinco segundos, ella me acariciaría y acabaría diciendo, como siempre: "esto te lo perdono, Berni; pero me lo apunto."

Considero que disponer de (aunque sean limitadísimos) espacios donde podamos poner entre paréntesis los tópicos ejemplares de convivencia es un altísimo ejemplo de urbanidad

Si en el año 2023 mi hijo (nota contextual; que no tengo) viviera una situación parecida (nota mediática: hubiera escrito idénticos mensajes en una conversación del universo whatsapp, donde ya no existe la distinción público-privado), yo me sentaría junto a mi pareja para escarmentarlo. Alba y servidor habríamos hablado antes para consensuar el mensaje y no crear ningún tipo de jerarquía de emisores. A través de un fifty-fifty casi perfecto, diríamos al crío que su conducta es inaceptable, pues su forma de expresarse es un reflejo de su comportamiento ético. Añadiríamos que una relación sana y recíprocamente placentera excluye "partirle las bragas" a las chicas y lo remataríamos todo recordándole que este tipo de masculinidad también será muy lesiva para su disfrute corporal. Concluiríamos exigiéndole que se disculpara personalmente con las afectadas y acatara humildemente el castigo impuesto.

Yo no considero verdad el núcleo argumental de este último párrafo. Opino (nota académica: después de mantas horas de estudio) que el universo del lenguaje y de la ética son dos espacios absolutamente ajenos. Lo sé a nivel superficial, porque no es lo mismo decir que quiero estrangular a una persona que hacerlo, ni componer o disfrutar con una canción como La Mataré de Loquillo, que asesinar a una señora. Contrariamente, considero que disponer de (aunque sean limitadísimos) espacios donde podamos poner entre paréntesis los tópicos ejemplares de convivencia es un altísimo ejemplo de urbanidad. ¿Me complacería ver a mi hijo diciendo que quiere partir bragas? ¿Lo premiaría? ¡No y recontrano! Pero calibraría mi sanción moral evaluando sus actos, no el verbo. Liberal de pro, denunciaría a la universidad por publicitar unos mensajes que pertenecen a la estricta isla de su privacidad.

¿Por qué, pues, acataría consensuar el mensaje con mi pareja? Básicamente, porque aunque yo pueda tener razón (nota pedante; que la tengo), entiendo perfectamente que una mujer como ella (nota conyugal: yo soy un Xer y ella una zentennial de primera hornada más próxima a la cultura millennial) viva la grosería de un preadulto mucho más allá de mis términos conceptuales. Yo he crecido en la era en la que los insultos permanecían en el universo de la clase y el estigmatizado solo podía hablarlo con un psicólogo (nota histórica/personal; si es que el centro tenía uno, o con un amigo como yo; siempre cuidaba a los freaks). Contrariamente, Alba ha vivido un universo en el que, todos los años, las fotos de una chica en bolas —o haciéndole una mamada a un chico— acababan circulando por el whatsapp de todo un pueblo, en el que en las discotecas te tocaban el coño y en el que todo el mundo tiene una amiga que ha entrado en la zona Vip de Cocoa y al día siguiente no recordaba nada.

Obraríamos santamente ocupándonos de la ética de la esfera pública-fáctica antes de erigirnos en inquisidores de los whatsapps de unos estudiantes

Las palabras son las mismas, los contextos formativos son muy diferentes y —como veis y excusadme— requieren muchas notas. Resulta muy fácil juzgar las actitudes de todas las personas que he citado desde la calidez moral del presente, pues todos pensamos que nuestras coordenadas son las buenas y que nuestro sufrimiento es el que reclama más respeto. No existe ninguna fórmula óptima y habría que, entre todos, superar el ámbito de la sanción ejemplar y la decapitación pública. Todos, insisto, deberíamos encontrar la ecuación para proteger a las chicas vejadas y a los chavales que se han pasado de rosca, sin bulas ni fetuas. Pero hay dos cosas que tengo claras. Primera; haríamos bien en poner entre paréntesis nuestra impaciencia por juzgar moralmente el pasado. Y segunda; obraríamos santamente ocupándonos de la ética de la esfera pública-fáctica antes de erigirnos en inquisidores de los whatsapps de unos estudiantes.

Lo sé porque, para poner un solo ejemplo (nota mental: el ejemplo es parcial y estigmatiza algo que hacen las mujeres... pero también los hombres), en el móvil guardo algunos textos donde amigas bien doctas describen a compañeras de lucha feminista como "la analfabeta que comercializa su violación", "la tarada bipolar" o "esta que solo ha llegado donde está a base de comer muchas pollas procesistas". Son palabras hirientes y entiendo que son una forma de hablar circunstancial, producto de frustraciones o momentos de ira intransferibles que no enmiendan la sororidad honestamente feminista de quien las ha escrito. Si las piensan de verdad, pues ya se las apañarán con su cinismo público. Lo que nunca me pasaría por la cabeza, of course, es hacerlas públicas porque (nota contextual final) sé que vivo en un mundo donde mi ruego es inútil y las lapidaciones en la red cada vez se parecen más a las bíblicas.

Nota de Alba, posterior a la redacción del artículo: Te meterás en otro fregao. Entiendo lo que dices, pero no te compro la separación tan clara entre el lenguaje y la ética. Personalmente, para mí la forma de hablar de unos tíos así sobre las mujeres ya es una red flag moral que me aleja de un tipo de carácter. No pondría un muro entre palabras y hechos; tú siempre hablas del contexto... ¿Por qué en la reflexión no incluyes el contexto psicológico y de la empatía hacia la víctima, por qué no hablas del tema con la Leti (nota amistosa; se refiere a mi querida Letizia Asenjo, reconocida psicóloga y amiga de ambos)? Tú mismo lo entiendes cuando relacionas la forma de hablar de tu padre (por cierto, ¿no crees que se enfadará?) con tu sufrimiento y el de tu madre. Por otra parte, lo que a las tías nos revienta es que, pudiendo incluso compartir tu posición teórica, este tipo de grupos de whats siempre los acaban escribiendo los hombres. Nunca, pero nunca, verás grupos de tías hablando de reventarles el culo a unos tipos o de violarlos en el gimnasio del cole. Y claro, después de haber leído tantos mensajes así en grupos de chicos y chicas (refiriéndose a nosotras como chochetes, por ejemplo), pues entenderás que cuándo hay un tío que nos pide calma y se pone en plan filósofo de la vida como haces tú, pues joder, que acabamos hasta la polla. Porque los tíos siempre pedís calma y os ponéis intelectuales y moderados solo cuando lo que está en peligro es vuestro puto privilegio. Que sí, que yo también he hecho whats hablando de mujeres en estos términos que tú citas —no tan bestias, a mí nunca me verás frivolizando con el verbo "violar" (piensa en si tienes alguna amiga que haya sufrido una violación; ¿te reirías usando este verbo?)— y después me he llevado las manos a la cabeza leyendo mis propias palabras. Y sí, también he insultado a muchas tías de una forma muy cruda. Pero aquí no estamos hablando de eso. Yo puedo haber despreciado mucho a una jamba, pero si una tía de estas de quienes he despotricado me dice que la han agredido o la han violado, lo que haré primero de todo y ante todo es creérmela. Pero bueno. Estate tranquilo: has escrito cosas mucho peores y vas mejorando.